La gran recogida de alimentos: migajas que no alimentan

Cada año, al inicio de la campaña navideña, una iniciativa solidaria se celebra a las puertas de supermercados y grandes superficies comerciales. Es la ya clásica «gran recogida de alimentos».  Instaladas en toda España, a las puertas de los establecimientos colaboradores, grandes cajas contenedoras se llenan de productos donados por la clientela, que son clasificados y ordenados por miles de personas voluntarias. Su contenido va a parar los bancos de alimentos de todo el país, y de ahí, a través de una red de diferentes organizaciones asistenciales, a personas en situación de pobreza.

Por ello, es común que los medios de comunicación se hagan eco de la iniciativa. Concretamente, en la campaña de este año, un informativo mostraba en su noticia, a modo de anécdota feliz, cómo un generoso colaborador hacía la donación de un carro entero lleno de productos.

Un primer plano enfocaba la compra en cuestión, para cerrar la pieza informativa. Un carrito hasta arriba de tetrabriks de leche, paquetes de arroz y pasta, botes de tomate frito y galletas maría. Todo de marca blanca. Una compra grande en volumen pero ¿también en valor nutricional?

 ¿Será que los pobres únicamente pueden asimilar hidratos de carbono de bajo nivel nutritivo? ¿Es inmoral darles un buen chuletón o una merluza de pincho? 

Productos en la Gran recogida de Alimentos
Productos en la Gran recogida de Alimentos de Córdoba 2017 || Fuente: Youtube.

Tener derecho a comer (bien)

Entendido como el derecho a alimentarse dignamente, el acceso a una alimentación adecuada es un derecho humano internacional al que se han comprometido muchos países, entre ellos España.

En concreto, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, de la cual España es miembro), apunta que la realización del derecho a una alimentación adecuada no es solo una promesa que cumplir a través de la beneficencia. Es un derecho humano de cada mujer, hombre, niña y niño que ha de cumplirse con acciones apropiadas de los gobiernos y los actores no estatales.

La contradicción de la campaña de recogida de alimentos es, por tanto, la de otras tantas propuestas basadas en la buena voluntad que, sin embargo, no intentan comprender, ni menos incidir, en la causa de las situaciones de pobreza. Se plantea la ya clásica dialéctica entre la caridad y la justicia social. Entre las limosnas y los derechos. De ahí surgen, con razón, las críticas.

Gorda y pobre…

En primer lugar, el tipo de alimentos que se recoge en la iniciativa no es siempre el más adecuado para una dieta equilibrada. El supercarro de la tele es un buen ejemplo. Esto es debido a que, para empezar, el reclamo de la campaña solicita que se entreguen alimentos no perecederos. Lo recogido es, en su mayoría, producto fácilmente transportable y almacenable: pastas, arroces, galletas, leche, verdura enlatada, más aceite de girasol que virgen extra. Contradictoriamente la OMS alerta que el abuso de los hidratos de carbono frente a las proteínas de la carne y el pescado suponen jóvenes y adultos con  sobrepeso, obesidad y enfermedades relacionadas con el régimen alimentario (cardiopatías, accidentes cerebrovasculares, diabetes y cánceres). Hoy los pobres están gordos.

Pan para hoy

En segundo lugar, la campaña (ya lo indica su nombre) está planteada como una actividad corta limitada en el tiempo. Su objetivo es recoger el máximo de kilos de comida en tres días. Como los pobres tienen la mala costumbre de comer diariamente, lo recogido abastece apenas las reservas de un par de meses de los bancos de alimentos.

¿Cuál es entonces el objetivo real del evento? En forma, contenido y repercusión funciona igual que cualquier campaña de marketing. Construir marca y captar clientela. Pero ¿de quién?

Yo gano, tú ganas, ¿él gana?

Para llevar a cabo la captación se cuenta con las grandes cadenas de distribución, que facilitan el espacio para las grandes cajas de recogida en la entrada de, por supuesto, su propio establecimiento. Es una fórmula mágica: no solo se aumentan las ventas sino que se ofrece una imagen solidaria y positiva a la clientela, la actual y la futura. Si además contribuyen con donaciones en especie, las empresas consiguen desgravar fiscalmente.

Los donantes sienten que contribuyen a la mejora social. Pero es una posición, cuanto menos, ingenua: ¿de verdad consideran que donando un paquete de arroz se está favoreciendo a la lucha contra la malnutrición?

Este es, quizás, el aspecto más negativo de la campaña, porque es el más sutil . No se cultiva la  capacidad crítica de la ciudadanía. Al contrario, al igual que si de una oferta más se tratase, se llama a consumir más, apelando a una emoción: la compasión. No hay lugar, por tanto, para la denuncia de un modelo de consumo insostenible.

Poster Boy , Flickr
Poster Boy || Fuente: Flickr

Un modelo perverso

La campaña de «la gran recogida de alimentos» es solo una anécdota. Pero oculta aquello realmente criticable: un modelo económico basado en el desperdicio y la mala gestión y distribución de los recursos. Concretamente, una aproximación bien fundada a los bancos de alimentos la proponen el economista Jordi Montagut y el antropólogo Jordi Gascón, en su libro  ¿Combatir el hambre con las sobras?

Un interesante acercamiento que desplaza el foco del qué: personas pobres que no pueden comprar alimentos para vivir; al porqué: hasta qué punto influye el sistema agroalimentario actual en el desperdicio de alimentos y cómo esto se da a la vez que cada vez más personas ven vulnerado el derecho humano a la alimentación en una sociedad como la española.

Los bancos de alimentos basan su funcionamiento, sobre todo, en la gestión de excedentes alimentarios. Paradójicamente, estos existen porque hay alimento que se produce en exceso y se desperdicia. Y esto ocurre por un modelo de producción agroalimentaria a gran escala, en manos de grandes industrias que controlan los precios y marcan estándares de aspecto y tamaño. A esta gran industria le interesa la sobreproducción alimentaria, para conseguir la consiguiente caída de precios y el aumento de sus márgenes comerciales.

Comida desechada

Abrir el foco

Lo que plantean Montagut y Gascón es que el mecanismo de los bancos de alimentos no aborda las causas profundas de la pobreza ni plantean una solución a medio y largo plazo al problema de la malnutrición.

No se discute, por supuesto, que  los alimentos recogidos, en la campaña y durante todo el año (estos últimos sobre todo provenientes de excedentes),  son recibidos por personas necesitadas. Evidentemente hay organizaciones responsables que gestionan estos recursos y que dan fe de que son bien recibidos. El cuestionamiento se dirige, sobre todo, al formato de la iniciativa y a la oportunidad perdida de denunciar las injusticias y desigualdades que contiene el modelo de consumo que, paradójicamente, promueve la campaña.

Cuestión de justicia: redistributiva

Muchas iniciativas con la etiqueta de «solidarias» se acercan a las personas en situaciones más desfavorecidas desde una posición de privilegio, de superioridad. No es posible hablar de pobreza sin tener en cuenta la desigualdad. La primera es consecuencia de la segunda, y la segunda implica a todas las personas que forman parte de un sistema social.  Intermón Oxfam publicaba a principios del pasado año un informe en el que se señalaba que en España, la fortuna de tan solo tres personas equivale ya a la riqueza del 30% más pobre del país.  Y que se deja de ingresar aproximadamente 1.550 millones de euros como resultado de la actividad canalizada a través de los 15 paraísos fiscales más agresivos del mundo, el 58% del déficit del fondo de reserva de las pensiones en 2017

La manera más eficaz de luchar contra la pobreza es que el acceso a los recursos básicos sea un derecho igual para todas las personas. Y esto se consigue con un sistema fiscal redistributivo. Ya lo dice la Constitución, nada menos en su artículo 31.1:

«Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio».

Además de como contribuyente, la ciudadanía tiene un papel decisivo en este engranaje: la elección de su consumo. Como consumidora, tiene en su mano la clave de elegir y comprar con otra visión. Favorecer el comercio de proximidad, los productos de kilómetro 0, por ejemplo, son contribuciones con igual o mayor peso que un paquete de macarrones. Eso sí, no salen en la tele.

Ser bueno es fácil, lo difícil es ser justo.

Victor Hugo.