Todos conocemos a Tony Stark: el alter ego humano de Iron Man, el superhéroe que se dedicó a las armas hasta que se cayó del caballo como un Saulo de cómic, el Vengador que merendaba shawarma después de salvar al mundo de los chitauris, el personaje que devoró a Robert Downie Jr para regocijo de los aficionados de Marvel. En realidad, el hombre de hierro no está basado en el actor (aunque se parezca), sino en el científico-empresario sudafricano Elon Musk. Elon atesora ideas revolucionarias y empresas en funcionamiento (PayPal, Tesla, Solar City, Space, Hyperloop, conquista de Marte, segunda parte de Jumanji…) casi al mismo ritmo que el dueño de Stark Industries Inc. colecciona supermodelos en su tiempo libre (¿Por qué Pepper? ¿Por qué?)
Mientras el bueno de Elon Musk, entre divorcio y divorcio, planteaba un futuro donde el usuario final sea productor y acumulador de energía mediante baterías conectadas a la producción solar autónoma, en España hemos “clavado” (en el término literal de la palabra) un impuesto al sol que grava la autogeneración del usuario final. En otros países se empieza a buscar la tercera revolución industrial con una madurez e independencia energética del ciudadano; en España comparativamente, estamos argollados a la pared buscando una chispa frotando dos piedras. Una auténtica mordida para evitar que alguien haga competencia a las eléctricas gracias a su sensibilidad y planificación personal. No somos quien para valorar las motivaciones del Iron Man de carne y hueso (imaginamos que un mezcla entre esa costumbre tan occidental de ganar dinero y ayudar a la sostenibilidad del planeta…en proporciones desiguales) pero es evidente que señala con el dedo al enemigo a combatir: Gobiernos y eléctricas. Los primeros controlan el precio máximo de las tarifas por decreto y esa diferencia entre costes e ingresos, se financia a través de los impuestos de todos (los que pasan por caja claro, lo de “Hacienda somos todos” es solo un eslogan) para engrosar el balance de las Endesa, Iberdrola y Gas Natural patrios. Ya tenemos fijado quién es el culpable de esta situación: son el nuevo Ultron, el próximo Moriarty, la casilla 610 de la Renta, la siguiente rodaja de piña en la pizza, el viejo Montgomery Burns….
“¡Bah! No será para tanto”. Por poner un ejemplo real que nos facilita Gesternova con mucho acierto. Paso1: El estado cobra unos 9€/año (IVA aparte) por cada kW de potencia y panel casero instalado. Paso2: Conozca el mercado de la energía (el 70% de la producción, en el mejor de los casos, se suma a la red gratis porque no hay demanda extra) y paso 3: La compañía la vende al vecino a 12 céntimos kWh. Desde el salón de casa pierde dinero a espuertas mientras la eléctrica se lo lleva más cómodo que usted. Por ser “verde y limpio” ha instalado paneles solares en el momento que tuvo la oportunidad y que solo si tiene acceso a arbitraje internacional, podrá recuperar algo de lo invertido. Enhorabuena, bienvenido al país de los efectos retroactivos. Marca España. Viva y bravo.
Uno de los mayores temas tabú en España es el de la energía: genera especial sensibilidad social. Marta Flich lo clava. El diccionario de lo eléctrico en España roza la vergüenza (la misma que tapar el sol a base de impuestos a ojos de la comunidad internacional) ya sea yendo a la letra P de “Puertas Giratorias”, a la B del “Bono Social” recientemente tumbado por el Tribunal Supremo, o a la D de “Deficit de Tarifa” y la titulización histórica de la deuda eléctrica (30.000 millones de euros… Hagan sus apuestas, que siga el juego). Sin prisa, pero sin pausa, hemos importado de la cuna de la democracia (sobre el papel Grecia) uno de sus problemas más fáciles de atajar y más difíciles de digerir: la pobreza energética. 7 millones de españoles con problemas para pagar la luz, o dicho en lenguaje de la calle: más de 80 estadios como el Bernabéu pasando frío día a día. Nos pasamos media vida dando palmas… Unos por necesidad y, otros, por gusto.
La ciencia económica (y la cultura popular) nos enseña que los (peores) oligopolios nacen poniendo barreras de entrada a la oferta, estimulando la demanda y eliminando la competencia. La única diferencia con Narcos es que en la ficción, no se ve a Pablo Escobar dictando a Gaviria de su puño y letra la ley por la cual legalizan la cocaína en Colombia. En España, lo hemos hecho más sutil y tenemos el BOE como arma de destrucción masiva. Ya no es elegir entre Plata o Plomo, sino entre Calor o Hambre.
Conclusión: Mientras sigamos teniendo el cártel de las eléctricas o una regulación laxa que proteja al consumidor en vez de salvaguardar la cuenta de pérdidas y ganancias del productor, aumentar el coste de la factura eléctrica será como robarle un caramelo a un niño (como intentaba hacer el señor Burns) y seguiremos siendo el país con la energía más cara de Europa. Esto no es un capítulo de los Simpsons donde todo vuelve a su estado natural; esto es la cruda realidad (que siempre supera a la ficción) y arrastramos con nosotros el frío, el hambre, la necesidad, las deudas, el déficit, el impuesto al sol y todos los “Excelentes” que se musitan en las alturas y que se sufren a ras de suelo. Doh!
Da igual quién sea el Señor Burns de turno, necesitamos a nuestro propio grupo de Vengadores dispuestos a añadir un poco de luz (renovable) al problema energético de España para no tener que escribir el siguiente artículo a la luz de una vela. Mientras llega la siguiente receta bimensual (próximamente en sus mejores buzones) recuerden que hay alguien que estará vigilando desde las sombras para evitar que tapen el sol y vacíen nuestros bolsillos. No busquen a Elon Musk, no molesten a Tony Stark, no mencionen al Capitán América, ni siquiera piensen en la Agente Carter. Acuérdense de su nombre: ella es Maggie Simpson, la primera vengadora eléctrica. La que evitó que el cielo de Springfield se ocultara para siempre y que ojalá, tuviéramos en España.