Los libros insisten una y otra vez en que a lo largo de la historia los cambios se producen muy lentamente, de forma gradual. Se dilatan a lo largo de los años, en virtud de muchos factores… Pero no siempre es así. Hay, por ejemplo, ocasiones en las que este lento fluir converge, y el destino incierto y difuso de todo un pueblo se hace nítido inesperada y dolorosamente sobre la espalda de un solo hombre. Y Antonio Gala lo sabe.
La obra que fuera galardonada con el Premio Planeta del año 1990 ha llegado hasta hoy como uno de los títulos más reconocidos no sólo entre la bibliografía del autor. También entre toda la novela histórica en castellano.
Narra el contenido de unos manuscritos ficticios encontrados en 1931 por investigadores franceses en la mezquita de Karauín, en Fez. La primorosa caligrafía y el color carmesí, reservado para la cancillería real de la Ahambra, eran inequívocos: se trataba de las memorias del último sultán nazarí.
Al-Zogoibi: “el desventuradillo”
La historiografía, a veces inmisericorde, es, sin embargo, generosa con la semblanza de Boabdil. Lo suele presentar dotado de un espíritu sensible, ajeno a la ambición e inquieto por la cultura y por los placeres sencillos y despreocupados de la realeza. Sin embargo, no era tiempo de gobernantes ociosos. La determinación de los Reyes Católicos reactivó la Reconquista, congelada desde hacía tiempo por las disputas internas castellanas. Entre la espada y la pared, Boabdil tuvo finalmente que rendir Granada.
Gala cuenta cómo cada plaza que caía en manos de los cristianos es un nuevo mazazo, un nuevo paso hacia el desquiciamiento de la corte nazarí, hacia las intrigas palaciegas. Aliento para que un nuevo sultán se proclamara en alguna plaza. Todo esto acabó forjando en Boabdil una culpa y una melancolía monstruosas, de las que no pudo librarse nunca. Y que acabó destilando en estas memorias:
Porque todos fuimos alguna vez mejores, o más felices y más dignos. No obstante, toda música cesa. Hasta en nuestro recuerdo toda música cesa.
(Original del propio Boabdil, citado en la obra)
Gala y Boabdil
Además del tema histórico, los lectores habituales de Gala están acostumbrados a su predilección por el tema amoroso. Y no podía ser menos en la vida del sultán. Boabdil es pasional y entregado al amor romántico. Fuera de su matrimonio con Moraima, disfruta de lances con cortesanos y asistentes reales. En las reflexiones en torno al amor es donde Gala más se recrea. En ellas se intuye que habla desde la experiencia y el apasionamiento propio, desplegando una genuina capacidad para la empatía, subyacente a la naturaleza intemporal del hombre:
Pues cómeme, señor.
No así, no así. Yo quiero ser también tu pan de Egipto.
El pan hay que amasarlo antes, echarle levadura, y cocerlo, y esperar que se enfríe.
Tenía razón. El que no ama siempre tiene razón: es lo único que tiene.
Y no solo para el amor es Boabdil generoso, también para la admiración. En primer lugar, hacia su tío el Zagal, quien fuera sultán heredero de su padre y por tanto rival del propio Boabdil. Y en segundo lugar por Gonzalo Fernández de Córdoba, el futuro Gran Capitán. Los Reyes Católicos, sin embargo, se dibujan algo más mezquinos, menos honestos. En estos párrafos parece que se cae en el maniqueísmo, aunque no hay que olvidar que estamos leyendo las memorias del rey de uno de dos bandos en litigio.
Entre la historia y el ensayo
Y además del amor y la lealtad, desfilan por la obra otros temas recurrentes en Gala. A la religión, en la concepción redentora que de ella tiene Gala, se le concede no poco espacio. La nostalgia de la juventud, la lealtad, los hijos, el arte… Bajo todos ellos, los detalles políticos y bélicos de la época tienen poca importancia, habiendo momentos en los que el trasfondo histórico, pese a lo mítico, es más bien un escenario para la reflexión intimista.
Sueños de la Alhambra
Es posible que la realeza nazarí y el propio personaje de Boabdil aparezcan idealizados. Hoy es imposible saber si Fernando el Católico era realmente tan intrigante, si Isabel tan irritable o si el Gran Capitán tan admirable. Es posible también que ciertos pasajes admitan otra extensión en una obra en la que los eventos políticos y los lances bélicos se sitúan en un segundo plano. Por ejemplo, el cautiverio en Lucena o el sitio final de la Alhambra desde Santa Fe.
Pero sobre estas consideraciones, estos papeles carmesíes mantienen hoy un valor genuino, porque siguen teniendo el poder de hacernos viajar en el tiempo. A unos días en los que, en la mítica Alhambra, susurros de agua, noches mágicas y obras de arte oníricas presenciaron cómo la Historia juzgó, una vez más, en unos instantes una eternidad.