Mientras las amargas gotas de lluvia se diluían bajo el mármol inerte del cementerio de Montparnasse y El Genio del Sueño Eterno de Daillon esperaba paciente un nuevo día, la batuta de Gertrude Stein dirigía el viaje hacia el fin de la noche que desembocaría en uno de los mayores elencos de la Edad Contemporánea. En Sois una generación perdida, se cuenta que le confesó la escritora de Pensilvania a su protegido Ernest Hemingway entre vasos de absenta. De esta manera gustó al genial escritor con alma española describir sus periplos de juventud junto a Scott Fitzgerald, John Dos Passos y compañía.
A caballo entre el horror de la Gran Guerra y la majestuosidad de los Felices Años Veinte, encontraron su sitio tras la depresión del Sueño Americano en 1929. Mediante obras tales como Manhattan Transfer o Las uvas de la ira de John Steinbeck se entonaron cantos de protesta contra el nuevo e incipiente orden mundial que se avecinaba, escudado en el capital y la absoluta mediocridad que ofrecen los números.
Pesimistas y radicales, a través de lacerantes monólogos y panorámicas cinematográficas, acompañaron, al son del auge del jazz, a un desconcertante periodo de Entreguerras a ambos lados del Atlántico.
Los lugares de Ernest Hemingway
“Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará vayas donde vayas, todo el resto de tu vida”. Relataría, a su vez, Ernest Hemingway en su obra póstuma Paris era una fiesta. Como si de un fugaz Edén se tratase, la capital parisina acogió a todas aquellas aves nocturnas que escapaban del férreo futurismo producto de la metralla y el acero. Rara era la noche en la que no se podían distinguir las sombras de Pablo Picasso o al mismo Ernest deambular sin rumbo por las tabernas inmortalizadas en los lienzos de Montmartre.
Los escasos vestigios de la vieja Europa, fruto de las fantasías de artistas pasados, se erigían como débiles ruinas ante aquellos cándidos cronistas del crepúsculo. París o Praga, emanantes del regusto a desenfrenada bohemia, se presentaban como místicos sucedáneos del lejano Oriente de los románticos; vivían en la más alborozada de las pobrezas.

Pasado el tiempo sus llamas se consumieron finalmente. Fallecería, en primer lugar, Scott, víctima del alcoholismo. Lo seguiría Hemingway en 1961, tras suicidarse con su escopeta favorita, y un año más tarde, Faulkner correría la misma suerte que su colega Fitzgerald. Finalmente, se irían Steinbeck en 1968 y Dos Passos en 1970, tras su agonía americana.
La rebeldía de Ernest Hemingway
Su fragmentada rebeldía, desguarnecidas perspectivas y contrapuntos merecedores del legado de Joyce y Proust, guiaron a los movimientos futuros varados a merced de la niebla de la globalizacióny el consumismo empedernido. En cierto modo, la gente de hoy en día sufren indirectamente ese mal de principios de siglo XX: la liberalización descontrolada de la cultura y su denigrada adaptación a la prole fomenta la creación en cadena de autómatas carentes de espíritu crítico. Cabe pregutarse si estos años pueden ser considerados herederos de aquellos desaparecidos que encontraron finalmente su emersión tras el sueño eterno.
Presos del relativismo y de las continuas vueltas de tuerca características de estos protagonistas, presos del embrujo de Henry James, sus obras pregonan esa crisis moral. Esa hecatombe occidental que se preconiza desde que, un tres de enero de 1989, Nietzsche llorase abrazado al caballo turinés. Lo que más tarde sería la completa degradación del hombre, el esperpento estadounidense de la Generación Beat, se antoja como un mensaje claro, mas comprensiblemente difícil de asimilar.

Hacinados ante la magnánima fruslería de la clase dirigente, pensar se antoja difícil. Algo cuanto menos contraproducente, en el mejor de los casos. Inexorablemente, se suceden las generaciones privadas de un extirpado talento.
Como diría Ernest Hemingway: “aprendió a pensar pero no supo ya volar, porque había perdido el amor al vuelo y no hacía más que recordar los tiempos en los que volaba sin esfuerzo». Forzosamente víctimas del exilio físico y espiritual: «nunca escribas sobre un lugar hasta que estés lejos de él». Es difícil responder cuál es el testimonio de esta, la generación perdida de hoy.