El 27 de enero es el Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto. La elección de esta fecha se debe a que hace justo 72 años era liberado, por parte del ejército soviético, el mayor campo de exterminio de la Alemania nazi: Auschwitz-Birkenau, en Polonia.
Una fecha esperanzadora dentro una historia triste. Seguramente, la más triste de todas las historias. No sólo por el número de víctimas asesinadas, sino también por el momento y el lugar. Aquella Europa que ya sabía lo que era la democracia, la igualdad o los derechos del hombre, conceptos desterrados a base de cámaras de gas y hornos crematorios.

Holocausto con mayúscula
Cierto es que holocaustos ha habido muchos, entendidos como “gran matanza de seres humanos”, según la RAE. Y lamentablemente, los sigue habiendo. Pero Holocausto, con mayúscula, sólo hay uno. Aquel que se llevó por delante una cifra estimada de seis millones de judíos a lo largo y ancho de toda Europa a manos de la industria de la muerte nazi.
Sí, industria. Ese es el término clave. Una palabra que convierte aquella “solución final” en aún más aterradora. Era algo mecanizado, normalizado. Un proceso en el que las víctimas eran completamente deshumanizadas, como si fueran residuos. Había una hora en la que se empezaba a matar judíos y otra a la que se terminaba. Y así, jornada tras jornada. Fábricas de muerte.
En otras guerras, los holocaustos eran y son consecuencias de la ocupación de un territorio o de la usurpación de un poder. Una consecuencia de los objetivos marcados. Para los nazis el Holocausto no era un daño colateral, era uno de los objetivos principales de su política.

Seguir sus huellas
Definido el Holocausto, alguien podría cuestionar la necesidad de conmemorarlo. Tal vez sería mejor olvidarlo, sobre todo para las víctimas. Pero en la inteligencia colectiva siempre resuena la frase “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”, de George Santayana.
No sólo resulta importante que el recuerdo a las víctimas del Holocausto tenga una fecha concreta, y que esa fecha sea positiva. También es importante que cada individuo se interese por qué pasó, cómo pasó, quiénes lo hicieron y quiénes lo sufrieron.
Que al viajar por las grandes ciudades de Europa uno no se pare sólo a admirar las fuentes, las catedrales, las grandes plazas. Que también tenga tiempo para las antiguas zonas de los guetos, para los campos de concentración, para los paredones. Berlín tiene una gran vida nocturna, pero también un célebre monumento al Holocausto. Algo similar a lo que ocurre en Cracovia, Praga, Budapest, Amsterdam… En medio continente.

Pero hay más. El cine, la literatura, la televisión y cualquier disciplina artística están plagadas de recuerdos para las víctimas del Holocausto. Desde La lista de Schindler o El diario de Ana Frank, pasando por El niño con el pijama de rayas o La vida es bella, amén de otros menos conocidos. Una pequeña búsqueda y aparecen cientos de opciones.
Un proceso que se puede repetir con el resto de holocaustos que a lo largo de la historia han tenido lugar también en Asia, África o América Latina, principalmente. La minúscula en la palabra tampoco le resta importancia a las víctimas.
Y todo con un claro objetivo. Que las huellas del Holocausto sean el recuerdo, el conocimiento, los monumentos, la conciencia colectiva. Que aquellas huellas nunca vuelvan a llevar a nuevos holocaustos.