Esta es una entrevista diferente. Es íntima pero también distante. Es como tener un nombre sin unos labios. Como mirar a alguien desde la lejanía de la mesa de enfrente. Es una entrevista a Fernando Sánchez Dragó. A un Fernando casi desnudo pero con coraza en forma de pijama.
Dragó me ha concedido esta entrevista con tres condiciones: que yo llevase medias, que la entrevista fuese en mi cama y que todas las preguntas fuesen nuevas para él. Solo tengo la certeza de haber cumplido una de las tres exigencias. Lo he recibido en mi casa y en pijama. Las medias se perdieron por el camino.
A estas alturas, a Fernando, se le ve llegar desde la historia lleno de mitología, memoria azul, exilio y vida vivida. Está aquí, joven y viejo, con los brazos tendidos. Si le miro comprendo que los libros y la vida son los brazos de un mismo nadador. Fernando tiene forma de recuerdo y de consigna de juventud. De amante roto por las noches. De amor. De libro. De todo lo que el viento se ha llevado y de lo que le queda por llevar. Por eso es fácil sentirle cerca, cogerle cariño e incluso, según dicen, enamorarse de él.
Fernando es literatura. Puede crear un idioma y trazar mapas del tesoro a través de las fieras del tiempo con un libro en la mano. Quizá por eso, con él, una puede sentirse buscadora de libros en calle Florida de Buenos Aires, compradora de naranjas en el mercado de los viernes en Damasco o literata nostálgica que recorre Bombay para buscar las huellas de Rudyard Kipling.
Fernando es como Tom Sawyer, como Guillermo Brown, como Ulises, como Sinuhé el Egipcio. Tiene pasión por la vida, ama el riesgo y confía en la imaginación, en el sentido del humor y en la rebeldía. Es el último bastión del heroísmo y del erotismo.
Quizá Fernando no lo sepa, pero hablar con él es como encontrar a Ítaca en el camino hacia Ítaca. Lo imagino corriendo el albur de los argonautas, buscando las fuentes del Nilo y huyendo hacia los mares del sur. Por eso, sin saber qué pensarán los lectores, una solo puede hacer una cosa con Dragó tirado en la cama: aprender.
Entrevista Fernando Sánchez Dragó
Fernando, usted me ha pedido leer esta entrevista antes de que se publique. ¿Va a censurarme?
No.
Seré buena. No quiero ponerle en un aprieto.
Censurar no, pero puedo mejorar y recomendar. Vestida así, señorita, ya me pone en un aprieto.
Vamos a hablar de la vida, de los libros, del amor y del sexo.
Una entrevista monográfica por lo que veo. Esto es mejor que el diván del psicoanalista. ¿Vamos a empezar la entrevista en presencia del fotógrafo?
Sí. Aunque no es recomendable que no se quede hasta el final.
No, hasta el final no. Porque hay cosas que no nos atreveremos a decir en su presencia.
¿No se atreve?
Sí, pero usted se pone colorada con mucha facilidad. Y no quiero ruborizarla. Por cierto, lleva usted un pijama como de puta del oeste, de película de Peckinpah.
Lo que hay que aguantar.
Como Stella Stevens, en La balada de Cable Hogue. Se ha puesto esto adrede.
No.
Hombre que no. Y además ha colocado estos cojines como si la cama fuese una silla eléctrica.
Le declaro la guerra en esta entrevista. Tenemos cuatro frentes de batalla: la vida, los libros, el amor y el sexo. Usted también podrá preguntarme lo que quiera. Destense los músculos, entorne los ojos, frene la mente, serene la conciencia, reduzca su voltaje y pase de beta a alfa. Fluya y verbalice ideas, imágenes, recuerdos, pensamientos, sentimientos y sensaciones. Le pido, eso sí, brevedad, tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.
Usted en El sendero de la mano izquierda propone un juego. Dice usted en ese libro que solo si una persona es capaz de descubrir qué no es, descubrirá quién es. Vamos a ello. ¿Quién o qué no es Fernando Sánchez Dragó?
Eso es una idea taoísta. Según el taoísmo el vacío es lo que define lo lleno. Si no existiera el vacío no existiría lo lleno. Las cosas no tendrían contorno. El taoísmo es lo más cercano a una religión en lo que yo milito y, por lo tanto, está en consonancia con el espíritu del libro. El protagonista del camino del corazón se va negando a lo largo de la novela y al hilo de esa negación se va encontrando.
¿Ya?
Ya. No le he dicho lo que no soy.
¿A qué espera?
No soy lo que la gente piensa. Porque yo creo que lo que define a una persona es el misterio y que quien pierde el misterio está perdiendo su identidad y su esencia. La tarea del escritor consiste en abrir una rendija del misterio de tal forma que nadie llegue a descubrir por completo el misterio.
¿Usted se quiere o se respeta?
Las dos cosas. Van siempre emparejadas. Todo aquello que yo quiero lo respeto. Y todo aquello que es digno de mi respeto lo quiero.
No hablo de un respeto formal.
Yo hablo del respeto en el sentido profundo, filosófico. En cualquier caso, si no estás bien contigo mismo vas a estar mal en todas partes. Ahora está de moda esa frase que dice «estar encantado de haberse conocido». Por supuesto que estoy encantado. Y usted también está encantada de haberme conocido, ¿no?
Sí. Aunque a veces preferiría no haberle conocido, pero…
Bueno, eso es algo que solo sucede cuando una persona empieza a ser muy importante para la otra.
Eso será. ¿Usted miente?
Nunca.
Interesante.
En más de una ocasión he contado que mi madre me dio solo dos bofetones a lo largo de la vida. Uno de ellos fue porque le dije una mentira. Me impresionó tanto que cuando iba a confesarme nunca tuve que confesar ese pecado. Se lo aseguro: no miento nunca. Así me va. Aunque hay ocasiones en las que se puede y se debe mentir en defensa propia. Cuando me detenía la policía de Franco, por ejemplo. También he mentido a las mujeres para cubrir infidelidades, pero lo hacía para protegerlas a ellas, no a mí.
¿Tiene la conciencia tranquila?
Tranquilísima. Hace más de veinte años tuve mi primera experiencia de ayahuasca. Todos estamos atormentados por sentimientos de culpa que nos condicionan incluso cuando carecen de fundamento. En mi caso los relativos a las relaciones con las mujeres y con mis hijos. Le digo esto porque una de las sensaciones que se experimentan con la ingesta de ayahuasca es que te asomas al tubo de tu conciencia. Creía que el mío iba a ser como el del aire acondicionado, lleno de murciélagos, musarañas y hojarasca. Pero no. Estaba limpio y bruñido como los chorros del oro. Me descondicioné por completo. No tengo ningún remordimiento. No recuerdo haber hecho intencionalmente una sola putada a nadie. Y lo que cuenta, según Buda, es la recta intención.
¿Cree que los sueños hacen daño?
¿Los oníricos o los despiertos?
Me refiero a los despiertos.
A eso contesta Kipling en If, el poema más hermoso que escribió: «si puedes soñar y no hacer de los sueños tu guía. Si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu meta. Si puedes encontrar el triunfo y la derrota, haciendo caso omiso de esos dos impostores».
Además de no tenerle ningún respeto, ¿qué es lo más inteligente que se puede hacer en la vida?
No tomársela en serio.
Eso es lo que yo le he dicho. ¿Nada más?
Sí, fluir. Pero no confunda el respeto con la seriedad. Yo todo me lo tomo a guasa.
¿Se refiere a fluir con el universo?
Sí. Hay que ir por la vida en patinete. A caballo, cabalgando por ella.
Larga y accidentada es la ruta que conduce a Tebas. ¿Sabe ya lo que es la vida?
A Tebas, a Ítaca, a Tombuctú, a Castilfrío y sobre todo a uno mismo. Sí, sé lo que es la vida. Malo sería que a los ochenta y un años no lo supiera. Empecé de pequeñito la tarea de averiguarlo.
¿Basta la vida para expresar la propia vida?
Esa pregunta tiene trampa. Usted me ha leído muy bien. Sabe que encontré en mi adolescencia esa frase escrita en las paredes de Las Cuevas de Sésamo, un antro existencialista, y me impresionó mucho. Siempre quise ser escritor y, de repente, leyendo esa frase me di cuenta de que la vida no me bastaba para expresarla. Expresarla, digo, no comunicarla. La comunicación nunca me ha interesado. La expresión, sí, como cauce de acceso a lo sublime y a lo subliminal. Por eso necesitaba añadir la literatura a la vida y la vida a la literatura. Ambos términos son, en mi caso, sinónimos.
Usted ha nacido viejo y raro. Sigue siendo raro pero cada vez más joven. ¿Terminará sus días sentado a la orilla de un río viendo pasar el agua como Sinuhé el Egipcio?
Sigue demostrando usted que ha leído muy bien mi obra. Por una parte así es como termina el libro de Sinuhé, uno de los que más me ha impresionado. Y por otra, mi madre me decía siempre cuando yo era un adolescente que yo iba a terminar así. Hay una novela de Hermann Hesse que también termina así. Le agradezco, en definitiva, que me haya leído con tanta atención.
Me parece que hace no pocos días le envié las páginas con las que empieza el libro que estoy escribiendo ahora. En ellas hay una cita de Bergamín que dice que quien no ha leído sus libros ni lo conoce ni es amigo suyo, porque él solo está en lo que escribe. Eso vale también para mí. Hay mucha gente que se pone en contacto conmigo aduciendo que tiene ganas de conocerme. Y yo siempre respondo lo mismo: pues léame. Y añado: que usted quiera conocerme no significa que yo quiera conocerle a usted. No sea cronófago. No devore mi tiempo. Permítame que lo dedique en su integridad a escribir.
¿Ha visto en el mundo más de lo que hubiera deseado?
No. No he visto el vellocino de oro, ni el jardín de las Hespérides, ni las amazonas disparando sus dardos. No he hecho el amor con la Nathalie Wood de Esplendor en la hierba. No me he emborrachado con Huston. No he entrado en La Meca disfrazado de hadji. El mundo está lleno de fábulas y misterios que todavía no he contemplado ni desvelado.
¿Qué es lo que le queda por probar?
Morirme.
Ya lo ha hecho.
Me refiero a morirme de verdad. Me he muerto muchas veces, como todo el mundo. He indagado sobre la muerte y sobre todo he indagado mucho con el trance, con las situaciones peligrosas y con los viajes de LSD, mescalina, psilocibina, que siempre son iniciáticos. Un descenso ad ínferos como el viaje de Ulises, de Eneas o de Jesús. ¡Ah, y con la meditación y el orgasmo, que permiten vislumbrar, como seguramente sucederá al morir, el rostro de Dios, entendiendo por Dios el anima mundi de los paganos, el alma del mundo, la energía del cosmos, «l’amore che il sol muove e l’altre stelle».
Raymond Carver, en su libro Principiantes, dice: «todavía recuerdo el interior de aquella casa, con aquellas habitaciones, pero nunca te conté estos sueños. Las personas han de tener algún secreto, ¿no es cierto?». ¿Usted los tiene?
Yo también he leído ese libro. Claro que tengo secretos. En el armario no, pero sí en el almario.
Lanzo esa pregunta para que me cuente alguno.
Si los cuento en la entrevista dejarán de ser secretos. Si usted me convence, en la intimidad, para que le cuente alguno, quizá acceda, pero con una condición: que lo mantenga.
Lo haré. Sabe que mis labios están sellados.
No, no lo sé. ¿Por qué dice que lo sé? Los periodistas suelen irse de la lengua.
Porque ya le he guardado más de un secreto.
¿Y no lo va a contar aquí?
No.
Con eso demuestra usted que es más escritora que periodista.
Usted tiene una misión a vida o muerte, que es la de escribir. ¿No está cansado?
Seguro que dice eso porque hace tres o cuatro días publiqué en Dragolandia un suelto cuyo título decía:«irse cuando las luces se apagan». La literatura es un fenómeno en vías de extinción. Y no es que esté cansado de escribir. Si no escribiese no sabría qué hacer. Pero es cierto que tal como están las cosas me entran ganas de no escribir más o, al menos, de no publicar lo que escriba.
A algunos nos pasa que cuando tocamos las páginas de un libro tocamos también a un hombre. ¿Se ha encontrado escribiendo su libros?
Sí, claro. Walt Whitman y sus Hojas de hierba. La alta literatura sirve para eso. Yo siempre he intentado que la mía lo fuese: alta. Intentado, digo. Cosa bien distinta es conseguirlo. Volvemos una vez más a la recta intención. Cuento, a veces, lo que pasa en la llanura, pero oteo esta desde las cumbres.
Por curiosidad, ¿qué opina sobre el psicoanálisis y sobre los que lo practican?
La figura de Freud me inspira un gran respeto. Es uno de los grandes autores de la tragedia griega. Me interesa mucho el psicoanálisis y creo que es una de las infinitas maneras que existen al alcance del ser humano para adentrarse en su propia persona y alcanzar la edad adulta. Para psicoanalizarse no es necesario ir al psicoanalista, pero quien no se psicoanaliza, hágalo como lo haga, vive en vano.
Dice que el que es escritor lo es por vocación. ¿No será por destino?
Vocación es carácter. Y carácter es destino. Solo puedo decirle que yo nací escritor y siempre, desde mi más remota infancia, quise serlo. Para mí la verdadera realidad es la literatura. Lo que los hindúes llaman maya, la fenomenología del mundo exterior, me interesa muy poco. De ahí mi desdén por lo colectivo, por lo social, por lo político.
Ahora está escribiendo el segundo volumen de sus memorias. Deja de ser Nano, el niño de Los días azules para ser Dionisio, el aventurero, el protagonista de su vida. ¿Le está costando escribir esa memorias? ¿Tiene tiempo?
Muchas preguntas en una, señorita. ¿Tiempo? Sí, me falta tiempo. Además, cuando uno tiene ochenta y un años, esa sensación agobia más. Por otra parte me pasa lo que Rubén Darío decía cuando se refirió a «la vida que tienta con sus frescos racimos». Me sigue tentando. Lo hace en infinitas ocasiones y eso resta tiempo a mi tarea de escritor, pero al mismo tiempo la enriquece y al enriquecerla la hace posible. Se escribe sobre lo extraordinario, no sobre lo que no lo es. Procuro navegar entre dos aguas. La de la vida vivida y la de la literatura. Ese libro, señorita, sale como el capullo de seda de la boca del gusano, como la tela de la araña. Es viento en mis velas. No se preocupe.
Nacer, crecer, decrecer y morir. ¿Ese es el argumento de todos los libros de memorias?
Nacer sí y crecer también. Decrecer, no forzosamente, aunque la decrepitud puede ser un buen asunto literario a condición de que quien la describa no esté decrépito. Se escribe como se folla. Y follar es palabra emparentada con respirar, con jadear, con suspirar… Y con gritar.
Me gustó mucho Muertes paralelas.
Ya. Es usted una persona muy interesada por la Guerra Civil. Puse mucho en ese libro y me costó Dios y ayuda, y sudor, y lágrimas, escribirlo. Era una deuda emocional, un compromiso con la voz de mi sangre.
Creo que todavía no me he recuperado y, de hecho, una de las conclusiones a las que he llegado es que con ese libro usted ha hecho lo que su padre no consiguió.
Cierto.
Llevar la antorcha hasta el estadio.
O la noticia de las Termópilas. La misión que Leónidas encomendó al mensajero a punto ya de rendir el alma: «ve a Atenas y di a los atenienses que aquí han muerto trescientos hombres por defender sus leyes». Es uno de los momentos estelares de la historia de la humanidad. Al escribir ese libro descubrí línea a línea que estaba haciendo todo lo que mi padre quiso hacer y no pudo porque la Guerra Civil y la envidia, pecado capital de los españoles, se lo impidieron. Entre los muchos epitafios que tengo pensados para mí hay uno que dice: «cuidó de los suyos y escribió». ¿Le suena?
Sé que le gusta la soledad, pero tengo que recurrir a la palabra generación. Usted forma parte de una en la que quedan pocos escritores tan lúcidos como usted. Tiene una vida para ser contada.
Es verdad. Soy, por viejo, el último representante de la literatura beat y de un mundo que ha desaparecido. No sé si mis libros son buenos o no. Eso que lo decidan otros. Pero lo que sí sé es que soy un buen personaje de novela y un testigo de aquel tiempo, en el que aún había espacio para la libertad de costumbres.
Es usted un personaje de película.
El cine, que es la narrativa de nuestro tiempo, me ha rondado desde joven, pero mi disparatada vida siempre me ha impedido hacer una película. Estuve a nada de ser el protagonista de El corazón del bosque, pero me tentó tener un Land Rover a la puerta de casa y me fui a Irán. Ahora me han colocado delante una propuesta para hacer una película de altos vuelos y estoy en ello. A ver si cuaja. No me pregunte más.
¿Qué es el amor y cuál es su fin?
¿Hablamos del amor romántico?
No necesariamente entre un hombre y una mujer. Uno puede estar enamorado de muchas cosas.
Permítame que disienta. Hay vocaciones, y aficiones, y obsesiones, y gustos, y caprichos, pero el amor romántico solo puede darse entre una mujer y un varón. Yin y yang, lo umbrío y lo soleado, lo húmedo y lo seco, lo cóncavo y lo convexo. Lo demás son mandangas. Lea usted el poema que Luis Alberto de Cuenca tituló Political incorrectness. Yo suelo responder a esa pregunta con los poemas de amor que más me han tocado en la vida. Uno es el Libre te quiero de Agustín García Calvo y otro el Farewell de Neruda: «amo el amor de los marineros que besan y se van». Eros y tánatos. Esa es la ecuación.
Habla usted como si estuviera enamorado.
Uno de los mandamientos del decálogo de Hemingway, que para mí son como los de la Ley de Dios, dice que el escritor tiene que permanecer siempre enamorado. El amor infunde entusiasmo y tensa la piel del tambor. Sin ese impulso la literatura es tan flácida como el pene de un cadáver.
El amor es siempre eterno aunque dure diez minutos.
Desde luego. Ya lo dijo Machado: «hoy es siempre todavía».
Pero doy por hecho que usted no cree en el amor para toda la vida.
No lo sé. Según me da. Lo que sí le puedo decir es que siempre hay un impulso de eternidad en el sentimiento amoroso. Hay que vivirlo como si fuese eterno. Bien es verdad que luego pueden suceder muchas cosas y suele acabar en rutina, en tedio, en separaciones y recriminaciones. Pero eso no significa que cuando uno está enamorado no crea que es para toda la vida. Algo parecido a la famosa apuesta por Dios de Pascal. ¿Usted qué piensa?
Yo creo en el amor para toda la vida de otros. Para toda la vida mía, no.
¿Por qué no? ¿Porque es usted demasiado joven? Yo creo que miente o que teme.
Se equivoca.
En ese caso creo que se engaña a sí misma.
¿Por qué? Yo puedo pensar lo mismo de usted.
¿Usted está enamorada?
Sí.
¿Y cree que no va a ser para toda la vida?
No.
Me da la razón. Dos negaciones afirman. En todo caso, ¿cree que ese no ser para toda la vida va a ser culpa suya o de la persona a la que ama? ¿O de la fatalidad de los acontecimientos que puedan desencadenarse? ¿O quizá lo dice porque está enamorada de una persona por su edad se le puede morir cualquier día entre los brazos?
No, nada de eso. Yo también puedo morir mañana mismo. Siempre he estado enamorada de hombres mayores.
Y el hecho de estar enamorada creyendo que eso no va a durar para siempre, ¿no le produce cierta angustia?
No. Del mismo modo que nada importa nada. Nada dura para siempre.
No es eso lo que dice el famoso soneto de Quevedo: «amor constante más allá de la muerte».
Luego hablaremos de Quevedo. Y no, no me llena de angustia. Al contrario. Me hace vivir con más intensidad cada minuto que mi enamorado se deja ver.
Pero seguro que usted, cuando su enamorado se va de su casa, por ejemplo de esta cama… Porque usted lo recibirá en esta cama, ¿no? Seguro que usted le pide que no se vaya, que se quede. ¿Es así? Si le dice eso es porque sabe que antes o después se irá.
Se lo digo porque en ese momento el amor no se ha terminado. Acaba de explotarme en la cara. Le aconsejo que repliegue. Se está metiendo en un jardín de zarzas.
Una cosa más le digo. Si su enamorado comete el error de enamorarse de usted, va dado. Porque igual él va a seguir enamorado toda la vida y usted no. Las va a pasar putas. No se sofoque señorita.
¿Quiere un poco de queso?
Sí. ¿También le da queso al hombre que ama cuando viene?
Sabe que sí. ¿Prefiere el amor a oscuras o con luz?
Me gusta de las dos maneras, pero lo prefiero con luz.
¿Desea poseer lo que ama? ¿Es usted celoso?
No deseo poseer lo que amo. Es más, cuando se habla de que el amor está condenado a extinguirse es por la cosificación que suele producirse entre los enamorados. No soy celoso.
¿Ah, no?
Hace mucho años, moderadamente, lo fui. Ahora ya no. Soy una persona ecuánime, como todos los Libra. Siendo yo incapaz de prometer fidelidad a una mujer, ¿cómo voy a pretenderla? Soy un consentidor.
Si yo le digo fidelidad, ¿usted qué me dice?
La pellizco para que espabile. Prefiero que me hable de lealtad. Eso sí.
Es usted como el sultán de Kapurthala.
Ojalá.
¿Se confunde el amor con la aventura?
Sí. De hecho el amor tiene siempre algo de aventura. Y nada hay más hermoso que un amor que se aventura, que te arrebata, que te lleva a un lugar desconocido.
¿Conviene decir la verdad en el amor aunque duela?
No siempre. Lea o relea Tener y no tener de Hemingway.
San Juan de la Cruz decía que la herida de amor se cura con la presencia y la figura. ¿Está de acuerdo? ¿El amor exige presencia física o basta con un intercambio de correspondencia?
No, no la exige. La cercanía puede incluso perjudicar al amor. Abelardo se castró y ese hermoso gesto convirtió su amor por Eloísa en un paradigma del sentimiento amoroso. Hablaba Antonio Machado de «los ojos de Guadalupe / cuyo color nunca supe».
¿El amante tiene mejor prensa que el amado?
Sí, tiene mejor prensa, pero es la presa del amado. Paradojas.
¿Ha leído aquello que Cernuda escribió sobre las experiencias de la compenetración? «En un momento se unifican. Tal uno son amante, amor y amado. Los tres complementarios luego y antes dispersos. El deseo, la rosa y la mirada».
El deseo está, la rosa también y la mirada qué duda cabe. Lo más hermoso del amor son las miradas. El amor empieza así. Siempre con la mirada.
Eso se lo dijo su primera novia.
Cierto. Lo conté en Las fuentes del Nilo. Sigue demostrando usted que ha estudiado al detalle mi vida. O sea: mi obra. Cuando pregunté a aquella chica que si me quería, me escribió en una entrada del cine Gong: «tú, que lees en los ojos, ¿no sabes leer en los míos?».
¿El tiempo corre a favor o en contra del amor?
Amar es estar fuera del tiempo. Cuando uno ama el tiempo no existe. Es un éxtasis.
El desamor es un limbo. Una cámara frigorífica. ¿Cuándo muere el amor?
No muere la capacidad de amor de una persona, lo que muere es la relación con otra persona, el amor hacia otro.
¿Usted cree que hay historias de amor que brillan en la oscuridad mientras otras ven la luz?
Sí. Usted me ha preguntado si lo prefiero a oscuras o con luz. Hay amor con luz y hay amor a contraluz. Como el final de la Divina comedia, que es puro fulgor estelar.
Decía Góngora que «a batallas de amor, campos de pluma». ¿El amor se dice o se hace?
Se hace. Las palabras son bocadillos de tebeo y notas a pie de página, pero no sobran por las mismas razones por las que al champán no le sobran las burbujas.
De la misma manera que hay sexo sin amor, ¿hay amor sin sexo?
Supongo que sí. Entre los trovadores o los poetas del dolce stil nuovo y sus damas lo había. En el amor tántrico también. Tiene infinitos caminos.
Los griegos hablaban del amor y tenían un dios, Eros. ¿Qué es el erotismo?
El erotismo es estar con la amada, abrazado a ella, follándola y, en el momento en que los dos están alcanzando el orgasmo, mirarla a los ojos y ser mirado por sus ojos. Eros era un dios y el erotismo es su evangelio.
¿Usted cree en los géneros?
Sí, a machamartillo. Tengo un hijo de cinco años que es pura virilidad y una nieta de cuatro años que es pura feminidad. Por supuesto que creo. Y eso no significa que en el curso de la relación amorosa y sexual no se pueda y se deba llegar a una especie de transfusión sin confusión en la que se borran los géneros. Ese es el peldaño más alto del amor, cuando la genitalidad se borra y cuando la mujer es varón sin dejar de ser mujer y el varón es mujer sin dejar de ser varón. Todo al tiempo. Excalibur. El Grial. El asiento peligroso. La parusía.
Tengo que preguntarle por su vida sexual.
De mi vida sexual se ha hablado mucho. Pregunte.
¿Me tomarán por loca si digo que se puede comparar con la de un joven?
Debería atreverse a decir que es mejor que la de un joven. Lo es, al menos, si comparo lo que ahora hago con lo que en otros tiempos hice. Le aseguro que follo más y mejor que cuando tenía veinte años. A follar, como a todo, se aprende.
¿Es usted vanidoso en la cama?
No, pero puedo ser vanidoso fuera de la cama a cuento de lo que ha pasado en ella.
Dicen que en su cuerpo vive la realidad y el deseo. Y además dicen también que el amor y el sexo con usted es un cóctel explosivo y una impertinencia que desafía el tiempo. ¿Qué les da?
¿Quién dice eso?
¿Qué importancia tiene?
Usted está jugando con trampa, señorita. Sabe perfectamente por qué lo digo. ¿Quiere enseñar los naipes? Está haciendo preguntas cuya respuesta conoce perfectamente. Tengo que salir del atolladero. Les he dado lo mismo que le daría a usted si se prestase a ello. No me tire de la lengua, fui al colegio del Pilar.
¿Crees que lo que es no puede dejar de ser?
Por supuesto. Ese es el mensaje de Krisna en la Gîta. Heidegger inquiría: ¿por qué el ser y no más bien la nada? ¡Pues porque el ser es un concepto que por definición no admite antónimo!
Tengo que confesarle algo.
Confiese, confiese, que falta le hace.
Usted, en lugar de ser un ser de lejanías, lo es de cercanías. De hecho, con usted, el tiempo duele. ¿Cree que nos hemos visto en otra ocasión? ¿Cree que hemos estado aquí otra vez?
Probablemente. Creo que cuando entre dos personas se establece una relación que no tiene causalidad lógica, la única explicación es que se hayan conocido en otra existencia. Eso ya lo decía Platón. No lo estoy inventando yo. ¿Usted piensa lo mismo?
Sí. Cada día más.
Usted está leyendo una obra de Priestley que en mi juventud me fascinó. La trilogía del tiempo compuesta por La herida del tiempo (o El tiempo y los Conway), Esquina peligrosa y Yo estuve aquí una vez. O varias. Jennifer Jones en Retrato de Jennie y Kim Novak en Vértigo.
«Érase de un marinero que hizo un jardín junto a la mar y se metió a jardinero. Estaba el jardín en flor y el marinero se fue por esos mares de Dios». ¿Usted siempre se está yendo?
En cierto modo, sí. Siempre me han dicho eso mis mujeres y mi madre se lo decía a mi padre. Cosas que se heredan. Aunque su pregunta contradice lo que me ha dicho antes del ser de cercanías.
Se equivoca. Tiene lógica. Usted siempre se va, se va, se va, pero se queda.
Como Miguel Hernández y sus tres heridas.
¿Lo fugitivo permanece y dura?
Siempre. Otra vez Krisna en la Gîta.
Me recuerda usted a Robert Capa. Él también era un suicida.
¡Vaya por Dios! Lo digo porque usted me recuerda a Gerda Taro. Pero él fue quien sobrevivió.
Ambos se sentían atraídos por una embriaguez liberadora que nacía del conflicto. Ellos comprendieron la suerte tan frágil que supone vivir. ¿Usted también?
Y seguro que usted también. No escapará a su elant vital por mucho que se suba a un avión en Casablanca.
¿Usted es nostálgico?
¿Cómo no voy a serlo en un mundo como el actual, donde todo se ha desvanecido? He visto apagarse las luces una a una. Usted también lo añora. Lo que pasa es que yo lo viví y usted lo leyó. No sé quién sale ganando.
¿Por qué la soledad tiene tan mala fama?
Eso me pregunto yo. No lo puedo entender. La soledad siempre me ha gustado. Quien no sabe estar a solas nunca apreciará la compañía. Observe a los gatos.
Jorge Guillén decía de Lorca que cuando Federico estaba no hacía ni frío ni calor, hacía Federico. Con usted me pasa lo mismo. Sin embargo hay personas a las que su figura le repele. ¿Por qué será?
Eso sucede porque soy raro, porque digo lo que pienso, porque no retrocedo nunca, porque no me dejo encasillar, porque parezco feliz y así es, porque soy indiferente al elogio y al denuesto, porque sonrío y la sonrisa me vuelve invulnerable. Pero no es cosa que me quite el sueño. Al contrario. A un hombre se le mide por el número de sus enemigos. Y cuantos más enemigos tengas, más amigos tendrás.
Es usted más chulo que el Capitán Trueno, pero tiene gracia. Y, además, usted sigue siendo una pregunta sin respuesta. Por lo menos para mí.
Pues acaba de hacerme muchas. Podía haberlo pensado antes y en vez de tanta cháchara nos habríamos tomado unas lonchas de queso. ¿Cuál es la pregunta sin respuesta?
¡Usted!
Ahora voy a hacerle yo una pregunta. ¿Qué soy para usted?
Una especie de recuerdo.
¿Solo eso? Por lo menos dígame que el recuerdo está anclado en el presente.
Lo está, porque me hace recorrer territorios de mi vida que no conozco. Y hablo de recuerdos que son también palabras nuevas. Usted es para mí todo un género literario. Un pasado remoto y un futuro próximo. Un idioma. Ya sabe, cuestión de palabras.
¿Puedo hacerle otra pregunta?
Hágala.
¿Qué cree que va a pensar la gente de nosotros cuando lea esta entrevista y vea las fotos que la acompañan?
De usted pensarán lo de siempre. Y de mí que soy una jovencita que ha caído en su red. Pero se equivocan. Solo usted y yo sabemos lo que los demás ignoran.