Llegué, como siempre, puntual, a la redacción el pasado día. Miré desde la entrada y todo me pareció igual, mismas caras, mismos becarios, mismo hilo de progreso (ninguno) y misma fatalidad costumbrista. Caminé hacia mi puesto y cuando llegué, también, como siempre, saludé:
– Buenas -dije, nadie contestó.
Ensimismados en su trabajo, más forzado que nunca, no quisieron levantar la vista del teclado, supongo que les aterra saber que mi mirada inquisidora les acusa de cobardes. Son cobardes… ¡y como tal deben ser juzgados!, serán acusados por compasión, por tremebunda pasividad, por inactividad escrita y ante todo por su fatal perspectiva de cambio. Será este mi panfleto, será este mi testamento y guía final:
El periodismo, es ese arte de hacer lo que te de de la gana por hacer lo que te de la gana, es escribir sobre tus propias experiencias, incluso vitales. El periodismo es arremeter violentamente contra todo aquello que nos repulsa, el periodismo es verbo, es palabra, es ataque y contraataque, el periodismo también es pobreza, es marginalidad y banalidad.
La naturaleza viva del periodismo es aquella que se enfrenta contra el poder establecido, es aquella que de forma innata y casi, por qué no decirlo, natural, no cree en la objetividad porque como bien dijo Don Miguel de Unamunono somos objetivos porque no somos objetos, somos subjetivos porque somos sujetos; y este axioma universal no iba ser menos en tan denostada profesión…
En el periodismo actual quedan pequeños restos, a exhumar, en el que de forma asquerosamente prepotente me incluyo, que representan el periodismo romántico, el periodismo de suicidios, el periodismos de faltas graves y duelos posteriores a la luz del alba, quedan periodistas fumadores y ante todo alcohólicos. Este bello arte es la máxima representación de la libertad, del todo por el todo y la nada por la nada, arrastra perfume de burdel parisino, quedan restos de bohemia, de salvajismo y de sexualidad escrita.
Sin embargo, la profesión se ha enrarecido de un tiempo a acá, huele a cloaca urbana… es el hedor pestilente de la falta de libertad, del yugo editorial y del látigo estatal. La libertad ha muerto: el periodismo ha muerto. Porque no se concibe, y no se puede concebir, un periodista que no sea libre, que esté atado por convencionalismos sociales, por costumbrismos respetuosos y por buenismos desenfrenados.
La línea, que lleva al abismo, editorial, es morfina periodística. Adormece al periodista, le deja sin sentido alguno y de forma totalmente autómata mueve al susodicho en favor de la verborrea del subdirector o director del medio amigo del stablishment. Este no debería ser un mensaje revolucionario ya que las revoluciones se crean y es imposible crear la propia naturaleza humana. Este es un mensaje de ensalzamiento, de apología de la escritura suelta, de la mano flotando y la escritura mostrando aquello que somos, aquello que no nos atrevemos a manifestar: señor director… además de bobo, tiene por castigo la mamada política.
Esta es la cruda realidad, se trata del estancamiento de la profesión. Pero aún, hoy, avistamos en el horizonte un barranco de infinidad de posibilidades, hay que lanzarse, no queda otra sino batirse, hay que tomar iniciativa, se es o no se es, ni medias tintas ni tintas medias, no queremos débiles, no queremos mojigatos. Periodistas, hagan esto o éste será vuestro epitafio perfecto. Por Fígaro y Hunter S. Thompson, si esto no es así yo mismo me quemaré a lo GONZO.