Aunque Foucault diga en Los espacios otros que la obsesión del siglo XX es el espacio, el tiempo, desde que dejó de estar al servicio del ser, no ha dejado de ser un problema. Donde “problema” no quiere decir algo que haya que resolver, sino algo que hay que pensar. Dice Foucault: “Nadie ignora que la gran obsesión del siglo XIX, su idea fija, fue la historia (…) Nuestra época sería más bien la época del espacio. Vivimos en el tiempo de la simultaneidad, de la yuxtaposición, de la proximidad y la distancia, de la contigüidad, de la dispersión”. Curiosamente Foucault, al decir que la obsesión del siglo pasado y el presente es el espacio, no puede hacerlo sin recurrir al tiempo.

Hubo un tiempo en que al tiempo no había que dedicarle tiempo
No hace falta retrotraerse excesivamente en la historia para encontrar sistemas de pensamiento donde el tiempo sólo era una mala excusa del ser. El mismo Heidegger, antes de alzar el tiempo al nivel del ser como indica el título de su obra más conocida, Ser y tiempo, consideró éste, el tiempo, como algo ya fundado por el ser. Si no hay nada, apoyaría el joven Heidegger, no hay tiempo.
Ésta etapa del pensador alemán está fuertemente condicionada por el Catolicismo, ya que quiso ser sacerdote primero y teólogo después. Muy distinto se mostrará el primer Heidegger, el de Ser y tiempo, al acercar peligrosamente el tiempo a la nada. La ruptura definitiva con el Catolicismo y la caída intelectual hacia la extra-temporalidad del tiempo no lo marca tanto su renuncia física, a través de una carta, como el salto conceptual que provoca el dejar de considerar lo fundado, el hombre, a imagen y semejanza de lo que funda, el ser. Este es el salto en el que la preocupación por el tiempo comienza a resonar.
Así se expresaba Heidegger en una carta recogida por Safranski a unos de sus maestros de juventud, el padre Krebs: epistemológicas que atañen a la teoría del conocimiento histórico han provocado que el sistema del Catolicismo se convierta para mí en problemático e inaceptable -pero no el Cristianismo y la metafísica, aunque a ésta la tomo en un nuevo sentido”.
Éste nuevo sentido del que habla Heidegger, no es otro que el de introducir el tiempo, la historia intempestiva, como parte esencial de su filosofía. Ahora, la pregunta por el ser, la pregunta por la cosa del pensar, será siempre desarrollada a través del Dasein. Un Dasein que al preguntarse nunca podrá dejar de lado la historia, su historia.
Aion y Cronos: una estructura compleja
Se puede diferenciar entre dos lecturas del tiempo. O más bien entre un tiempo, el que quita tiempo, y todos los demás, que posibilitan el estar en el tiempo.

Del primer tiempo, el que cuenta, ya se sabe demasiado. Es el tiempo de la agenda, las horas, el tiempo que hace que no haya tiempo. Es así como se construye este tiempo. Primero se debe considerar que el tiempo se da en una sola línea temporal. En segundo lugar se deben trazar cortes cada cierto espacio, haciendo de esta manera subdivisiones interminables en esta misma línea. Por último, se reúnen las divisiones reduciéndolas a una unidad: el tiempo. Así es como se posibilita la medida del tiempo.
No obstante, como muestra la paradoja de Zenón Aquiles y la tortuga, el tiempo es más complejo. De la otra cara del tiempo se encuentra un tiempo indivisible, infinito. Un tiempo más pequeño que la porción de tiempo más pequeña pensable y más grande que la porción más grande que se pueda imaginar. Es un tiempo que es demasiado. Y por ser justamente demasiado es demasiado poco.
El filósofo francés, Deleuze, en su obra Lógica del sentido llamará al tiempo de las horas Cronos y al tiempo indivisible Aion. Aion será el “espacio” donde el ser subsiste, donde aflora el sentido a través del acontecimiento. Ésta diferencia la explica en la “Vigésimo tercera serie: del Aion”: “Desde el principio, hemos visto cómo se oponían dos lecturas del tiempo, la de Cronos y la de Aión: 1:°) Según Cronos, sólo existe el presente en el tiempo. Pasado, presente y futuro no son tres dimensiones del tiempo; sólo el presente llena el tiempo, el pasado y el futuro son dos dimensiones relativas al presente en el tiempo. (…) Un encajonamiento, un enrollamiento de presentes relativos, con Dios como círculo extremo o envoltura exterior, éste es Cronos”.
Aion en cambio es el espacio donde siempre se da el pensamiento, el arte, el amor y la poesía. Es en este presente eterno instante fantasmagórico, descanso infinito, dónde tienen lugar todas las experiencias del sujeto. Una vez se mira el reloj se trae Cronos a la presencia, reduciendo así la experiencia a unos pocos minutos, días, meses o años. No importa cuánto tiempo marque Cronos, siempre será suficiente o insuficiente, pero nunca demasiado o demasiado poco.
Éste “mirar el reloj” no es sólo literal. Cronos se presenta al acabar de leer un poema o al terminar un cigarrillo. Es el momento en el que, terminado o no, se tiene consciencia de que se está leyendo o se está fumando. Momento en el que el presente deja de ser instante para situarse de nuevo en una sola línea divisible, controlable y paradójicamente improductiva. No se habla aquí, no obstante, del “tiempo libre”. El tiempo libre es sólo otro “espacio” más de Cronos, divisible y controlable. No se trata de tener tiempo sino de pasear con el tiempo. A Cronos se puede ir, en Aion sólo se puede estar. Cronos se puede explicar pero Aion, en cambio, sólo mostrar.