Viktor Frankl y la existencia desnuda

La resiliencia es un concepto de la ciencia física que describe la “capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”.

Esta noción fue adoptada por la psicología como símil de una capacidad humana. La fortaleza ante la adversidad. Pero no sólo la aptitud para afrontar crisis o situaciones potencialmente traumáticas, sino, además, para salir fortalecidos de ellas.

Resilience

El psiquiatra austriaco Viktor Frankl  (1905-1997) es uno de los mejores exponentes del concepto. Primero, como sujeto activo: fue un superviviente de los campos de concentración nazi. Y, en segundo lugar, como teórico. Como resultado de aquella experiencia, publicó en 1946 un libro emblemático.

El hombre en busca de sentido es una obra de referencia, no sólo por ser testimonio de uno de los episodios más terrible de la historia. También por su interesante estudio del comportamiento humano en condiciones extremas y por los mecanismos de supervivencia y defensa que en ellas se activan.

Viktor Frankl: PRISIONERO 119.104

 Frankl, nacido en una familia judía vienesa, estudió psiquiatría en los años 20 y se especializó en el tratamiento de la depresión y la prevención del suicidio. En 1942 fue deportado al campo de concentración nazi de Theresienstadt, en la actual República Checa, y pasó por diferentes centros (Auschwitz entre ellos), hasta su liberación en 1945. Sus padres y esposa, también prisioneros, no sobrevivieron.

En los campos fue uno más de la mano de obra esclava que cavaba zanjas o construía túneles para las empresas constructoras. Sólo puntualmente se requirieron sus servicios como médico, cuidando a enfermos de tifus.

En estas condiciones, Frankl analiza su propio pensamiento y conducta, así como las de sus compañeros. El resultado de sus observaciones es un ensayo psicológico sobre la experiencia del cautiverio que será la base para la definición de su enfoque psicoterapéutico, la  logoterapia.

 

En su libro, el autor describe tres fases en la experiencia de reclusión: internamiento, vida en el campo y liberación y vida posterior. Cada una de ellas, a través de pequeñas anécdotas, cotidianas pero brutales, describe el ejercicio de deshumanización y tortura al que fueron sometidos los prisioneros. Y a su vez, el logro de algunos seres humanos (él es el mejor testimonio) de sobreponerse a ello.

La existencia desnuda

La experiencia más dura del internamiento es la pérdida: de las posesiones materiales, del nombre propio, incluso del propio vello corporal.  Sólo queda “la existencia desnuda”. En este shock inicial se dan ataques agudos de añoranza. También de repulsa, por las condiciones de vida en el campo: el uniforme harapiento, las calles enfangadas y las letrinas desbordantes de porquería.

Es en estos momentos cuando el riesgo de suicidio es más elevado. Y no es que luego la muerte no esté presente de manera constante. Es sólo que, avanzada la reclusión, la opción es, simplemente, dejar de luchar. Más que el papel activo del suicidio, el prisionero entonces se dejará morir.

Pero aún en esta fase inicial, después del golpe del internamiento, aparece la apatía. Así se logra dormir en una litera de 2 x 2,5 metros donde se apretujan nueve hombres o se atiende sin pestañear a la amputación de los dedos congelados del pie de un compañero:

“asco, piedad y horror eran emociones que nuestro espectador no podía sentir ya”

Apunta Frankl sobre la necesidad de adormecer las emociones como mecanismo de defensa. Es la vía para soportar unas condiciones de vida terribles, con maltratos diarios y sin explicación, aleatorios.

Y sin embargo, la fuerza del individuo consigue mantenerse. Así, el autor detalla la impotencia y dolor moral que sufre cuando le castigan injustamente. Destellos de luz bajo un objetivo primordial: conservar la vida.

Huir hacia el interior

Frankl constata que aquellas personas con una vida intelectual rica lograron proteger mejor su yo íntimo. Podían abstraerse del entorno a través de la imaginación. Por ello, muchos prisioneros con condiciones físicas endebles sobrevivieron a otros de complexiones mucho más robustas.

También el amor supone una herramienta clave para soportar un estado de desolación total, en el que no es posible ninguna expresión, ninguna actividad positiva. El sentimiento amoroso deviene una experiencia trascendental porque supera lo físico. Aun ante la ausencia de la persona amada, el sentimiento es capaz de redimir y dar fuerzas al propio Frankl.

Por tanto, la vida interior y la imaginación son armas poderosas. El recuerdo glorioso del pasado, pero también, en el presente, la apreciación de la belleza en la contemplación de la naturaleza (los prisioneros quedan demudados ante las cumbres de los Alpes austriacos en un traslado, o señalan un atardecer especialmente hermoso a sus compañeros).

En este caso, entra en juego un cambio de papeles entre lo “real”, las duras condiciones, los sentimientos entumecidos; y lo “irreal”, el recuerdo o la proyección hacia el futuro. Ante unos factores externos que no se pueden cambiar, la libertad del hombre reside en la elección de esta actitud interna:

Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino. 

Este posicionamiento es una opción personal ante la apatía, la ira, y la irritabilidad. Para no volverse un animal egoísta y sin instintos. Para ser digno de sus sufrimientos, tal y como indica la famosa cita de Dostoievski.

Precisamente una de las máximas de Viktor Frankl en su libro y su propuesta psicoterapéutica (la logoterapia), es asumir el sufrimiento como parte intrínseca del ser humano. Una tradición de pensamiento filosófico que encuentra antecedentes en los filósofos estoicos o Schopenhauer.

Una vida con sentido

De la observación y análisis de la vida en el campo de concentración, Viktor Frankl propone su propuesta de intervención clínica. En la logoterapia el psiquiatra entiende el “vacío existencial” como origen de las neurosis. El problema de base es que las personas buscan el sentido de su vida, pero la clave es, en cambio, vivir una vida con sentido. La respuesta no está, por tanto, en lo externo, sino en la posición propia. Pero ¿cómo se logra?

Según los principios de Frankl, de tres maneras distintas. Primero, teniendo un objetivo al que se llega a través de la acción, desde el aquí y ahora, proyectándose en una meta futura. Estableciendo un propósito en la vida que marque las actuaciones. Un proyecto creativo, una causa por la que luchar…

Segundo, a través de la experimentación de determinados valores, aprendiendo a recibir lo que el mundo ofrece, y especialmente, a través del amor. Y tercero, a través del reconocimiento del sufrimiento como parte inevitable de la condición humana, estableciendo una actitud consciente y valiente ante la adversidad.

No hay recetas

El libro de Frankl es una obra indispensable. Su lectura no ofrece el consuelo fácil de los libros de autoayuda. Sin embargo, sacude los cimientos de la inercia cotidiana y desplaza, valiente, la responsabilidad al lector. Un hombre, una mujer en busca del sentido.