«Sobre la fidelidad de un poema hasta la muerte» de José Fernando Ulúa

Escribí un poema y lo dejé libre

para que aprendiera a caminar.

Le di unos pesos para que conociera el mundo;

conoció distintos ojos,

abrió algunas bocas,

se escuchó en diversas voces.

Eruditos lo estudiaron,

arquitectos midieron su métrica,

botánicos lo deshojaron,

el Papa lo excomulgó,

el gobierno lo tachó de rebelde,

los poetas lo rechazaron;

tú lo aceptaste.

Mi poema creció con las hojas verdes, gracias a tus cuidados.

Vive contento contigo,

te quiere,

sobre todo cuando

se acuestan juntos

o le pones música;

le gusta verte andar,

semidesnuda,

en tu habitación.

Lo recitabas de memoria

en los funerales o siempre

antes de dormir,

como si de una

oración se tratara,

o te metías a bañar con él.

Te enjabonaba la espalda,

te cerraba los ojos,

lo metías en tus piernas,

lo resbalabas en tus senos

y te quedabas dormida;

mi poema fumaba, después,

acariciando tu pelo.

Un día no regresaste y se entristeció.

Preguntó por ti a tus familiares,

te buscó en lugares que frecuentaban,

me llamó para saber si te conocía.

Se sentó a esperarte pero se quedó dormido.

Alguien tocó a la puerta, en la madrugada,

necesitaban reconocer tu cuerpo.

Mi poema fue. Te reconoció.

Lo enterraron junto contigo.

Que nadie me lea,

quiero descansar en paz,

fue su último deseo.

Fernando Úlua

Escribo desde los ocho años. Soy ingeniero de profesión. Han publicado poemas de mi autoría en un par de libros, como coautor, y en algunas revistas literarias.