Hay una chica
con astros en la boca
besando los rojos párpados del suelo,
desnuda, sin cuerpo
y sin sangrados,
un reflejo solitario,
una caverna desahuciada.
Los hombres pasan detrás de ella
y se jactan de lo que no es
y lo que no tiene
y la hacen transformarlos
en oscuros seres
como niños de la calle o lagartos moribundos.
La chica grita
sin escupir lo que hay de ella,
lo que es del color de los sueños inocentes,
de las luces de feria
y la vida, la vida.
Pero siempre llueve,
y nada funciona porque los hombres
no se pudren y hace frío.
Y hay leones en los ventanales,
pero nadie se preocupa.
No hay dramas compartidos.
La chica llora
y dice “azul”
pero todo es rojo
como los apaleados y los ciclos
de los calendarios.
Y acabará por cubrirlo todo
y apagará los astros y llenará
las casas de ratones.
Y la chica dormirá,
sin cuerpo, sin sangrados
sin la vida.