Se podría considerar el concepto de “canon literario” como uno de los más polémicos de la cultura universal. Ofrecer una definición de él es hablar de un lastre cultural que pesa desde la antigua Hélade. El canon, a pesar de su criterio estético y pedagógico, no deja de ser una imposición. Una definición neutra podría ser la siguiente: conjunto de obras y autores considerados como clásicos e imprescindibles por su calidad estética y formal.

El canon literario se puede dividir en tres tipos de corpus. El primero sería el institucional. Ámbitos como el político, el religioso, el periodístico o el educativo legitiman su poder a través de la elaboración de un corpus oficial. El segundo tipo sería el corpus popular. Aquí el poder recae en el comercio editorial y en el lector como consumidor. Por último, se hablaría de un tipo de corpus crítico en el que el factor clave es meramente intelectual. Los tres tipos se ven afectados por un factor contextual, es decir, varían según el contexto histórico.
Canon y géneros literarios
Cada época crea un panorama literario en el que proliferan un tipo de obras concretas. En este hecho radica uno de los grandes problemas de las listas canónicas entendidas como un todo absoluto. Durante el modernismo, por ejemplo, el género en auge fue la poesía y autores como Rubén Darío pasaron a ser canonizados. Ello no quiere decir que otros géneros literarios no se superposicionaran a la estética de la época. Así pues, el tinte modernista de los sonetos de Valle-Inclán se sigue perfilando en sus esperpentos teatrales, más cercanos a la Generación del 98. Unas obras que, finalmente, dieron fama al escritor como dramaturgo canonizando su estilo.

Discriminación literaria
No se puede olvidar tampoco el influjo social, el pensar de cada década. A lo largo de la historia se ha tendido a discriminar en base a muy diferentes motivos como pueden ser las creencias, la raza o el sexo de una persona. Por ejemplo, el peso de la sociedad machista también actúa como factor excluyente.
Muchas veces sucede que la mujer escritora no entra en el corpus, no por su calidad estética, sino por traspasar las fronteras de los roles heredados como hija, esposa o madre. La Generación Beat es un gran ejemplo de ello. Se trata de un movimiento que abanderaba la libertad espiritual y sexual, y que quedó mermado por la mentalidad norteamericana de los años cincuenta.
En este caso concreto, el canon lo único que consigue es la mitificación de los autores protagonistas y el olvido de aquellos a los que por contexto social se les privó del rol de escritor, como sucedió con las comunidades afroamericanas o las mujeres.

El poeta norteamericano Gregory Corso respondió de esta manera en una conferencia: “Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familias las encerraron en manicomios, se les sometía a tratamiento por electrochoque. En los años 50 si eras hombre podías ser un rebelde, pero si eras mujer tu familia te encerraba. Hubo casos, yo los conocí. Algún día alguien escribirá sobre ellas.” Y así ha sucedido como en la antología Beat Attitude (Ed. Bartleby). Si la década de los Beat queda lejos tan sólo hay que ojear las listas que se elaboran hoy en día sobre libros que un adolescente debe leer donde se siguen excluyendo a las mujeres.
La subjetividad del Canon
Otro gran dilema en la elaboración de cualquier canon es la subjetividad. La implicación personal es un elemento de alto riesgo. Un ejemplo de ello es el famoso Canon Occidental de Harold Bloom, más conocido por su polémica lista que por su calidad académica e empírica. La pretensión exagerada de Bloom torna a Shakespeare como “Dios” de las letras y centro total de la literatura occidental. Así quedan excluidos, bajo criterios personales, autores anteriores y posteriores al inglés. Toda la literatura es comparada y criticada desde un punto de vista shakesperiano no correspondiente con la imparcialidad requerida por cualquier corpus.
Muchas veces los factores que condicionan la canonización de una obra son intencionados. Las ideologías políticas han manipulado a lo largo de la historia numerosos listados literarios. Nadie osaría quitar, por ejemplo, del canon literario germano la gran figura de Heinrich Heine, uno de los grandes poetas del romanticismo alemán. Una figura clave en la literatura alemana que durante 1933 y 1945 no se encontraría en ninguna antología o corpus de clásicos alemanes. Su origen judío y su exclusión constante, sin embargo, no han impedido que se convierta en uno de los poetas más traducidos de Alemania.

Traducción como parte del Canon
La manipulación de estas listas se lleva a cabo en muchas ocasiones a través de la reescritura. La forma más relevante de reescribir es la traducción, por sobrepasar los límites culturales de cualquier comunidad lingüística. Por este mismo hecho, la traducción es una parte esencial en la formación de cualquier canon como puente entre literaturas.
La manipulación, directa o indirecta, radica en la imagen que crea la traducción y que coexiste con la imagen real de un autor o una obra. Por ejemplo, la idea que de Goethe tenían los románticos ingleses como Byron era una versión abreviada de Fausto traducida al francés e incluida en De l’Allemagne de Madame de Staël.
A favor del canon literario se puede decir que es de alguna manera indispensable para la creación de literatura. La literatura canonizada debe tomarse como una lista pedagógica sin excluyentes. Una lista abierta por y para todos. Un corpus que no ha de dejar de crecer y aumentar porque el estancamiento de las obras no-canonizadas supondrá el fin de la literatura de una lengua.