Esperando a los bárbaros o cómo construir un discurso colonial

El ser humano describe el mundo a través del lenguaje. Expresa lo que ve, lo que siente, lo que desea. Pone nombre a las cosas, las califica por sí mismo o por la influencia de otros. Cómo lo hace, cómo articula ese lenguaje, cómo se comunica, todo ello mueve el mundo. Un movimiento que también incluye la construcción de muros y la división dentro de sociedades y culturas. J. M. Coetzee toma el vocabulario y el lenguaje del discurso colonial para crear una breve novela, Esperando a los bárbaros, que refleja sus efectos sobre un mundo sin nombres.

Foto de Andrée Lanthier | bloodyunderrated.net esperando a los bárbaros

Foto de Andrée Lanthier | bloodyunderrated.net

Esperando a los bárbaros: Identidad y poder

Y es que solamente hay dos nombres propios presentes a lo largo de toda la historia: “el Imperio” y “el coronel Joll”. Son los dos únicos elementos que disfrutan de una denominación con mayúscula, como si se tratara de una especie de honor. O, simplemente, de una expresión de su poder, de su importancia frente al resto. “El Imperio” como figura territorial, “el coronel Joll” como figura de autoridad. Y nada más. Porque ni siquiera aquellos que están al servicio de ese imperio tienen el privilegio de tener un nombre propio.

Coetzee presenta un imperio que emborrona las identidades de quienes están bajo él, incluidos sus subalternos. La historia está situada en un lugar marginal, aunque dentro de las fronteras consideradas civilizadas. El hecho de estar en territorio fronterizo convierte cualquier pequeña y lejana amenaza bárbara en un asunto de urgencia, y las fuerzas centrales acuden al rescate. Es entonces cuando la soberbia de quienes se sienten protegidos bajo el paraguas del “Imperio” aflora con todo su esplendor.

Adaptación de Philip Glass (Ópera, 2005) | literatureandhumanrightsyork.wordpress.com esperando a los bárbaros

Adaptación de Philip Glass (Ópera, 2005) | literatureandhumanrightsyork.wordpress.com

Disidencia: enemigo interno de un imperio

En medio de esta situación, Coetzee juega con una doble actitud. Por un lado, muestra la total falta de escrúpulos hacia los considerados enemigos. Todo aquello que amenaza la gran estructura de poder merece ser humillado y aniquilado sin miramientos, así como todo aquel que tenga reparos hacia ese comportamiento. Así, por otro lado, cuestionar esas actuaciones convierte al objetor en un paria automáticamente, en alguien cuya voz no debe ser escuchada. En este caso, es el protagonista quien sufre el rechazo de quien en un principio le ofrecía protección y trabajo.

Los disidentes pagan su actitud de muchas formas, y es algo que Esperando a los bárbaros refleja con bastante crudeza. El rechazo y el desprestigio sociales son solamente dos de las muchas consecuencias que tiene morder la mano que te da de comer. Y es que hacer la vida imposible a un objetor disuade a los objetores potenciales de alzar la voz. Los mecanismos de control son implacables.

El bien mayor, esa dominación total, justifica cualquier barbarie y emborrona también cualquier objeción moral. Pero esta dominación no se apoya solamente en una violencia directa, sino también en la violación automática de cualquier promesa civilizada. Todo vale con tal de mantener al bárbaro fuera de las fronteras, pese a que quienes pretendían proteger acaban resultando nocivos. El mal autóctono es aceptado de cierta forma como si fuera un precio justo a pagar. Hay silencio, tabú. Mientras, a gritos, se proclama a los cuatro vientos el terrible mal que supone un grupo aislado de bárbaros.

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Yvonne Muinde (2011) | thenovelettesblog.wordpress.com

Una autoridad blindada

Coetzee describe un ambiente desolador, un desierto real y simbólico moralmente. Un lugar alejado de la metrópolis y de la tierra de los enemigos, una especie de tierra de nadie. El poder del “Imperio” está sumamente centralizado, y las propias gentes de la periferia son consideradas casi extrañas. Por un lado, resultan beneficiosas porque son el saco de los golpes, la primera barrera, en el caso de que haya problemas. Por otro lado, mejor tenerlas lejos, ya que no dejan de ser una especie de servicio doméstico.

Esperando a los bárbaros hace un esbozo de unas líneas discursivas coloniales que, en realidad, no son tan complejas. El funcionamiento del poder no es tan complicado. Hay algo muy a tener en cuenta: “el Imperio” solamente se sirve a sí mismo, y se valdrá de todos los medios necesarios para protegerse. Todo se estructura bajo esta premisa, y cualquier incoherencia discursiva se diluye ante la voz de la autoridad.

Es algo que no conviene olvidar: a la autoridad se le perdonan las incoherencias. No tiene reparos en contradecirse porque tiene la seguridad de no ser cuestionada, o no lo suficiente. La amenaza de la violencia es capaz de blindar el discurso más pobre del mundo. Coetzee hace un retrato creativo y sencillo de un sistema que, pese a no ser una historia real en sí, consigue poner los pelos de punta. Imprescindible.