¿Se puede ser ninfómana y romántica al mismo tiempo? Hombres y mujeres del siglo XXI, el mundo no está preparado para acogerlas. Outsiders de la posmodernidad, seres a medio camino entre dos tiempos. Suscriben la máxima de liberación sexual que llegó con el movimiento contracultural del mayo francés del 68, pero no quieren renunciar al atormentado espíritu romántico. Fue así como surgió el ninforromanticismo.
Si te encanta el sexo, experimentar, lo practicas/sientes el impulso de hacerlo con asiduidad, pero tienes la trágica tendencia a enamorarte mediante el erotismo, tú también eres ninforromanticista y sufres los males que acompañan dicha condición.
Ya lo auguró la gran cantante franco-canadiense Mylène Farmer: “Je, je suis libertine / Je suis une catin / Je, je suis si fragile / Qu’on me tienne la main | Soy una libertina / Soy un putón / Yo, yo, soy frágil / Cuando me cogen de la mano”. Al igual que ella, las ninforománticas pierden la fuerza por la vagina.
Hoy en día nuestra sociedad acepta a la mujer libertina, liberada sexualmente. La hipersexualidad o ninfomanía, el deseo sexual incontrolable, se contemplan como un mal menor. La gente amorosa también tiene cabida en un mundo bombardeado por la industria Hollywood y sus comedias románticas. Ahora bien, todo lo que se sale de la norma no está superado en la práctica.
“Si llega a establecerse una conexión físico-mental abrumadora, ahí, amiga mía, empieza lo malo”
Es habitual toparse con dos tipos de hombres con intenciones radicalmente opuestas, lo cual es desconcertante: los que únicamente buscan sexo y los desesperados por tener una relación o casarse. Todo ello conduce a una encrucijada a las ninforománticas, para los cuales el sexo es fundamental, pero no sin amor. Una cosa lleva a la otra. Parece que si estás abiertísima, si tu cuerpo te pide sexo con una frecuencia diaria y eres una dama que habla sin tapujos de sus experiencias de alcoba, ya te catalogan como “una tía de puta madre”. Una con la que pasárselo bien, sin complicaciones, que no te pide nada más. Lo que sucede es que, en la mayoría de casos, las ninforománticas pueden disociar sexo de amor, pero si llega a establecerse una conexión físico-mental abrumadora, ahí, amiga mía, empieza lo malo.
Tal y como lo apuntó el pensador Erich Fromm en El arte de amar (1956), la existencia viene marcada por una experiencia de aislamiento que nos angustia y de la que sentimos necesidad de vencer. Por ello, buscamos la unión mediante estados orgiásticos, droga y sexo. Pero este mecanismo de huida nos provoca una sensación de culpabilidad y arrepentimiento que nos conducen a una mayor sensación de aislamiento. La solución madura al problema de la existencia es, por tanto, el amor. Un amor que se base en la idea de la balanza: en querer, no “por” sino “a pesar de”, “a pesar de que ronca” en vez de “porque me gusta su pelo”. En último término, una sociedad sana es aquella que se atreve a amar. Por ello deberíamos de sumarnos a la corriente ninforomántica. Porque, ¿qué sería del mundo sin el sexo con amor? ¡Viva el erotismo humanista, viva el Ninforromanticismo!
