La relación entre cine y discapacidad no siempre ha sido tan fluida como en los últimos tiempos. El cine es una poderosa herramienta para la normalización de la discapacidad, a través de personajes cargados de matices, tan ricos y trabajados que acaparan la atención de crítica y público. No se puede negar que el camino ha sido largo y que aún queda trabajo que hacer en el terreno de la inclusión, pero también es cierto que algo está cambiando en el cine y lo está haciendo para bien.

Hollywood, discapacidad y reconocimiento
A lo largo de la historia del cine, las distintas generaciones de actores y directores han construido su discurso creativo en torno las sensibilidades sociales predominantes. Así, a finales de los ochenta, la discapacidad se convirtió en un tema recurrente. Los realizadores buceaban en las complicadas dinámicas de las enfermedades para conseguir historias desgarradoras, cargadas de fuerza narrativa. Y los actores hacían cola para interpretar a esos personajes que se convirtieron instáneamente en sinónimo de Oscar (con su correspondiente repercusión en el aspecto económico, por supuesto).
En este contexto se estrenó Rain man (Barri Levinston, 1988), en la que un excepcional Dustin Hoffman daba vida a un hombre con autismo por el que fue premiado con un Oscar. En 1989 se estrenaron dos películas que, aunque muy diferentes entre sí, están protagonizadas por personajes que utilizan una silla de ruedas. Se trata de Mi pie izquierdo (Jim Sheridan, 1989) y Nacido el cuatro de Julio (Oliver Stone, 1989), protagonizadas por Daniel Day-Lewis, que recibió su primer Oscar, y Tom Cruise, nominado también al premio.
Los años 90 suponen la consagración de la discapacidad como tema estrella en el cine de Hollywood. En 1992 Al Pacino consiguió el Oscar que tantas veces se le había escapado por su interpretación de un invidente en Esencia de mujer (Martin Brest, 1992). Un año más tarde, un jovencísimo Leonardo DiCaprio sorprendió al mundo con su interpretación de un chico con discapacidad mental en ¿A quién ama Gilbert Grape? (Lasse Hallström, 1993).
Pero si hay un personaje con discapacidad que marcó una época en el mundo del cine, ese es Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994). Tom Hanks hizo historia con una interpretación que pasó al imaginario colectivo con frases inolvidables. Y, como no podía ser de otra manera, también conquistó el Oscar.
¿Por qué la discapacidad se convierte en un tema recurrente?
Existe una doble justificación para ese repentino interés de la industria cinematográfica por la discapacidad: creativo y social. Entre los años 60 y 80 Hollywood experimentó un renacer artístico gracias a la corriente conocida como Nuevo Hollywood. Este movimiento crea todo un catálogo de tipos complicados, fuera del sistema y con tendencias psicopáticas que conecta con las frustraciones de una generación marcada por la Guerra de Vietnam.
La estrecha vinculación entre cine y discapacidad surgida a finales de los 80 se explica desde el interés de los realizadores por continuar con esa exploración de la psique humana. En este contexto, la discapacidad supone un pretexto para acercarse a otras formas de entender la realidad. La ruptura con los patrones sociales prestablecidos de una manera involuntaria abre un campo de experimentación narrativa y estética.
Por otro lado, en los años 80 se producen cambios profundos en el paradigma de la discapacidad desde la perspectiva académica. El estudio de las necesidades de las personas con discapacidad da un paso de gigante hacia la inclusión. En 1978 la Comisión Británica de Educación publica el Informe Warcnock que hace hincapié en dos aspectos fundamentales:
- El conocimiento que las personas con discapacidad tienen sobre el entorno en el que viven.
- El fomento de la independencia de los sujetos con discapacidad a través de su inclusión laboral como mecanismo de gestión de su propia vida.
La unión de estas dos perspectivas generará un enfoque nuevo en el tratamiento de la discapacidad desde la industria audiovisual. Como consecuencia, se produce un distanciamiento con el género cómico y se dota a las personas con discapacidad de unos matices intelectuales y emocionales desconocidos hasta este momento.
La discapacidad en el cine español
Mención aparte merece la relación entre cine y discapacidad en España. El paternalismo inherente a la dictadura de Franco tuvo consecuencias muy profundas en la conceptualización de la discapacidad. La representación estereotipada imperante es resultado de un modelo de intervención tradicional, que persigue la rehabilitación forzosa de los sujetos. El cine de la dictadura obedecía a dos objetivos paralelamente: la difusión de los ideales del régimen y el entretenimiento puro y duro con el objetivo de mantener la paz social evitando que el público pensara demasiado.
Cine y censura: banalización de la discapacidad
Las personas con discapacidad vivían en un estado forzado de minoría de edad y necesitaban la tutela de otra persona. Los clichés estaban a la orden del día y se hacían grandes diferencias entre la discapacidad física y la intelectual. Mientras que los cojos, los sordos o los ciegos tenían mal carácter, los sujetos con discapacidad intelectual se presentaban como seres cándidos, parecidos a niños sin maldad.
Encontramos un ejemplo muy interesante de esta teoría en la serie Arde Madrid (Paco León y Anna R. Costa, 2018). El argumento de la serie nos transporta al Madrid de 1961 y, aunque se expresa con un lenguaje audiovisual actual, juega al mismo tiempo con los códigos narrativos de la época. Sin ir más lejos, Inma Cuesta, que interpreta a la protagonista de la historia, sufre de cojera y se representa como una mujer amargada, excesivamente recta y cumplidora de sus deberes como española de bien. Por su parte, su hermano Floren (Julián Villagrán) sufre discapacidad intelectual y se muestra como un alegre e inofensivo vividor.
Años 80: el impulso de la normalización
En los años 80 llega la Transición y, con ella, una apertura a nuevas realidades: el cine quinqui, la movida y las revisiones históricas y costumbristas llenaban las salas de cine de un país que se sacudía el polvo acumulado en 40 años de imposiciones y censura. Por este motivo, los personajes marginados, despampanantes y diversos se conviertieron en catalizadores del ansiado despertar cultural.
En este momento irrumpe en el panorama cinematográfico Los Santos Inocentes (Mario Camus, 1984). La película se convierte automaticamente en una de las obras maestras más significativas de nuestro patrimonio cultural, no solo como adaptación de la excelsa novela de Delibes, sino con la entidad propia que le confiere el preciso manejo del lenguaje audiovisual por parte de su director y las sublimes actuaciones de su reparto.
La interpretación de Paco Rabal rompió los esquemas sobre la relación del cine y la discapacidad en el ámbito nacional. Azarías es bueno, pero no simple, y muestra pensamientos profundos que le conectan con la naturaleza de una forma conmovedora. Este tratamiento tan inteligente, emocional e introspectivo de un personaje con discapacidad supone un antes y un después en la historia del cine español y un impulso sin precedentes para la normalización de la discapacidad.

La realidad actual: hacia la plena inclusión
Afortunadamente, podemos afirmar que la representación de la discapacidad en el sector audiovisual va por muy buen camino. El éxito de Campeones (Javier Fesser, 2018) pone de manifiesto la aceptación del público de las historias contadas desde el respeto, la verosimilitud y la inclusión. Jesús Vidal, uno de sus protagonistas, recogió el Goya al mejor actor revelación y desde entonces no ha dejado de trabajar. Juan Manuel Montilla “El Langui” se ha abierto paso tras ganar el mismo galardón por El truco del manco (Santiago A. Zannuo) y es todo un referente en la lucha por la inclusión de las personas con discapacidad. Sin olvidar a Pablo Pineda, actor, pedagogo y escritor con síndrome de down.
En el terreno de las series, la producción nacional ha madurado en lo que al enfoque de la discapacidad se refiere. El Hierro (Pepe Coira y Alfonso Blanco, 2019), cuenta con la actuación de Ángel Casanova, un joven actor con parálisis cerebral, mientras que Vida Perfecta (Leticia Dolera, 2019) representa un esfuerzo muy destacable por normalizar la discapacidad. En ella trata temas como la sexualidad, la paternidad o los afectos desde una perspectiva sincera y cercana. Por ponerle una pega, el papel de Gari, el jardinero con discapacidad intelectual, está interpretado por Enric Auquer, un actor sin discapcidad. No obstante, tras su acertada y respetuosa interpretación se intuye un más que valorable trabajo de documentación.

Estos datos ponen de manifiesto que algo está cambiando en la industria del cine, especialmente en España. Sin embargo, todavía queda mucho trabajo por hacer. Hoy en día nos llevaríamos las manos a la cabeza si vieramos a un actor blanco pintado de negro para interpretar a un afroamericano. Entonces, ¿por qué no dar la oportunidad a las personas con discapacidad de representar su propia realidad? La experiencia demuestra que el resultado es positivo: se consigue una visibilización y normalización de la discapacidad, la historia gana en realismo y los intérpretes demuestran su valía profesional. Todos ganamos.