Suele decirse que «el primer beso es un robo», que «la reja es el teléfono de más corto hilo para hablar de amor» o que, en definitiva, «amor es despertar a una mujer y que no se indigne». Tras estos bellos y pulcros aforismos se esconde el magna obra de uno de los autores más destacados de la Literatura española. Se habla de Ramón Gómez de la Serna Puig, prolífico escritor y periodista.
RAMÓN, en mayúsculas, como él siempre quiso, concibió a su vez el bello arte de la greguería. Agudos laudos resultantes de la confrontación entre realidad y ficción. Producto de esta magistral mezcla entre humorismo y símbolo, se rinde ante el lector una genial muestra del poder de nuestra habla, sin subestimar la inestimable influencia de autores como Samosata, Renard o Shakespeare.

La greguería, algo único
La greguería es algarabía, es Quevedo hundido en un chato de vino, es «que le dejen a uno llorar y reír a solas». En resumidas cuentas, es la magia que depara la inhóspita sucesión de vocablos y sintagmas que se usan para moldear la existencia. Ordena los íntimos deseos apilados en la cabeza, «la pecera de nuestras ideas» y los viste de fiesta para salir a disfrutar de la verbena estival. Teletransporta a lugares de ensueño como Venecia, el sitio donde navegan los violines. Hace de la monotonía del día a día una aventura colosal al pasear y darse uno cuenta de que «los globos de los niños van por la calle muertos de miedo». Hace que se consuma la moral al ver que «cuando la mujer pide ensalada de frutas para dos, perfecciona el pecado original».Envuelven en fruslerías, pues la vida es sueño: «las rosas se suicidan».

Don Ramón dedicaría hasta tres libros para recoger todas sus greguerías. Toda una vida apercibida desde los ojos de una de las mayores mentes de España, que veía la realidad con el candor del niño, la impudicia de la concubina y el juicio del anciano.
Se iría, finalmente, en 1963. No obstante, su recuerdo sigue presente hoy en día. Todavía puede verse su garboso andar por los Jardines de las Vistillas, siempre atento, siempre inexperto. Siempre inmortal. Que nadie deje de soñar en la más grande de las lenguas románicas, la de RAMÓN. La española.