No sé si es mejor leer o escribir como bálsamo preparado para cuerpos quebrados, para almas confundidas, para mentes errantes. Escribir me ayuda a ordenar, a clasificar, a desechar. En cierta medida, escribir es como ir a echar la basura. Cada cosa va a su contenedor. Escribir es como limpiar el baño: no hay mucha diferencia entre un escritor y alguien que se pone guantes para frotar en la taza de un váter. La sensación de higiene que queda tras cosechar ambas faenas es la misma, exactamente la misma. El escritor trabaja con sintaxis, con subordinadas y signos de puntuación. Son elementos mucho más discutibles que la lejía o un estropajo. Ojalá todo en la vida se pudiera solucionar con un estropajo, sería un verdadero mundo idílico. Una fantasía de ensueño.

Tenernos demasiado en cuenta nos vuelve idiotas, unos tipos completamente ajenos al mundo que les rodea.

Escribir y limpiar el váter se parecen porque son actos de ensimismamiento. Son actividades profundamente egoístas. Cuando uno escribe o cuando uno repasa las manchas del lavabo no puede hacer otra cosa que pensar en sí mismo. Es tan lógico como peligroso. Dudo mucho que siempre sea tan oportuno estar con nosotros mismos. Tenernos demasiado en cuenta nos vuelve idiotas, unos tipos completamente ajenos al mundo que les rodea. Limpiar el baño te convierte en un gilipollas.

En cambio, leer es un acto completamente generoso. No comprendo a los que reivindican la escritura por medio de las drogas: es absurdo. Escribir es complicadísimo e intentar hacerlo sin todas tus facultades es, simplemente, ridículo. Esos buenos escritores borrachos habrían sido mucho mejores si hubieran estado sobrios. En cambio, yo reivindico que es mucho más coherente leer borracho. Leer es un acto de generosidad. Leer es aceptar que hay mucho más allá fuera de ti. Cuando algo te duele, cuando te crees el centro del mundo, vale con abrir una página para que te des cuenta de que eres una mísera mota de polvo en el universo. No importa que lo que leas tenga que ver con el asesinato de una familia o con el pene de las ballenas. Lo que importa es que tiene que ver con lo que pasa fuera de tu universo.

Es coherente la borrachera y la lectura porque son momentos en los que estás muy lejos de ti. Es desatender lo importante para centrarse en lo urgente. A veces, lo urgente es salir de uno mismo.

Yo creo que no somos seres humanos. Somos seres contados. Solo a través del cuento logramos entender algo de lo que nos pasa.

Siempre me ha impactado: cuando salimos de nosotros mismos, es cuando mejor nos entendemos. Cuando escuchamos historias que le suceden a otros, es ahí, justo ahí, cuando toda nuestra historia tiene sentido. Yo creo que no somos seres humanos. Somos seres contados. Solo a través del cuento logramos entender algo de lo que nos pasa. Por eso es tan recomendable caminar, porque no es concebible nada de lo que nos pasa sin salir ahí fuera y observar que no estamos solos. El único camino para llegar a nosotros mismos es el camino contrario a nosotros mismos: el camino a los demás.

Necesito leer porque necesito a los demás. Los demás tienen incidencia en lo que pasa dentro de mí. El agujero que siento lo ha provocado un gusano. Es un gusano con nombre sospechoso. No sé cuál es ese nombre, pero sé que no tiene nada que ver conmigo. En cambio, ahí está, haciendo daño. Y por mucho que proteste no se va. ¿Por qué sigue ahí? ¿Por qué siento dolor? ¿Quién ha sido? ¿Quién ha introducido dentro de mí al gusano?

Intento alimentar al gusano. Pero lo alimento como al cerdo que llevan al matadero. Por eso le doy lecturas. Para que se ahogue de historias ajenas. Para que muera de su propio empacho. Para destruirlo a base de empatía, de problemas de otros, de conciencia colectiva. Una cosa tengo clara: ese gusano no se llama amor.