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Francesco Musante es un fabricante de sueños, de esos con los ojos abiertos que todos nosotros tenemos cotidianamente y que, a menudo, dejamos de lado. El mérito de este artista genovés, ya ampliamente reconocido en el panorama del arte italiano, es el de dar forma y color al intricado laberinto de pensamientos que habitan su mente. Nos recibe en el variopinto taller de Sori, donde él mismo colaboró en la realización del suelo de resina que pisamos y que reproduce de manera sorprendente la atmósfera fantástica de sus obras.
Entrevista Francesco Musante
¿Quién es Francesco Musante?
Eh, es una buena pregunta (risas). Es un niño de hace muchos años que quería ser pintor. Desde que tenía cinco años he decidido, pensado e imaginado que quería convertirme en uno, entonces para mí ha sido bonito haber realizado un sueño.
¿Alguien te ayudó?
No, tuve a todo el mundo en contra. La familia que debería haber ayudado no lo hizo, pero en buena fe. Mi padre era un empleado y me mandó estudiar contabilidad. ¡Huí! Tuve a todo el mundo en contra porque en aquel entonces al igual que hoy los padres estaban prevenidos hacia el liceo artístico. Se piensa que es un ambiente malo, de gente que no quiere hacer nada… En algunos casos puede ser cierto, pero si a uno le encanta de verdad dibujar es una lástima pararle, sobre todo hoy en día que los chicos no saben qué hacer.
Llevo toda la vida dibujando. Mis compañeros de escuela me decían: “Tú, cuando el profesor explicaba, estabas siempre dibujando con el lápiz”. El dibujo era una enfermedad. Tuve mucha ayuda de la diosa Fortuna porque en mi trabajo la habilidad cuenta hasta cierto punto. Hacen falta también encuentros en el momento apropiado…
¿Un encuentro afortunado?
De encuentros afortunados ha habido muchos, pero uno especialmente de cuando hice una exposición cerca de Sarzana (La Spezia). Para la ocasión había preparado una postal que mandé a una pintora romana, Daniela Romano, que no conocía en persona. Después de una semana fui al taller y en el buzón automático encontré un mensaje de ella. La volví a llamar y me dijo que si iba a Roma había una galería que podía estar interesada en mis cuadros. La galería era la suya. Así fui con unos cuadros. Ese fue el giro que me permitió nacionalizarme y ampliar el mercado de mis obras.
Cuando empezaste a dibujar, ¿a quién te inspiraste? ¿Cuáles eran tus puntos de referencia?
Al principio mis profesores de secundaria, que claramente uno ve como grandes artistas. Tenía un profesor de dibujo que hacía Pop Art. Eran los años ’69-’70, la Pop Art acababa de nacer en Italia y yo me había enamorado de ella. Fue después del instituto cuando empecé a buscar lo que me gustaba. Al principio pintaba unas cabezas de mujer de estilo vagamente klimtiano, luego en los años ’80 empecé a virar hacia lo fantástico.
Has nombrado a Klimt. ¿Y Chagall?
Chagall vino después con este género fantástico del que te hablo. Añadiría también a Miró porque, sin ser figurativo, me encantan los colores que usa y veo en él una coherencia que, por ejemplo, no veo en Picasso, aunque no discuto su habilidad y genialidad. Pero yo prefiero a Miró, y Chagall porque se creó un mundo todo suyo: me gusta quien se crea un universo propio y vive en él. Hay además otros artistas que me enseñaron mucho, como Antonio Possenti, fallecido en estos días, que es un pintor de Lucca y pintaba cuadros con tema fantástico, aunque más tristes que los míos. Lo conocí en los años ’75 y ’76 y para mí siempre fue un gran maestro. Su pintura me encantaba.

¿En qué momento entendiste cuál era tu estilo? Es decir, que querías dibujar como lo haces ahora.
A mediados de los años ’80 pintaba las cabezas de mujer que te mencioné y en La Spezia se pedían incluso. Pero de repente me ponía delante del lienzo y veía el cuadro acabado. Ya no había la búsqueda o la sorpresa de decir: “Hago un garabato y quizás luego salga algo”. Así empecé a añadir elementos fantásticos. Eso me hizo entender mi amor por los colores. En mi caso, siempre comienzo con el dibujo a lápiz, sobre lienzo o papel, y lo dejo libre de moverse, no me impongo un tema. Así viajando a rienda suelta descubro cosas nuevas que me sorprenden y este es el momento más bonito: cuando uno ve que, sin proponérselo, nace algo nuevo.
Entonces, ¿tu proceso creativo nace de la espontaneidad?
Pienso comience más de un autoanálisis inconsciente. Cuando dibujo es como si hiciera una especie de análisis: dejo que mi pensamiento viaje y, en vez de palabras, uso dibujos. Esto me ha servido para entender muchas cosas de mí, también porque a veces el trabajo del pintor es solitario. Cuando dibujo y estoy solo, además de hablar, razonar e inventarme cosas, me cuento a mí mismo unas historias…
Tengo curiosidad. ¿Empiezas con historias que tienes en la cabeza o de las que has oído hablar?
Muchas veces empiezo por algo que he leído, igual de un poema en el que me ha llamado la atención una frase y decido también añadirla en el cuadro. Otras veces son sueños, de esos con los ojos abiertos, no los oníricos. Sueño bastante, pero se me olvida todo. En otros casos parto de la sensación o de la atmósfera que me suscita la escena de una película…
Dado que hablas de la unión de imágenes y texto, ¿cómo se puede explicar la convivencia de estos dos ámbitos distintos?
No sé como nació la idea de insertar unas frases en los cuadros. Recuerdo que cuando estaba con la serie de las cabezas no las usaba, pero luego en otros dibujos dejaba un espacio abajo y allí ponía una especie de título. Del título pasé a las frases. En algunos cuadros veo algo demasiado íntimo y no quiero que el espectador entienda ciertas cosas, entonces pongo una frase que lo lleve fuera de camino. De todas formas, en mis cuadros, el espectador ve lo que quiere…

¿Y la música qué importancia tiene? He visto que en muchos de tus dibujos hay fragmentos de partituras musicales.
La música pertenece a la vida de los sentidos. La pintura, la música, la literatura pertenecen a nuestra vida. Así, al igual que pongo frases, pongo música. Me gustan sobre todo los cantautores italianos de mi época. Cuando trabajo pongo la radio y escucho a Battisti, Conte, De Gregori… o un disco de jazz. Demasiado silencio me molesta (risas).
Por lo que se refiere a la música, en 2011 el teatro lírico de Génova me pidió dibujar las escenas y la vestimenta de la Bohéme. Yo, ignorante de lírica, realicé esta obra que a algunos gustó y a otros no, porque hice la primera Bohéme en color (risas), en vez de en blanco y negro.
Música, texto, imagen: ¿añadirías algo más?
El color. En la vida el color es importantísimo. Hoy está de moda lo monocromático, el minimalismo pero, ¡vamos chicos!, mirad a la naturaleza, mirad a vuestro alrededor, ¡abrid los ojos! Hay millones de colores que lamentablemente no se pueden transferir al lienzo, pero la vida es en color.
¿Cómo decides los temas?
Para las exposiciones me gusta tener un tema que me deje amplia libertad y que me permita trabajar en ello. Sin tema la exposición sería incoherente.
Antes aludías a motivos que se repiten en tus cuadros. He observado el personaje del sombrero, los corazones, las lunas, las partituras musicales, la fecha 17 de febrero…
El 17 de febrero es mi fecha de nacimiento y el año que aparece es casual. Son todos símbolos que han aparecido y se han quedado conmigo. Los corazones, por ejemplo, los pongo a menudo. La luna es una figura romántica y es un motivo que nació también de la exigencia cromática de dar un corte bien decidido a los colores más llamativos, ya que si hacía un cielo claro no hubiera funcionado. El personaje del sombrero podría ser mi alter ego, aunque no creo, porque además es un personaje que hace un poco de todo y que se mueve por estos sueños (risas). Y luego está el árbol de corazones: me gusta la idea de un árbol que genere corazones y por esto dibujo muchos.

¿Y la tacita de café?
Eh, ¡somos italianos! (risas). ¡Por la mañana todos tomamos café! Es el primer momento del día… Este motivo pertenece entonces a nuestra vida.
Una curiosidad, ¿cómo decides los colores?
El dibujo es el momento más creativo, en que hay máxima libertad y no me impongo nada. En cambio el color es un hecho técnico. Mi paleta de colores ha cambiado a lo largo de los años, pero ahora es la misma. Los colores de la serigrafía no los hago yo sino Claudio Barbato, el impresor que parte de mis bocetos y los modifica. En esta fase lo importante es que el resultado final sea equilibrado y fiel a mi idea. Después de veinte años de trabajo juntos, Claudio y yo nos entendemos perfectamente. Te diré incluso que muchas veces son más bonitas las serigrafías que los originales (risas), porque están el gliterado, los colores metálicos… En la pintura es distinto.
Es un proceso a dos cabezas entonces…
Eh, sí, claro. Hablamos también a menudo por teléfono porque hay cosas que tenemos que discutir. Hoy en día con el ordenador y el teléfono se puede hacer todo a distancia. Pero no es que yo mande el dibujo y él hace, sino que hablamos más veces durante el trabajo. Por ejemplo, esta idea de poner el color metal en el dibujo nació junto a él y es un valor añadido para la obra.
Estaba pensando en el nombre de tu web, El Taller de la fantasía. Tengo curiosidad por saber ¿qué es para ti la fantasía?
La fantasía es una compañera de vida y es algo que, en mi opinión, todos tenemos. Hoy en día la estamos perdiendo porque los niños, en vez de desarrollarla, se entregan a la tecnología, a los videojuegos. Recuerdo que de niño jugábamos con trocitos de madera, con el bastón de una escoba con el que construíamos un caballo…, a la bicicleta añadíamos un cartón y se convertían en moto…
Y luego, llevo una vida diciéndolo, quienes estropean la fantasía son los malos profesores, aquellos que ven en el garabato del niño algo equivocado o no conforme a las normas del dibujo tradicional. Los buenos profesores dejan libertad.

¿Qué consejo darías entonces para entrenar la fantasía?
La fantasía va al mismo paso que los sueños. Si una persona antes de dormir, en vez de pensar en su mal día, intentara inventar lo que no ha pasado y a mejorar los hechos con el pensamiento, sería una manera de mantener la fantasía. Hay que salir de la vida cotidiana, de la frialdad y de los problemas. Lamentablemente esos están, uno se los lleva consigo y hay que solucionarlos y aceptarlos, pero también hay momentos en los que uno con la fantasía puede viajar.
¿Y tienes días en los que la fantasía escasea?
No, me pongo delante de una hoja en blanco y me enciendo. La inspiración no se controla, hay que tenerla siempre y yo, cuando empiezo un cuadro, lo acabo.
En España y en Italia hay jóvenes interesados en emprender la carrera de ilustradores o pintores. ¿Qué consejos les darías?
Ante todo, si están motivados de verdad, de no rendirse. El problema más grande es que al principio uno se puede desmotivar. Y luego de mostrar sus propios trabajos lo más posible: en las ferias, a la galerías y a los editores. Para quien empieza es duro, pero si uno es bueno y se da a conocer, tarde o temprano tendrá el encuentro afortunado.