Mad Max: Fuego y sangre (I)

George Miller, cineasta australiano nacido el 3 de marzo de 1945, es a día de hoy uno de los directores aussies más consagrados. Los más pequeños de la casa se habrán encontrado con su nombre en las pantallas a la hora de ver filmes como Babe, el cerdito valiente o Happy Feet, ambas con su consecuente secuela. Sin embargo, seguramente a los padres de estos también les sonará este director, mayormente conocido por ser el creador del universo Mad Max.

En un mundo post-apocalíptico devastado por la guerra, donde la gasolina escasea y la sociedad se desmorona, los coches tuneados a lo cafre se han puesto de moda entre los supervivientes. El planeta se ha convertido en un vasto yermo plagado de peligros y personajes dementes ataviados con trajes de cuero. La ley del más fuerte se ha instaurado a lo largo y ancho de este inmenso desierto, donde la violencia, la locura y el desenfreno están a la orden del día.

Mad Max cuenta con una estética característica que ha influido tanto en otras películas de similar estilo como a videojuegos o arte en general. La indumentaria de los personajes que aparecen en pantalla es uno de los sellos distintivos que hacen de este universo uno de los más interesantes de la ficción. El cuero, las armas y los muscle cars son la santísima trinidad en la escenografía de la saga.

Miller estrena en 1979 Mad Max: Salvajes de autopista, protagonizada por un jovencísimo Mel Gibson cuya carrera se vería propulsada a la fama tras su participación en este filme. A pesar de haber sido producida con un escaso presupuesto de 350.000 dólares consiguió recaudar unos 100 millones de dólares en todo el mundo. Dicho filme pasó a ser considerado una película de culto que asentaría la estética madmaxiana que marca toda la saga.
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Esta primera entrega muestra a un joven Max Rockatansky, uno de los últimos policías que tratan de mantener a salvo a la gente del yermo. Es aquí donde se muestra el desmoronamiento moral y psicológico de Max, que pasa de ser un patrullero y padre de familia a un solitario guerrero de la carretera tras la muerte de su familia a manos de unos pandilleros.

Transformación a mito

A pesar del éxito comercial de este filme, Miller no tenía intención de realizar una secuela que continuase las aventuras de Max. Esto cambia cuando conoce al periodista Terry Hayes, que se encarga de la novelización de la primera película. Juntos comienzan a trabajar en el guión de la segunda parte de las desventuras de Max Rockatansky. Sin pretenderlo, habían transformado al personaje en un clásico héroe mitológico: un héroe abatido. Max es una persona que no cree en el reconocimiento de su parte humana y que acaba convirtiéndose en el salvador del nuevo orden.

De este modo en 1981 se estrena Mad Max 2: El guerrero de la carretera. Esta cinta supera con creces la calidad de su predecesora, contando con un guión muy elaborado y unas actuaciones soberbias. La ambientación del yermo se acrecienta aún más, centrándose en paisajes más desérticos y la casi total inexistencia de flora y fauna.
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Su presupuesto fue de 4,5 millones de dólares, que la convirtió en la película más cara rodada en Australia por aquellos tiempos. Norma Moriceu fue la diseñadora del vestuario, inspirándose en ropa sadomasoquista, punk y añadiendo complementos deportivos como hombreras y protecciones. Se llegaron a utilizar más de ochenta coches, casi todos creados especialmente para la filmación de la película. El director artístico Graham Walker y su equipo fueron los encargados de la creación de los vehículos, que marcarían la senda a seguir para las próximas películas. El coche más destacado es el Interceptor V8 de Max, rescatado de la primera película y que actualmente se encuentra en el Cars of the Stars Motor Museum de Keswick.
Esta segunda entrega supuso un éxito aún mayor que la primera, por lo que Warner Brothers decidió distribuir y financiar una tercera. Comenzaron a surgir dudas entre los fans de la saga, que se preguntaban si podría esta tercera entrega estar a la altura de las anteriores.
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