El desarrollo de la Segunda Guerra Mundial para la Alemania Nazi estuvo, en gran parte, comprometido por los países aliados. No obstante, Hitler se preocupaba mucho en el desarrollo social de sus compatriotas. La propaganda y su persecución a, por ejemplo, los judíos, hacían de la sociedad alemana de mediados del siglo pasado una parte influyente en las decisiones del Tercer Reich.
Archiconocido es el caso del atleta Jesse Owens en las olimpiadas de Berlín del 36 y sus cuatro oros olímpicos que hicieron “enführecer” a Adolf Hitler (válgase el juego de palabras).

Muchos fueron los “héroes anónimos” que retaron al régimen nazi. Johann Trollmann fue un exitoso boxeador que, además de tener sus propias grupies y arrastrar título tras título, era gitano. Ser gitano en la Alemania del Tercer Reich era un negocio algo arriesgado. Arriesgado y muy ruinoso.
Criado en los suburbios de Hannover, Rukeli (así fue apodado) poco a poco se había labrado una vida como boxeador profesional. Sin embargo, el estilo que depuró junto a su entrenador judío Erich Seelig no era muy del agrado de los más puristas. Unos puristas muy nazis. Trollmann demostraba su valía y sumaba victorias en el semipesado gracias a su baile de piernas y sus movimientos rápidos, algo que desentonaba en el boxeo de la época que se basaba en muchos puños y poca cabeza.
Poco tardaron los periódicos del régimen en denunciar y ridiculizar el estilo de Trollmann. “Afeminado” o “Nada que ver con el boxeo ario de verdad” eran algunas de las lindezas que el Völkischer Beobachter (El Observador Popular) le dedicaba semana tras semana.

La caza a Trollmann ya había comenzado y a las puertas del verano del 33, la Asociación Alemana de Boxeo (AAB) organizó una pelea desigual entre Rukeli y el campeón de los pesados, un tal Witt, de nombre Adolf. Trollmann, apunto estuvo de noquearle, pero los jueces ordenaron parar la pelea ante la superioridad gitana. Declararon un asombroso empate ante el estupor del enardecido gentío. Poco tardaron, sin embargo, en recular; ocho días después los jueces devolvieron la victoria al amigo Johann.
Todavía en el ring, Trollmann rompió a llorar de felicidad y sus lloros se tornaron en excusa perfecta para despojarle del título por “mal comportamiento”. Allí en el ring, en aquel 9 de junio del 33 se quedaron las victorias de Trollmann, pero su orgullo se eternizó durante décadas.
Meses después de aquel combate, la AAB preparó otra pantomima de pelea. Queriendo tener atado todo, la organización prohibió previamente al púgil de raza gitana moverse del centro del ring. Una decisión que permitiría pasar a Johann Wilhelm Trollmann a los anales del deporte y, lo más importante, elevarse a los altares del arrojo, la gallardía y la temeridad.
Trollmann desafiando a todo el Tercer Reich, se presentó teñido de rubio y bañado en harina. Harina tan blanca como el guerrero ario que tanto vendía la propaganda de Goebbles. Sin moverse del centro del cuadrilátero y encajando todos y cada uno de los puñetazos de su rival Gustav Eder, se desplomó tras cinco asaltos, bañado en sangre pero rebosando orgullo.
El final de Trollmann fue tan trágico como el de la mayoría de los gitanos de aquella época. Reclutado por la Wehrmacht en 1939 y tras el Decreto de Auswicht firmado por Himmler, Rukeli fue deportado al campo de concentración de Neuengamme, donde son varias las teorías sobre su muerte. Una de ellas, relaciona su muerte con su participación en los combates que se organizaban en el campo de concentración.

Lo cierto es que no fue hasta 2003, setenta años después de aquel combate, cuando le fue entregado a título póstumo aquel título de los semipesados. Su familia recogió su cinturón y Hamburgo le recuerda con una placa, Hannover con una calle, Berlín con un ring y el mundo entero con su inolvidable historia.