Que la historia es androcéntrica no es ninguna novedad. Son muchos los casos en los que se ha dado preeminencia al valor de los varones respecto al de las mujeres. Durante años se consideró que Monsieur Curie era el único meritorio en el matrimonio. Hasta que Amenábar dirigió Ágora, Hipatia de Alejandría era una desconocida para el gran público. Aún hoy las mujeres de la Generación del 27 son infravaloradas por algunos intelectuales. Y, para más inri, se sigue desprestigiando a cualquier mujer que sobresalga añadiéndole un artículo a su apellido: la Thatcher, la Merkel, la Caballé o el paternalista la Poni.

No es de extrañar que muchas mujeres se hayan escondido bajo el hábito masculino para ganarse el respeto de los hombres. Concepción Arenal acudía de oyente a la universidad vestida de varón. Cecilia Böhl de Faber firmaba sus novelas como Fernán Caballero. La francesa Amandine Aurore Lucile Dupin hacía lo mismo bajo el célebre seudónimo George Sand. Charlotte Brontë firmó su iniciática Jane Eire con el masculino nombre de Currer Bell.
Céspedes o el misterio
El listado no es interminable. No obstante, podríamos dedicar una vida entera a investigar sobre estas mujeres, famosas en algunos casos y anónimas en su mayoría, que han pretendido vivir como hombres en un mundo hecho por y para ellos. El caso de Elena de Céspedes es especialmente llamativo. El misterio que rodea a su vida le otorga un cariz de leyenda. Ningún dato parece fidedigno. Si se apuesta por una pista, se corre el riesgo de perderse en ella. Una simple búsqueda en internet nos dice que era mulata, nos indica su transexualidad o su hermafroditismo, y nos recalca su condición de primera mujer cirujana de España. Su nombre baila entre Elena o Eleno. Por eso la llamaremos simplemente Céspedes.

Céspedes y la Inquisición
Lo que sabemos de la vida de Céspedes es gracias al Discurso de su vida, su declaración durante el proceso inquisitorial que se abrió contra ella. En dicho Discurso, Céspedes trata de defenderse de las acusaciones del Santo Oficio: sodomía, usurpación de hábito y matrimonio ilícito. El tribunal que la juzgó entendía que era una mujer vestida de hombre que se había casado en segundas nupcias con otra mujer. Entendía también que, siendo mujer, cometía un delito al ejercer la cirugía, pues esta era una profesión reservada a los varones.

La defensa de Céspedes se basó en que era hombre. «Sus padres, deudos y vecinos le tenían por neutro y por hombre» dice el Discurso. Según Emilio Maganto Pavón en El proceso inquisitorial contra Elena/o de Céspedes «no podemos asegurar que la declaración de Elena no fue sino una patraña […] lo que sí es evidente es que algún tipo de anormalidad, posiblemente de comportamiento, debió suceder durante su infancia». Sin embargo, el alegato de Céspedes provoca muchas dudas. Es técnico, sofisticado y está plagado de conocimientos quirúrgicos.
Céspedes y su sexo
Céspedes hubo de someterse a múltiples exámenes con resultados contradictorios. El célebre cirujano de Felipe II Francisco Díaz certificó que era hombre y que «tenía su miembro genital bastante y perfecto con sus testículos». Posteriormente, cuando los expertos a los que acudió el tribunal le examinaron, se determinó que carecía de pene. Céspedes se defendió diciendo que un cirujano le había arreglado el miembro, que era pequeño y torcido, y que se le había caído pocos días antes.

Aunque existe una mayoría que opina que Céspedes era transexual, no hay quórum entre la comunidad médica. Para la doctora Suzanne Kessler el caso Céspedes es el de «una mujer pseudohermafrodita que sufría de hiperplasia adrenal congénita». Otros expertos, sin embargo, creen que fue un fraude y que se trata del caso de una mujer homosexual. Tampoco falta quien reivindique a Céspedes como una auténtica hermafrodita.
Hermafrodita o no, lesbiana, bisexual o transexual, hombre o mujer, el caso Céspedes es un claro ejemplo de que la búsqueda de la identidad sexual no es reciente. Aún más, es una prueba evidente de cómo esa búsqueda de la sexualidad no es otra cosa que la búsqueda de cómo vivir esa sexualidad en sociedad. De cuánto determina la sociedad tu sexualidad. En el siglo XVI que vivió Céspedes, hoy y siempre.