Este verano PhotoEspaña, junto con los comisarios Publio López Mondéjar y Lucía Laín, han querido reconstruir el universo creativo de Joaquín Sorolla. La exposición se sitúa en el marco cultural y artístico español entre la Revolución de 1868 y la Dictadura de Primo de Rivera, momentos históricos entre los que transcurrió la vida del pintor.
Fue objetivo de muchos fotógrafos por su condición de genial artista y gloria nacional. Le retrataron en sus estudios, entre los miembros de su familia y en todos los momentos importantes de su vida.

Menos de 50 años y casi 5000 obras
Comenzó a pintar con ocho o nueve años, cuando ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Carlos en Valencia y no paró hasta 1920, cuando la salud le obligó a hacerlo. A los 57 años sufrió un ictus que le hizo soltar los pinceles.
En su última etapa como pintor unió su casa con su estudio, únicamente un timbre marcó la separación. Si alguien quería acceder a su lugar de trabajo tenía que esperar a que él abriese. Joaquín se levantaba a primera hora de la mañana y comenzaba a pintar y solo paraba para comer y dormir la siesta. A las cuatro retomaba la tarea hasta la hora de la cena. No le gustaba que le molestase nadie.

Aclamado en EEUU
Joaquín Sorolla llevó 350 obras a Nueva York y vendió unas 200. Actualmente el país conserva un 5% de las obras del autor. Solo en instituciones americanas hay 150 obras, más que Picasso. Acudió con motivo de una exposición organizada en la Hispanic Society of América de Nueva York. Fue un verdadero éxito. Solo se pudo visitar durante un mes y aun así acudieron hasta el lugar, situado en las inmediaciones del Bronx, más de 200.000 personas.

Las paredes del Museo Sorolla están repletas por infinidad de pinturas hechas por el artista, un total de 1347 entre cuadros y bocetos. También cuenta con una amplia variedad de adornos de cerámica como pequeñas pilas, platos, vasijas, figuras y esculturas. Hay alrededor de 800 y todas fueron compradas por él.
Se sabe por las cartas que se escribían que era un comprador compulsivo y que Clotilde a veces le regañaba por este impulso coleccionista.

Joaquín Y Clotilde
Joaquín Sorolla conoció a su mujer, Clotilde del Castillo, cuando tenían catorce y quince años respectivamente. En 1888 comenzaron una historia de amor que les mantuvo unidos hasta el final sus días. No se separaban ni cuando Sorolla estaba de viaje. Se escribían cartas, una carta al día, contándose la jornada. El artista además le hacía llegar diariamente un ramo de flores.
Sorolla pintó a su mujer en múltiples ocasiones. El estudio de su casa museo está presidido por el cuadro Clotilde con traje gris de 1900. Clotilde murió seis años después de Sorolla. Cuando falleció él, ella dejó de arreglarse y sufrió un importante bajón.

Sorolla murió con sesenta años. A pesar de ser relativamente joven, en su cara se apreciaban muchas arrugas. Estas fueron la causa de pintar varias horas a plena luz del sol, para captar la iluminación de las playas y jardines. Solo se permitía el lujo de cubrirse bajo un toldo cuando viajaba al norte de España y pintaba en los arenales de Zarautz.
Solo las clases más altas acudían a estas playas porque allí no hacía tanto calor como en su Valencia natal. Las temperaturas les permitían lucir los vestidos blancos y sombreros tan representativos de los modelos de sus cuadros, como el cuadro Paseo a la orilla del mar, de 1909.
No es el olor, sino el aire, lo que ha pintado Sorolla, y lo que sublima su pintura. El mar, las velas blancas, los árboles, la barca humilde, todo, en fin, lo tocado por el pincel de Sorolla cobra inefable carácter etéreo.

Los vestidos blancos en plena playa de Valencia cegaban al autor, en Guipúzcoa las modelos podían permanecer al sol para poder captar las iluminaciones que reflejaba la tela blanca a la brisa marina de la costa norteña.