Roger Wolfe nació el 17 de octubre de 1962 y, aunque de origen inglés, su trabajo escrito se desarrolla, por suerte para muchos de nosotros, en lengua española. Ensayista, narrador y poeta, lleva desde la década de los ochenta publicando las que, tal vez, sean algunas de las obras más interesantes en el panorama de las letras, y más concretamente de la poesía, escritas en castellano.
El último de sus trabajos ha visto la luz hace poco a través de Tumblr. Allí Wolfe ha creado, gracias a la página de blogging, un lugar donde poder leer de manera gratuita y sencilla Pasos en el corredor. Se trata de una recopilación de poemas, pequeñas narraciones y reinterpretaciones personales de algunas letras de canciones que ahora pasaremos a analizar.

Englobado dentro de la corriente del realismo sucio, Roger Wolfe sigue fiel a su estilo: una escritura intensa y contundente que se lanza como un mazazo contra el pecho del lector a través de la narración de situaciones muy mundanas, muy normales, que, sin embargo, sirven para introducir al lector en una espiral de pensamientos tremendamente personales y con un calado existencial de primer nivel.
Así, a través de los pensamientos de alguien que mira el mundo desde su ventana, o del que se mira al espejo solo para verse desmejorado, se accede a una propuesta que mezcla el sentimiento de derrota vital y el sentirse superado por el desarrollarse de la rutina, con un deseo de intensidad y de vida.
Wolfe, Morrison y Warhol
El choque de estos dos Rogers crea espacios únicos de belleza poética como el que tiene lugar en «Rey Lagarto», donde mediante el sencillo recuerdo de Jim Morrison el autor mira a la muerte, primero a la del icónico cantante y luego a una potencial muerte propia, con la suave resignación del que se sabe vencido por lo inevitable.

Al mismo tiempo, ofrece también «Le voyeur de l’art», un relato corto que presenta a un hipotético señor Wolfe como dueño de una factoría al estilo de Warhol en una realidad alternativa donde tiene la capacidad económica para hacerlo. El relato es, en este caso, un soñar despierto, divertido, dulce, y aún así con ese amargo toque del autor que parece recordarle al lector, de manera implícita, «pero nada de esto es, ni será».
Cuando uno se sumerge en el trabajo de Wolfe, encuentra una suerte de diario de fracasos, de aspiraciones e inspiraciones y, sobre todo, de experiencias de vida. Un desarrollo profundamente íntimo que se le pega al lector fuerte y, poco a poco, va convenciéndole de que la etiqueta «realismo sucio» es reiterativa. Que solo hay una realidad y esta es, de por sí, sucia. Sucia pero intensa.
De eso trata todo al final, de una mirada intensa al fracaso, a las crisis internas o la propia ropa desgastada, pero también al sexo, a los deseos y a las emociones que mantienen en pie al poeta, y a todo el que consiga sentirse identificado con él.
La experiencia de leer a Roger Wolfe no es otra que la de reconocerse en él y con él. Una suerte de ejercicio de autocomprensión en los pesos y problemas propios que el autor vierte en sus poemas y narraciones. Y es que cuando se lee a Wolfe, se deja de estar solo con las derrotas y, mientras se le lees, uno pasa a estar junto a él. La situación real no cambia, pero siempre se agradece la buena compañía.
Una muestra de lo que le espera al lector:
«El alba es una pesadilla de cotorras y sirenas. Muy pronto dará comienzo el show. La música de fondo de Madrid, su inmisericorde banda sonora: sinfonía —¿Luigi Nono en el psiquiátrico?— de taladros de percusión haciendo contrapunto entre las zanjas. Mientras un sintecho en Carabanchel recoge la mano de Cibeles de una alcantarilla y la mete en una bolsa vieja de Carrefour.»
«Jardinero de otro mundo, 4»