Javier Sierra: «Mi obligación como escritor es inyectar duda al lector»

Esta vez nos encontramos citados con el Premio Planeta (2017), Javier Sierra. Me acompaña a los mandos de la cámara Guillermo Ortiz, preparado para captar cada momento de la entrevista.

El encuentro se produce por la mañana, en un hotel de la céntrica calle Alcalá. Al llegar le pillamos esperándonos mientras lee el periódico, sentado en un sillón orejero azul. Al empezar la entrevista, se inclina para delante. Casi pretende que sea una conversación que no llegue a oídos de otros. Mis ojos inevitablemente se van a dos libros que tiene sobre la mesa: El fuego invisible, con el que se alzó Premio Planeta, y otro titulado En busca de la Edad de Oro.

Además de escribir, Javier realiza intervenciones en la radio, en la televisión, en la prensa, etc. Hoy le toca el turno a esta revista. Después de romper el hielo le miro y le pregunto:

¿Hay más escépticos o más creyentes?

Mi experiencia lo que dice es que la mayoría de escépticos lo son por miedo. Digamos que no se quieren enfrentar a la posibilidad de que existan cosas en este mundo que escapan al control de la razón. También me dice que la mayoría de los creyentes que aceptan esta posibilidad lo hacen por fe, por esperanza a que haya una vida después de esta, por la necesidad de no saberse mortales.

Javier Sierra literatura escritor libro
Javier Sierra || Fotografía: Guillermo Ortiz

¿Es tu caso?

En mi caso estoy navegando entre las dos aguas. Intento aplicar la razón a estos fenómenos y tratar de averiguar qué hay de objetivo, qué hay de útil para el conocimiento humano y qué hay de mítico, imaginario y, en algunos casos, descartable.

¿Útil para el conocimiento humano?

Thomas Alva Edison se hizo esta misma pregunta a principios del siglo XX, cuando trabajó en el desarrollo de lo que después se convertiría en el primer reproductor de sonido de la historia, el primer gramófono. Él, en realidad, lo que quería era crear un aparato para comunicarse con los muertos.

Él había visto en la comunicación con los muertos no solo la respuesta a la gran pregunta de «¿a dónde vamos?», que está desde los orígenes del pensamiento humano, sino también la posibilidad del negocio más enorme jamás imaginado.

Edison comenzó a desarrollar ese aparato durante la Primera Guerra Mundial. Las noticias de jóvenes muertos en las trincheras de Europa llegaban todos los días por decenas de miles; por lo tanto, había miles de familias afectadas por la muerte de un ser querido y vio ahí un nicho de negocio. Mi visión de lo práctico, sin embargo, es más filosófica. Yo creo que es practico saber. Es práctico conocer cuál es nuestro lugar en el universo y es practico averiguar de dónde venimos y a dónde vamos.

Esto fue en el boom de las mesas parlantes.

Las mesas parlantes surgen a finales del XIX en los Estados Unidos con las hermanas Fox. Estas eran dos hermanas que de repente comenzaron a comunicarse con el espíritu de un buhonero muerto en su casa mediante raps, que eran los golpes que daban en las mesas y demás, y después con las mesas parlantes.

Quien se sintió muy fascinado con este tipo de mesas fue Victor Hugo. Él pasa dos años en el exilio cuando llega Napoleón III al poder en la isla de Jersey y en esos dos años, viviendo en un roquedal donde no había nada que hacer, dedicó todas sus energías a intentar comunicarse con el espíritu de los muertos y lo hizo a través de estas mesas parlantes, porque le llegaron las noticias de las hermanas Fox.

Luego, mi visión de esto no es tanto si esa comunicación se produjo o no, porque a pesar de haber estudiado este tema muy a fondo no he llegado a ninguna conclusión, sino en la enorme influencia que tiene el creer en estas cosas en el pensamiento humano, salpicando todas las dimensiones de nuestra civilización. Salpica a los científicos, salpica el tema literario…

A Conan Doyle.

Claro, además de a pintores, políticos… Ha habido grandes decisiones políticas, como la abolición de la esclavitud por parte del presidente Lincoln, que se produjeron después de sesiones de espiritismo. Me interesa mucho ese fenómeno. La enorme influencia que ha tenido la creencia en estas cosas a lo largo de la historia de la humanidad.

En el tema bélico, tengo entendido que Hitler buscaba la lanza de Longinos.

Lo de Hitler y los nazis parece más un cuento medieval, casi de Juego de Tronos. Uno no puede creerse que esto ocurriera de verdad, y ocurrió. Himmler estuvo en España preguntando por el Santo Grial, en Monserrat. Creía que Monserrat era el Montsalvat de los mitos griálicos, donde estaba escondido el grial. También estuvo en el Escorial porque conocía la leyenda de que San Lorenzo se había traído el grial a España. Y evidentemente esto pasó. El régimen de Franco no le supo dar norte sobre ese grial que Hitler buscaba.

Todo esto está muy atado al más allá. ¿Cómo definirías este «más allá»?

Lo definiría de una manera muy simple. Como todo aquello que está antes y después de la vida. En realidad, nuestra existencia es un paréntesis en medio de ese misterio que muchos llaman «mas allá» y que ha generado probablemente la literatura más rica hasta la fecha: la literatura religiosa.

El escribir novelas, cuentos laicos… es una cosa relativamente reciente en el tiempo. Toda literatura, prácticamente hasta la Edad Media, era una literatura de carácter religioso donde lo que se trataba de explorar era lo desconocido, que es el más allá. Es decir, lo que te digo, lo que está fuera de los paréntesis que marcan nuestra existencia. El antes y el después.

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Javier Sierra || Fotografía: Guillermo Ortiz

Intentar de comprender lo que es tan difícil de entender.

Intentamos comprender algo que nos frustra profundamente, que es la muerte. De hecho, la sociedad moderna lo que ha construido es un complejo aparataje para no pensar en le muerte. Es una enorme distracción. Hoy no encontramos muertos en las calles pero hace relativamente poco tiempo, me refiero al siglo XIX, se podían encontrar. Hoy no, nos ocupamos de que todo sea muy aséptico, de que los muertos estén en sus tanatorios y que, a ser posible, sean incinerados de inmediato y sus cenizas esparcidas al viento.

No nos enfrentamos a la muerte, ni siquiera al duelo por la muerte. Cuando hay manifestaciones de dolor colectivas, a mucha gente le sigue pareciendo sorprendente, no las entienden. De alguna forma, nuestra gran deuda con estos temas y lo que hace que mucha gente siga siendo escéptica tiene que ver también con no querer enfrentarse a esa cuestión de la muerte.

Prada me dijo que el tema de la muerte se esconde.

Es el gran tabú de nuestros días. Ya no es el sexo, que hasta hace poco, viniendo de una sociedad religiosamente puritana, marcaba mucho, pero sí es la muerte. Nos espeluzna la muerte, nos crea un desasosiego tremendo y el siglo XXI lo ha vetado.

Me hablabas de que hasta en la literatura.

(risas) Te voy a hablar casi en titulares en esto. Arte literatura y pensamiento humano se desarrollan a partir de nuestra inquietud por el más allá. La primera novela de la que tenemos constancia es La epopeya de Gilgamesh.

¡El primer superhéroe!

Efectivamente, el primer superhéroe; lo inventan en Mesopotamia. Esas tablillas se descubren en el siglo XIX. Es decir, que desde la época en la que fueron construidas, hacia el 3000 a.C., hasta nuestros días prácticamente la ignorábamos, cuando se descubren en Ninive las tablillas cuneiformes de barro con la inscripción en ellas de La epopeya de Gilgamesh.

En el fondo, ¿qué cuenta esta epopeya? Cuenta las peripecias de un rey que lo tiene todo. Que se da cuenta de que es el hombre más poderoso del mundo en esa época pero se da cuenta que su final es el mismo que el de cualquiera de sus súbditos. Va a morir. Y emprende un viaje al Edén para interpelarlos y exigirles que den la inmortalidad de la que ellos gozan. Los dioses terminan engañándole y lo devuelven a su reino después de haber causado una bruma a su alrededor.

En el fondo ese primer relato literario lo que trata es de resolver una pregunta enorme, que es por qué tenemos que morir. Y ese es el origen de la literatura. Al no poder tener una respuesta práctica, acudimos al pensamiento para tratar de resolver ese gran interrogante.

Piensa en el arte rupestre, el arte de hace cuarenta o cuarenta y cinco mil años. No es un arte estético, si fuera un arte para impresionar a los demás estaría en la boca de las cuevas, donde llega la luz del día y tú puedes ver. En cambio está en lo más profundo de las cavernas, tienes que entrar con fuego y, generalmente, en cavidades que se estrechan poco a poco y permiten el paso de muy pocas personas. Por lo tanto, se trataba de un arte iniciático que se mostraba a unos pocos e incitaba al pensamiento.

Y podríamos extenderlo. El teatro forma parte de los ritos iniciáticos de los misterios eleusinos, los misterios de la Grecia clásica. Era una manera de recrear lo que nos esperaba en el más allá. Después de hizo laico. ¡Todo se hizo laico! Pero el origen es sagrado.

¿Cuándo se rompe esa cadena que unía lo sacro y el arte?

Yo creo que se rompe con la revolución industrial. Es a partir de hombres como Edison que de repente encuentran que se puede aplicar la tecnología para explorar lo desconocido. Lo que pasa es que sus conclusiones nunca han sido definitivas y, por lo tanto, el camino nunca ha sido el correcto, pero ahí se produce la ruptura.

Si te pones a pensarlo y reflexionas en por qué las iglesias fueron tan beligerantes con el espiritismo, te das cuenta que se les escapaba de las manos, de lo que hasta entonces era su dominio. Si tú lees los textos sagrados te encontrarás con que Moisés puede ser definido perfectamente como un médium. Escucha la voz de Dios, acude a la montaña y le da la pueblo los diez mandamientos. Todo eso no se distingue mucho de todas esas historias que nos cuentan los médiums en el siglo XIX o XX.

Por lo tanto ahí se produce el gran combate, pero yo creo que es un combate que no tiene marcha atrás. Es decir, empezamos a pensar en lo desconocido cada vez más con la razón y menos con la fe. Ese camino ya no tiene marcha atrás. Lo que no sé es a dónde nos llevará y si resolveremos al final las preguntas.

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Javier Sierra || Fotografía: Guillermo Ortiz

Hablemos de tu escritura. ¿Cómo empiezas con un tema?

Mi motor es la curiosidad, querer encontrar respuestas a mis preguntas. Por eso quizás, cuando escribo El fuego invisible, acudo al cuento del grial y al arquetipo de Perceval; ese niño que hace preguntas, que se resiste a que los dogmas imperantes en cada época limiten su capacidad de preguntar.

El dogma imperante en el siglo XVII XVIII e incluso parte del XIX es el dogma religioso. El dogma imperante en el siglo XX es el científico. Lo que trato es de estar fuera de todo dogma, de que mi pensamiento de alguna manera fluya libre y pueda hacer preguntas. Y eso es lo que intento trasmitir.

Sí, has dicho alguna vez que de niño te decían aquello de «no preguntes».

Claro, eso es parte de la educación. De hecho, eso les está pasando a mis hijos. Yo les educo en la pregunta, hasta que encuentren una respuesta que más o menos les satisfaga. La duda a los profesores no les permite avanzar. ¿Hacia dónde avanzas si no hay duda? Nunca se va a explorar lo desconocido si no hay pregunta.

Preguntan los impertinentes.

Al final te convencen de eso. Preguntar es asunto de ignorantes. Deberías saber la respuesta, deberías haber asumido la colectiva. Quizás por eso estudié periodismo; de alguna manera podía hacer preguntas de manera profesional, me permitía estar interrogando. Pero hace años, a las preguntas que yo hacía no les encontraba respuesta, por eso me pasé a la literatura. Me quedaban dos opciones: seguir haciéndolas hasta el infinito o buscarlas activamente. ¿Qué herramienta me permitía buscarlas activamente? La de Gilgamesh, la literatura.

En esa travesía de hacerse preguntas, ¿cómo diferencias lo auténtico y lo falso?

Pues es muy fácil. Mira (me da su libro En busca de la Edad de Oro). Este es un libro de preguntas. Me he dedicado a ir a los sitios, hablar con los expertos… Es una compilación casi de reportajes que he investigado. En estos libros formulo preguntas y en las novelas planteo respuestas. Plantear respuestas en un ensayo sería especular, pero en la novela es reflexionar.

Es muy fácil diferenciarlo. Lo falso te lo encuentras, no hace falta buscarlo. Cuando te pones a investigar seriamente este tipo de cuestiones se van cayendo muchos mitos por el camino y vas descubriendo que hay autoengaños, que son la mayoría. Muchos testigos necesitan creer.

¿Aquello de I want to believe?

Exactamente. Esto llevado al extremo hace que cualquier cosa justifique tu fe y, por lo tanto, te engañas. Pero esto está en todas las religiones. El exceso de fe hace que tú llegues a construir reliquias que son falsas. Son momentos dolorosos porque a veces tu mismo has puesto la fe en ese elemento pero creo que lo sano es ir apartado de tu camino lo que evidentemente es un fraude. Puedes dedicar parte de tu tiempo a apartar ese fraude, pero tampoco te puedes convertir en un adalid de la desmitificación porque se pierde mucha energía.

¿Y cuándo se llega al fin? Por ejemplo en tu libro La cena secreta.

En ese en concreto decidí parar. En El maestro del Prado también, porque si no eso es infinito. Al final mi obligación como escritor es inyectar la duda al lector y que él emprenda su propia búsqueda, pero si doy yo la respuesta será mi respuesta e irá introduciéndole mi dogma, que será mi dogma, pero esto sería propio de un gurú y eso no quiero serlo. Y ese es el planteamiento que yo hago con mi obra.

Lo que sí puedo es decir cuáles preguntas deberíamos hacernos. Ahí si que puedo orientar porque muchas veces las preguntas que nos hacemos se reducen a cosas de manejo cotidiano. Tenemos que pensar en cosas que nos trasciendan. Eso es lo que nos hace mejores y los que nos ha hecho evolucionar como especie. Este tipo de preguntas se las ha hecho una minoría de gente siempre pero la literatura nos permite compartirlas con la mayoría. Es lo que hace que la literatura sea una sustancia profundamente revolucionaria.

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Ejemplar de ‘El fuego invisible’ de Javier Sierra || Fotografía: Guillermo Ortiz

¿Con la iglesia hemos topado?

Hay intentos de freno continuamente, yo los he tenido, pero el pensamiento te hace profundamente libre. Cuando descubres que eres una criatura libre de verdad ese tipo de intentos no te importan. Ahí está el quid de la cuestión, que tú no renuncies a esa libertad, que generalmente es por comodidad.

Ser libre produce incomodidad. Cuando comencé con La cena secreta todo dependía de lo que yo hiciera. Ni trabajo seguro, si Seguridad Social ni nada de nada, pero me alegro cada día de haber dado el paso porque me ha permitido descubrir que al final no existen caminos. Los caminos te los trazas tú.

En esos caminos te ayudan colegas o es una competición.

Nunca he visto competición en la literatura. Cuando alguien me pregunta por la lista de los best sellers y estamos Pérez-Reverte, Matilde Asensi… Esa competición la ven los de las listas, pero yo no. Un lector de Dan Brown también es un lector mío, porque un lector es un lector. No hay lectores de un autor exclusivamente, gracias a Dios.

Un lector se puede permitir el lujo, y se lo permite, de ir saltando de autor en autor y de sintonizar con un autor en un momento dado. Y luego hay otra cosa también muy importante, de las pocas cosas eternas que son capaces de crear los seres humanos, está la literatura. Da igual que el lector se lo lea cuando se lanza el libro o lo lea cien años más tarde. Lo importante es hacer bien tu trabajo y lo demás llegará. Cada libro tiene su hueco en el corazón del lector.

Me refería más al tema de una ayuda entre, por ejemplo, Dan Brown, con el que me consta que tienes ocasionalmente relación.

En el tema de Dan Brown, le he brindado alguna vez mi ayuda con temas de España. Luego hay otros autores con los que mantengo una relación. Gente como Juan Eslava Galán, maestro para mí desde hace muchos años, me ha ayudado en muchas cosas y yo le ayudo. Luego en temas de autores internacionales tengo mucha relación con autores como Noah Charney, autor de El ladrón de arte entre otros, o con Katherine Neville. Gente con la que me escribo habitualmente y que intercambiamos cosas. Ese tipo de sinergia sí que está.

En España hay como un pequeño colectivo de autores de novelas históricas que nos llevamos muy bien. Ahí tienes a Jesús Maeso de la Torre, Santiago Posteguillo, José Luis Corral, José Calvo Poyato… Ahí hay un colectivo de fraternidad que es casi una generación aunque sean de distintas edades, pero hemos coincidido en el interés por la historia y cada uno aporta su visión.

¿Y cuándo se da punto y final a esa investigación?

En mi caso, si quieres escribir debes poner el punto y final a la investigación, porque si no las ganas de saber más me impedirían comenzar a redactar una novela. Por eso se me publican cada tres o cuatro años, porque en ese proceso de investigación disfruto mucho. Cuando me tengo que sentar a escribir dejo de aprender, estoy enseñando. Tienes que cambiar de función y eso a veces duele.

En el primer paso que das formas aquello de «Proyecto SEOV».

Vivía en Teruel y las cosas que a mi me interesaban no le interesaban a nadie a mi alrededor y tenía necesidad de comunicarme con gente con mis mismos intereses. Pero claro, en esa época no había redes sociales, no existía Internet. El niño de esa época tenía que ingeniárselas de alguna manera, buscando en revistas especializadas, en los anuncios por palabras… Escribía a esa gente y cuando vi toda esa gente que había dispersa se me ocurrió montar un grupo de amigos por correspondencia para darle una forma.

¿SEOV? La verdad es que no he encontrado nada sobre ello.

(risas) «Seguimiento Ovni». Me extrañaría que hubiera algo en Internet sobre ello. Fue la época en la que empecé a hacer radio en un programa infantil, a contar historias con unos doce años. Es una etapa esa de niños que nosotros, como sociedad, deberíamos cuidar mucho. Deberíamos buscar mucho el estimulo de la infancia, puesto que son los pilares con los que vas a construir tu personalidad y donde descubres que hay un enorme mundo ahí fuera. Yo lo hice a través de los libros y de la radio, pero hoy se puede hacer de otros muchos canales y creo que es imperativo que lo hagamos. Debería ser una preocupación social más.

Y con dieciocho años te embarcas en la fundación de Año 0.

Fui parte del equipo fundacional. Estaba empezando mi carrera de periodismo. Siempre tuve prisa, prisa por llegar y contar mis historias y encontrar mi canal. Fui precoz en muchas cosas y de esas precocidades vienen estos resultados.

¿Y cuándo das el gran paso al formato de masas?

La televisión y yo siempre hemos mantenido una relación esporádica. Es una amante ocasional. Muy buena, por cierto, porque te permite llegar a mucha gente, ponerla en el sendero de las preguntas que antes comentábamos, pero también debo mantenerla un poco a raya porque roba: mucho tiempo a mí y, al espectador, la capacidad de no ponerle imágenes a su propio recorrido.

La radio y la literatura hacen que el receptor desarrolle esa capacidad infinita que tiene dentro de crear. La televisión impone imágenes. Trato de manejarme con cuidado, por eso entro y salgo de la tele sin ninguna permanencia. Creo que a mí me robaría el alma y, de alguna manera, también se la robaría a mis lectores.

Siempre dará más libertad escribir tu propio libro que tu programa.

En un libro el límite es mi imaginación, mientras que en un proyecto televisivo el límite es el productor (risas).

Javier Sierra literatura escritor libro
Javier Sierra || Fotografía: Guillermo Ortiz

Empieza tu etapa de escritor y consigues escalar hasta el puesto seis de los libros más vendidos en Estados Unidos.

Supongo que, como en todas las peripecias de la vida, hay un aporte importante de tesón y de trabajo, pero también hay un poco de fortuna. El libro se publica en España casi simultaneo a El código da Vinci y hay muchos editores internacionales, y especialmente norteamericanos, que buscan libros que estén en esa sintonía.

Sorprendentemente se fijan en mi novela. Digo sorprendentemente porque El código da Vinci es un thriller que tiene como trasfondo a Leonardo. En mi novela el corazón es Leonardo y es un Leonardo vivo en 1497. Sí hay una pequeña coincidencia, pero no es radical. Sin embargo, se fijan en la novela, la leen y desde el principio ven que tiene un potencial enorme y empiezan a trabajarla durante meses antes de su lanzamiento. Y cuando llega a librerías, llega a ese Olimpo de las listas de best sellers americanas.

Soy consciente del prodigio de que se haya producido esto cuando recibo una llamada del editor de cultura del New York Times y me dice que soy el primer autor español que ha entrado en la lista. Estoy un largo tiempo reflexionando acerca de ello y llego a una conclusión que es muy simple pero es muy potente: si tú escribes una historia verdaderamente fuerte y reveladora la historia se abre camino. El idioma es una barrera inicial solo.

Vemos ahí El fuego invisible, ganador del Premio Planeta.

El Premio Planeta lo veo como una consecución casi simbólica de mi trayectoria. Este premio es la cima de los escritores en lengua castellana. Si tú lees la lista de los ganadores parcamente, están todos los grandes nombres de toda la literatura escrita en español en el siglo XX y esta parte del siglo XXI y, de alguna manera, es un reconocimiento de que ese camino que yo había decidido emprender, ese escritor preguntón, es valido. Un premio a ese recorrido.

Por eso me enorgullece tener el Premio Planeta. Podría haber seguido escribiendo sin presentar una obra a este concurso sin que hubiera pasado nada, pero ganarlo tiene esa parte emocional que ha hecho que mucha gente de repente se fije también en mi literatura.

¿Es tu mejor obra?

Pretendo que cada novela que escriba sea la mejor en la trayectoria. Si no, no la presento al editor. Desde ese punto de vista sí, creo que El fuego invisible es mi mejor novela porque aúna todos los elementos que han transitado por mi obra a partir de un anhelo, intentar resolverlo desde distintos puntos de vista, pero también hay un poco más de psicología en los personajes.

No es solamente la aventura, sino también la conexión con los personajes y en este caso hay mucho de búsqueda del alma. El interrogante de El fuego invisible es de dónde vienen las ideas y para encontrar la respuesta a eso no hay que buscarla en una pirámide o en una estela… tienes que buscarla dentro de ti y en ese sentido es un libro más profundo.

Para terminar, acabas de empezar una serie en Movistar +…

En Otros mundos, el hilo argumental era un niño que empieza a hacerse preguntas sobre estas cuestiones. A lo que apelo es a que el espectador recupere ese niño que fue y siga haciendo preguntas.

Quise abordar misterios que a mí me preocupan desde la emoción, desde la aproximación que yo tuve a muchas cuestiones siendo un niño o adolescente. Por eso requería una narrativa que es muy rara en televisión, que es la de mezclar la parte de la investigación con la parte de la recreación de mi infancia. Era un formato nuevo, una idea original. Estoy muy satisfecho de haber hecho estos seis capítulos y vamos a ver qué pasa.

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Javier Sierra || Fotografía: Guillermo Ortiz

Diego Barrios

Galdosiano morantista.