El 30 de agosto de 1797, en Londres, nacía la creadora de uno de los monstruos más terroríficos y conocidos de todos los tiempos: la criatura del Dr. Frankenstein. Veía la luz la escritora Mary Wollstonecraft Godwin, mundialmente conocida como Mary W. hhelley, apellido que adoptó de su marido, el también escritor Percy Bysshe Shelley.

Hija de la filosofía y del feminismo
Nacida de la unión entre el escritor y filósofo William Godwin y la escritora feminista Mary Wollstonecraft, fue digna heredera de las dotes artísticas de sus progenitores. La idolatría que siempre profesó por su madre, muerta por una infección durante el posparto, contrastaba con la relación inestable que mantuvo con su padre.
La fuga de Mary, acompañada por su hermanastra Claire Clairmont, con el amigo de la familia Percy B. Shelley no fue aprobada por el padre de ella. El escritor romántico, aún casado, estableció una relación ilícita y abierta con la autora británica. No sería hasta el primer embarazo de Mary, en 1816, y el suicidio de la esposa de Percy, que la pareja contraería matrimonio en un intento por legitimar su relación ante la sociedad.

Librepensadores, seguidores del amor libre, amantes de la literatura, el matrimonio se rodearía de intelectuales de la talla de Lord Byron. Sería en compañía de este, durante un viaje a Suiza, cuando surgió el germen que daría vida a la criatura.
La criatura del Dr. Frankenstein
Cuenta Mary Shelley en el prefacio a la edición de 1831 de Frankenstein, que durante sus vacaciones en Suiza se vieron obligados a permanecer encerrados en la casa donde se hospedaban debido a la constante lluvia. Lord Byron, Percy Shelley, John Polidori y ella misma, como oyente, dedicaron su tiempo a leer cuentos de fantasmas traducidos del alemán al francés. Sin embargo, en un grupo conformado por tales mentes literarias, la creación surgía de la lectura, y se propusieron escribir una historia terrorífica que superase a las ya leídas.

Mary Shelley, espectadora muda de esta proposición, obtuvo la idea para su relato de las teorías del Dr. Darwin. Se decía de él que había sido capaz de dar vida a lo inerte y que perseguía devolver la vida a un cadáver. Con estas teorías en la cabeza, la escritora intentó conciliar el sueño pero al cerrar los ojos vio al «pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al ser que había ensamblado». Lo terrible de jugar a ser Dios aterroriza a la autora durante toda la noche y de esta pesadilla surge Frankenstein o el moderno Prometeo (1818).
Pedazos de vida
Como suele suceder, la realidad supera a la ficción. El terror de sus pesadillas se materializaría en forma de muerte. Tras perder al bebé nacido prematuramente de su primer embarazo, la escritora vería cómo la vida de su segundo y tercer hijo se apagaban también. A esto se une la muerte de su esposo en 1822, ahogado en un accidente durante una estancia en Italia. Solo el cuarto hijo del matrimonio sobreviviría, Percy Florence, con el que Mary Shelley siempre mantendría una relación muy cercana.

El corazón no incinerado
«Y mi compañero era alguien a quien no veré más en este mundo». Así mencionaba en el mismo prefacio antes referido la trágica desaparición de Percy Shelley con tan solo 30 años. Un cadáver arrojado por el mar exigía su sepultura inmediata según las leyes de la época. Sin embargo, gracias a la intervención de un amigo, el cuerpo del joven escritor sería incinerado. Pero, según se comenta, ante la no combustión del corazón, el órgano sería salvado de la quema y preservado por su mujer.
Es más, el corazón de Percy Shelley acompañaría a la autora durante el resto de su vida junto con recuerdos de sus hijos desaparecidos. Una colección de mechones de pelo y recuerdos de cuerpos ya inertes, pedazos de vida que inevitablemente llevan a las teorías que dieron vida a la criatura de esta Dra. Frankenstein. Quizás solo souvenirs de una madre y esposa desolada, quizás oculto deseo de devolver la vida a quien se ha ido.
Jugar a ser Dios
Clip de Frankenstein (1931)
No obstante, el dolor no acabó con su capacidad creativa. Mary Shelley se dedicaría a la escritura de novelas y ensayos, cultivando diferentes géneros, a la vez que editaba incansablemente la obra de su difunto esposo. Frankenstein o el moderno Prometeo, moldeado en tiempos felices, sería su mayor éxito literario, así como una crítica a la egolatría de quien quiere jugar a ser Dios, quien quiere superar su propia naturaleza.
Mary W. Shelley murió a los 53 años por un tumor cerebral y se halla enterrada en Bournemouth junto al corazón de su esposo. Su criatura, siguiendo sus dictados, aún sigue viva, vagando por las pesadillas de quien se acerca a este clásico decimonónico: « Y ahora, una vez más, pido a mi horrenda criatura que salga al mundo y que prospere».