Decir que Jack Lemmon es uno de los actores más grandes de la historia del séptimo arte es una obviedad. Sin embargo, no lo es tanto decirlo de uno de los monstruos del cine patrio, José Luís López-Vázquez. O al menos no para el gran público, el cual le asocia con aquel antediluviano grito de «!las suecaaaaas!» tan propio del mal llamado landismo, pues bien se podría haber llamado el lópezvázquismo.
Y es que no muchos saben que el gran George Cukor, tras trabajar con él en Viajes con mi tía (1972), dijo de López-Vázquez que era el «mejor actor del mundo». Y trató de convencerle para que se fuera a Hollywood. Como es obvio Jose Luis no se atrevió, dado su nivel de inglés de español de los setenta. Y tal vez, solo tal vez, las palabras de Cukor fueran una exageración y López-Vázquez no llegara a los niveles de Lemmon. Pero de lo que no hay duda es que comparten muchos atributos que les unen. Tanto que se podría decir que López-Vázquez es el Lemmon español. O viceversa.
Dos actores, dos hombres de su(s) tiempo(s)
La primera y principal característica común es que los dos reflejaron como nadie al hombre normal y corriente de su época y, sobre todo, de sus respectivos países. Porque viendo al personaje de Lemmon en En bandeja de plata (1966) y el de López-Vázquez en Atraco a las tres (1962) o El verdugo (1963) podemos entender las diferencias entre ambas sociedades.

Y lo más importante es que los dos retrataban a este «Juan Nadie» con el mismo histrionismo controlado. Esto es, siempre bordeando la sobreactuación sin llegar a ella, con el punto justo de exageración para darle al personaje su cualidad distintiva. Ya fuera el trepa de El Apartamento (1960) o el hombre acomplejado por la derrota de la Guerra Civil en La prima Angélica (1973). Este último con el añadido para nuestro compatriota de también interpretar al joven protagonista en los recuerdos del hombre maduro.
Eso no era óbice para que, si el papel lo requería, se pudieran mostrar o bien extremadamente hieráticos o totalmente desatados. Ejemplos de lo primero serían el padre que busca a su hijo en Desaparecido (1982) de Costa-Gavras o el solterón reprimido que López-Vázquez retrata en Peppermint Frappé (1967) del maestro Saura. Y Lemmon mostró todo su histrionismo haciendo de Mr. X en Irma la Dulce (1963) del mismo modo que el español lo hizo en El bosque del Lobo (1970). Una de las joyas olvidadas del cine español, por otra parte.
Wilder y Saura, sus mejores cómplices
Otro de los aspectos en los que se parecían era que, pese a sus extraordinarias y dilatadas carreras, los dos sean asociados principalmente a sus trabajos con un director. Así, y aunque a nadie se le olvidan Días de vino y rosas (1962), de Blake Edwards, o la trilogía Nacional de Berlanga, siempre asociaremos a Lemmon con Billy Wilder y a José Luís López-Vázquez con Carlos Saura. Y seguro que ellos sabían que debían gran parte de su grandeza a estos dos monstruos.
Daphne y Adela, «sus queridas señoritas»
Y así, entre otros parecidos mucho menos importantes, como el que los dos siempre demostraban su afición a canturrear mientras interpretaban a sus personajes, no hay que olvidar una última y anecdótica similitud.

Y es que los dos alcanzaron, tras una sólida carrera como comediantes, la grandeza y el respeto profesional haciendo papeles de «mujeres». Hablamos, cómo no, de Con Faldas y a lo Loco (1959) y de probablemente la mejor interpretación vista a un ser humano, Mi Querida Señorita (1971). En esta maravilla de Jaime de Armiñán, López-Vázquez da una clase magistral de cómo un actor construye un personaje histriónico basándose en la pura contención. Y de cómo superar sus miedos, pues es un papel al que en principio se negó, por miedo al ridículo. Gracias a Dios le convencieron para hacerlo.
No obstante, siempre hubo una diferencia fundamental entre los dos. Porque, ¡ay! Lemmon era americano y, por lo tanto, mucho más mitificado que su versión cañí. De ahí que José Luís López-Vázquez tuviera que esperar hasta sus últimos días para recibir su Goya Honorífico mientras Jack almacenaba dos merecidos Óscar en su estantería.