Como si de Bill Murray tras despertarse con I got you babe se tratase, finaliza un año más. Mil noticias y mil historias junto a él. Por supuesto, también esto ha influido en el panorama de la literatura. 2015 ha supuesto una vuelta de viejos amigos y ventas millonarias. De sonados fenómenos y comedida protesta social. Galones y honores a la élite de las letras, con su medida del público bien cogida. Así pues, no estaría de más un escueto repaso a lo acontecido en estos pasados 365 días.
Hablar de algo tan subjetivo como Literatura atiende a unas variables que, si bien no son acogidas con unánime complacencia, son las habituales en este campo. Por un lado, se suele tener en cuenta el volumen de ventas. Por otro, los premios más sonados del circuito en cuestión. Ora nacional, ora internacional. Asociaciones y empresas privadas se reparten la jugosa tarea de sentar cátedra entre focos y tabloides. De este modo, no es extraño llegar a una conclusión maquiavélica sobre este mundillo de marras. Nadie lo sabe.
Hablar de literatura, algo subjetivo
Viejos conocidos vuelven a las librerías pasados consiguientes periodos de inactividad. Umberto Eco publicó Número cero en algún recóndito momento del anuario pasado. Una trama sobre periodismo y políticos. “Los periódicos no están hechos para difundir sino para encubrir noticias”, susurra Bragadoccio, protagonista de la novela. Un periódico fantasma dirigido por una trama, cuanto menos, gótica.
Murakami, esa perfecta fusión entre Hemingway y Roy Batty, quiso intentar sorprender al público con su nueva colección de relatos. Hombres sin mujeres ahonda en el fatalismo “marca de la casa”. Hombres abandonados por mujeres, privados de su presencia. Mujeres que entran y salen de la vida de aquellos, sin posibilidad alguna de comunicación, sin segundas oportunidades. El autor de Tokio Blues, uno de esos clásicos populares de concierto de año nuevo, presenta un desvarío onírico ideal para almas perdidas. Una excusa llamada 269 páginas para abandonar todo lo exterior.
Asimismo, los críticos han impulsado la carrera de alguno que otro al gran público. José C. Vales, ganador del premio Nadal 2015, presentó Cabaret Biarritz a principios de año. «Divertidísima, excéntrica y extravagante», afirmó el jurado. No obstante, se trata de un relato que guarda ciertas semejanzas con respecto al perfil de su autor. Es una amalgama de fotogramas del pasado. Las Rita Hayworth y los Billy Wilder se suceden uno detrás de otro.
Alicia Giménez Bartlett se llevó el premio Planeta 2015 y los 601.000 euros con un thriller pornográficamente masculino, Hombres desnudos. Se distingue el mismo atrezzo de novela predilecta por parte de los jurados. Drama social, acorde con tiempos de crisis y situaciones denigrantes. “Mal de muchos, consuelo de tontos”, que diría el refrán.

Svetlana Alexiévich se alzó con el Nobel de Literatura por su obra polifónica que, de acuerdo con el jurado, “es un monumento al valor y al sufrimiento en nuestro tiempo”.Gracias a ello sus obras podrán ser traducidas al español, al menos. Comprometida con la situaciónde Rusia y su país natal, Ucrania, su pluma, a caballo entre la crónica periodística y la autobiografía soviética, ha sido galardonada por multitud de premios. El Premio Herder, de Europa del este, está entre ellos.
Los premios se suceden como si de divisiones deportivas se tratasen. Lentamente, los nombres de estos ganadores se pierden en el océano del olvido o indiferencia. Andreu Carranza o Marta Sanz son algunos de estos nombres. Su reivindicación prioritaria es, sin ir más lejos, poder vivir de lo escrito. Es poder arañar alguna cumbre en las clasificaciones de libros más vendidos. Poco que hacer ante Grey, de E. L. James, vapuleado por la crítica y adorado por el público. Dilemas.
Es a veces inevitable para el lector ruborizarse ante el rango de librerías o establecimientos del mismo palo. El manido cliché de “cualquiera puede publicar un libro” en todo su esplendor. La moda de los actores de salón asalta el medio escrito. “Youtubers” a babor y ejemplares a estribor. Nombres artísticos como AuronPlay o Yellow Mellow se hacen un hueco en los estantes. Nadería de garrafón, que vislumbra un cambio de tendencia en el pretexto del escritor de estos nuevos tiempos.

Ventas, premios. Premios, ventas. No puede dejarse de hablar de otra cosa. Sea 2015 o 2014. La Literatura no debiera de atender a esquemas tan encorsetados como estos. Bill Murray se atrona con la tonadilla de Sonny & Cher, y sabe que le toca leer los mismos libros, hablar de la misma realidad y escribir las mismas tonterías sobre el mismo panorama. No le queda otra: romper el despertador. No sería el único que lo hiciera.