Chernóbil Le Miau Noir Teresa Rodríguez
Noria en el parque de atracciones de Pripyat || Teresa Rodríguez Morán

Chernóbil, 30 años después

Chernóbil, 26 de abril de 1986. En el reactor número 4 de la central nuclear Vladimir Ilich Lenin los trabajadores realizan una prueba ya ejecutada en otras ocasiones: se simula un corte de suministro eléctrico resuelto con éxito anteriormente. La mayoría ya conoce el desenlace: dos explosiones que causaron la muerte directa a 49 personas, la evacuación de otras 135.000 y la emisión de una gran masa de partículas radiactivas 500 veces superior a las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, con unas consecuencias fatales para el ser humano y la naturaleza.

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Estatua del tercer ángel del apocalipsis en Chernóbil. || Teresa Rodríguez Morán

Un viaje a La Zona Muerta

A escasos 120 kilómetros de Chernóbil se encuentra la capital de Ucrania, Kiev. Es allí donde empieza este viaje en el tiempo. Un viaje a una región postapocalíptica que se ha quedado congelada desde 1986. La agencia encargada del traslado hasta la zona de exclusión nos reúne a todos en frente del hotel Dnipro, muy cerca de la plaza del Maidan, en el centro de Kiev. La zona de exclusión fue creada rápidamente tras el accidente nuclear para evacuar a la población local y comprende un total de 30 kilómetros alrededor de la Chernóbil. Los presentes son parte de esa hornada de turistas oscuros, aficionados a un turismo basado en lo macabro que busca plasmar una postal de la tragedia.

Ya en la furgoneta, el militar Denis, que será el guía durante todo el viaje,  nos facilita el dosímetro alquilado con el propósito de medir la radiación remanente en la zona. La dosis que recibe la ciudad Kiev y otras capitales como Nueva York o Madrid es de 0.14/0.15 micro Sieverts, un nivel de radiación que no constituye ningún peligro para el ser humano. No se tarda mucho en comprobar que esa cifra bailaría de forma muy dinámica durante las próximas horas.

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Mapa de la zona de exclusión en Chenóbil. || Teresa Rodríguez Morán

El Sievert se convertiría en un buen amigo en los diferentes escenarios a los que uno tendría que enfrentarse durante el resto del día. Se trata de la unidad encargada de medir la dosis de radiación absorbida por la materia viva. Una radiación entre 0 y 0.25 Sieverts se considera normal y no tiene ningún efecto nocivo sobre los seres humanos. El guía comenta que no hay ningún peligro al visitar la zona de alienación. Sin embargo, no se permite a los visitantes acudir con pantalón, falda cortas o leggins. También se recomienda tirar la ropa a la basura una vez terminado el viaje y se aconseja llevar un buen calzado para transitar sobre una tierra manchada por una contaminación invisible.

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Guardería en Chernóbil. || Teresa Rodríguez Morán

Una de nuestras primeras paradas es en la guardería, lugar donde la radiación es sensiblemente mayor. Para muestra, el guía aproxima el dosímetro a uno de los árboles, momento en el que este comienza a pitar de forma descontrolada.

A continuación, nos invita a acceder dentro, eso sí, por un máximo de 15 minutos. Las primeras imágenes desoladoras se clavan en la retina: vestidos de niños, un zapatito tirado por el suelo, muñecas, libros desperdigados por el suelo cuyas páginas muestran el temario que los niños iban a estudiar, dibujos y camas con sábanas desgastadas. El polvo se acumula en los pupitres que permanecen testigos del paso del tiempo en un lugar exánime. Uno se pregunta si todo este atrezzo ha sido distribuido adrede para captar nuestra atención.

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Cartel de Pripyat. || Teresa Rodríguez Morán

Pripyat, la ciudad envenenada

El viaje continúa hasta Pripyat, boyante ciudad soviética construida en los años 70 con el propósito de albergar a los trabajadores de Chernóbil y sus familias. Se encuentra a tan solo 3 kilómetros de la central nuclear. Constituye una de las ciudades fantasma más grande que existen, repleta de todos los servicios básicos para servir a la población, instituyéndose como una urbe joven y moderna. La joya de la Unión Soviética en urbanismo. En 2016 lo único que se percibe es silencio y una sensación agorafóbica al transitar en sus grandes avenidas por las que ya nadie pasea. 

El año en que ocurrió el desastre, en 1986, los jóvenes matrimonios con una media de edad de 25 años daban a luz a más de 1000 bebés que nacían cada año en la urbe. Hoy día solo nace y crece la vegetación a su libre albedrío. Y en el interior de los bloques de viviendas todavía es posible encontrar sillones, muebles arrastrados por los suelos, colchones raídos por el paso del tiempo, algunas fotografías de familia, etc. Todo un muestrario de objetos que sus apresurados propietarios tuvieron que abandonar durante la evacuación, creyendo que pronto iban a regresar.

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Mesa abandonada en Pripyat. || Teresa Rodríguez Morán

Los bloques de viviendas y las grandes avenidas se quedaron igual que aquel día, expuestos a una naturaleza salvaje para reconquistar lo que era suyo, devorando lentamente la ciudad, creciendo la hierba incluso dentro de las propias viviendas.

La noria amarilla como símbolo de Chernóbil

El siguiente punto del viaje es, posiblemente, al lugar más representativo de la tragedia de Chernóbil. La noria amarilla. Situada en el parque de atracciones de Pripyat, que llegó a ser inaugurado durante 2 horas el 27 de abril de 1986 para mantener a la población entretenida antes de anunciar la evacuación masiva de la ciudad.

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Noria en el parque de atracciones de Pripyat. || Teresa Rodríguez Morán

Se trata de un lugar que destaca por ser uno de los más radiactivos de la urbe, llegando hasta los 25 micro Sieverts por hora.  A su lado, se encuentran los deteriorados coches de choque y las sillas voladoras. Un parque donde lo único que se percibe es soledad.  Su majestuosa noria, enormemente radiactiva, seguirá posando como imagen icónica de la ciudad fantasma más grande que existe.

Antes del almuerzo toca aproximarse al reactor número 4, el accidentado, recubierto por el antiguo sarcófago. Solo es posible llegar hasta 30 metros de él. Junto a nuestro grupo, se encuentra el monumento conmemorativo a todos los héroes que sacrificaron su vida para evitar el cataclismo nuclear. Es allí donde el dosímetro comienza a pitar frenéticamente.

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Dosímetro en el monumento a los héroes. || Teresa Rodríguez Morán

Tras 15 minutos expuestos a una elevada radiación junto al monumento, además de pasar la mañana en la zona de alienación, los primeros síntomas aparecen: mareos, náuseas y una sensación generalizada de agotamiento. Denis indica que es la hora de descansar y almorzar con los trabajadores que realizan las labores de construcción del “arco”,  levantamiento que protegerá al sarcófago accidentado de cualquier fuga radiactiva y que será inaugurado en noviembre de 2016.

El Pájaro Carpintero Ruso

La Guerra Fría dio lugar a construcciones que nunca antes se habían visto. En el último escenario se vislumbra un ejemplo magnífico de ello presenciando al Duga-3, Chernobyl-2 o también llamado “Pájaro Carpintero Ruso”. Se trata de una esperpéntica estructura de comunicaciones situada en el bosque. Duga-3 se convirtió en el oído del sistema de defensa ruso. Era un gigantesco transmisor y receptor de alerta temprana de misiles balísticos, lanzados hipotéticamente por Estados Unidos. Sus más de 800 metros de largo y 100 de alto hacen de este monstruo de acero uno de los objetivos militares soviéticos más fascinantes.

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Duga 3, «El Pájaro Carpintero Ruso». || Teresa Rodríguez Morán

Treinta años después, el accidente de Chernóbil constituye la mayor catástrofe nuclear de la historia. Hoy día continúan los trabajos de limpieza y descontaminación en la zona. Se construye un nuevo sarcófago que sustituirá al antiguo, ya con grietas.La tierra seguirá inhabitable por decenas de miles de años y las consecuencias sobre los seres humanos y la naturaleza persisten. La contaminación invisible permanecerá presente y el futuro de la central continúa siendo todavía incierto en 2016.

Teresa Rodríguez Morán

Nací en Madrid, estudié en Italia y ahora escribo desde Moldavia.