Siempre se habla con indisimulado desprecio del cine español realizado entre 1960 y 1985. Se dice que, mientras Goddard y Truffaut innovaban el séptimo arte en Francia o Fellini en Italia, aquí nos dedicábamos al llamado landismo y a las películas de Gracita Morales y Paco Martínez-Soria.
Y tienen razón. En este país se hacía un cine muy distinto al que se hacía en los países de nuestro entorno. Y casi seguro peor. Porque, pese a que existían honrosísimas excepciones como Fernán-Gómez, Berlanga y demás, el cine comercial español del tardofranquismo tenía una calidad media lamentable.
Ejemplos hay de todo tipo. Desde Alfredo Landa y José Luis López-Vázquez buscando a las suecaaaaas a Gracita Morales o Florinda Chico discutiendo con el señoritooooooooo. O Paco Martínez-Soria haciendo de sí mismo en La ciudad no es para mí (1966) de Pedro Lazaga. Este último forma junto a Ignacio F. Iquino, La tía de Carlos en minifalda (1966), y Mariano Ozores, con sus películas de Pajares y Esteso posteriores, la Santísima Trinidad de ese tipo de cine.

Y lo peor de ese cine no es que fuera malo, es que era omnipresente. Porque, sin ir más lejos, estos tres directores anteriores eran capaces de perpetrar seis o siete películas al año. Y es muy duro ver cualquier sábado Cine de Barrio en Televisión Española y tener que agradecer cuando de repente ves aparecer a Antonio Ozores, con el que al menos la risa estaba asegurada. Y uno se da cuenta de que en aquel cine había muy poco que rascar.
¿O sí que lo había? Porque habrá opiniones para todos los gustos, pero viendo esa época con perspectiva positiva, sí que se encontraban cosas buenas en ese cine.
Cuando a los actores se les llamaba «cómicos»
Así, de primeras, decir que fue la cantera de la mejor generación de actores que ha tenido el cine español. Una especie de Al salir de clase en la época franquista. Porque tanto Landa como José Sacristán o López-Vázquez tendrían que comer cuando eran jóvenes. Ya habría tiempo para sus obras magnas. Había que abrirse paso, aunque fuera a codazos.
Y un actor ha de formarse. Así, sin El cálido verano del Sr. Rodríguez (1965), donde Lazaga y López-Vázquez definieron el término que se aplica al marido «abandonado» por su familia en el verano de la ciudad, no existiría La prima Angélica (1973). Ni quizá ninguna de las obras maestras de Saura con López-Vázquez. O sin Jenaro el de los 14 (1974) Landa no habría hecho nunca Los santos inocentes (1984). O Sacristán no habría bordado su interpretación en Un lugar en el mundo (1992) sin haberse curtido antes con Lo verde empieza en Los Pirineos (1973).
Porque al final han sido ellos, los grandes, los que han quedado. Poca gente se acuerda de otros, como Juanito Navarro o Emilio Laguna, salvo por nostalgias de juventud. Pero de Landa, Sacristán y López-Vázquez sí. Y estos sí que son La Santísima Trinidad del cine español. Y nos seguimos acordando de grandes cómicos como Ozores, Tony Leblanc y Gracita Morales, pero no de sus películas.
Ellos quedaron. Su cine, no.
Y es una pena. Porque no todo el cine de esa época ni de esos directores era estrictamente malo. Así, y que me perdonen los críticos sesudos, Mariano Ozores hizo alguna película bien digna. Sin ir más lejos Los bingueros (1979), paradigma del cine de Pajares y Esteso, es una comedia aceptable. Y es mejor aún Yo hice a Roque III (1980). Se trata de una parodia divertida, con ritmo ágil y argumento liviano pero bien hilado. Y con algunas conversaciones descacharrantes entre Pajares, Esteso y Ozores, como esta. Nada para ganar un Oscar, pero tampoco lo era La forma del agua (2017).

Y también hay que reconocer que, antes de entrar en la espiral ultraprolífica de los sesenta, Lazaga e Iquino hicieron buenas películas. Por ejemplo Iquino dirigió un policiaco modélico como Brigada criminal (1950). Y Lazaga hizo con Los tramposos (1959) una radiografía mordaz y con ingenio de la picaresca española de esa época.
¿Era España como su cine, o al contrario?
Al igual que, le pese a quien le pese, también eran retratos de España Vente a ligar al Oeste (1972) o Yo soy Fulana de tal (1975), por poner dos ejemplos más de Lazaga. Hablaban del españolito medio de aquella época y de una sociedad un tanto pacata y reprimida. Pero con ganas de divertirse.
Y de ir al cine a cachondearse de las miserias y los anhelos de los habitantes de su país. Un país diferente a cualquier otro de su entorno. Para bien o para mal. Y con un cine diferente. Un cine al que la gente iba a pasar un buen rato riéndose con dobles sentidos más o menos hábiles y, quien sabe, en el que a lo mejor alguna teta se le había pasado a la censura.
Y así, sin darse cuenta, la España aislada de Europa se fue convirtiendo con el tiempo en el país moderno y la democracia consolidada que conocemos desde finales de los ochenta. En un país como cualquier otro. Y se empezó a hacer un cine parecido al de cualquier país, con sus virtudes y defectos.
Pero en el que ya nadie busca a las suecaaas.