Yo no culpo a la viña
por el regalo de sus senos de azúcar
y nirvanas de ida y vuelta.
No culpo a la tierra caliza
que pintó sus zapatillas de blanco,
ni a sus manos doradas:
esas que acaricia el solano
ebrio de su belleza de otoño.
No culpo a los sarmientos porque regalan
su última lágrima al olivar.
Tampoco culpo a quien sembró la cepa;
él sabe que el sol vive en sus frutos.
No culpo a quien la hizo presa en cárceles
de roble, tiempo y sombras.
Ni a la luz tinta y blanca
que tiñe los labios de verdades y confidencias,
desvistiéndose en una copa que atrapa los momentos.
Yo solo culpo al pájaro que en jaulas de cristal
hiere con tempestades y vuela sin medida
creyéndose Baco.
Noviembre 2016