¿De dónde viene la risa?

Universal, definitiva, intensa, lúcida. Así es la risa. Algo tan intuitivo, tan humano y que, en ocasiones, tan poco se ha estudiado a lo largo de la Historia. Pocos o casi ningún han sido los que se han preguntado, con rigor, por qué la gente comete la imprudencia de soltar una carcajada sin importarles quiénes pueden estar escuchando su estridente voz.

Un filósofo, como quien no quiere la cosa, como quien descubre sin haber buscado, habló sobre esto en una de las obras más conocidas de la filosofía contemporánea. Su nombre era Henri Bergson, y el libro en cuestión era La Risa.

La pregunta adaptada al hombre

Convencido de que algo espiritual movía al hombre o bien a la desgracia o bien al extraordinario prodigio del éxito, Bergson confiaba en fuerzas ciegas de la naturaleza. Algo, llamado intuición, vagaba entre las personas. Tocando ahora a uno ahora al otro y ofreciéndoles la posibilidad de sortear la cósmica mala suerte que asedia la vida. No podía ser que una figura tan instintiva no se preguntase por el más instintivo de los impulsos. ¿Por qué iba nadie, en su sano juicio, a hacer estallar el ambiente con un grito ahogado, similar a un estertor, que se prolonga indefinidamente? ¿Por qué iba nadie a reírse?

Antes que él, nadie se había atrevido a plantear sobre la mesa semejante cuestión. Salvo algún pequeño apartado sobre ello en los amplios libros de teología, ontología y demás ciencias del espíritu, nunca se había puesto en entredicho el humor. Como si fuese casi un secreto que no debía causar ni interés ni asombro. ¿El motivo? Probablemente que no fue hasta el silo XIX, con filósofos como Nietzsche y Schopenhauer, que el irracionalismo no empezó a introducirse en el pensamiento. Ellos ya habían hecho análisis sobre las artes. Quedaba ahora incluir la última de ellas: la comedia.

Entonces, ¿qué es la risa?

Todo se remonta al cerbero y a la manera de comprender la realidad. La tendencia del ser humano es la de empaquetar, juntar ideas, es decir: conceptualizar. Coger diferentes sucesos y decir que todos ellos responden a unas mismas causas. Que tienen unas mismas consecuencias y que, por tanto, se pueden llamar de una misma manera. Esa tendencia, tan estudiada por filósofos y por psicólogos, es la que, siguiendo a Bergson, llega a producir la risa. ¿Cómo lo hace? Pues muy sencillo. Cuando algo tan rígido en nuestra conciencia, tan sólidamente construido repentinamente se vuelve incoherente o inexplicable, solo sabemos responder con risa.

El filósofo consideraba que reírse era una intromisión de la vida en la mecánica que nosotros mismos nos hemos creado. Y ponía, como ejemplo, la clásica caída de un hombre al suelo, un gag infinitamente explotado durante décadas. ¿Por qué sigue haciendo gracia? Pues porque la mecánica- es decir, el movimiento rectilíneo uniforme- pasa a volverse vida, cuando el individuo cae al suelo e intenta caminar, en cierta manera, hacia abajo. Esto no es más que un recordatorio de la imperfección, del error, de lo que precisamente hemos omitido: que la vida no se puede encasillar en conceptos.

Esta idea la extrapolaba luego a lo que llamaba ironía, o a aquellas frases ingeniosas que de alguna manera producían los humoristas. Eran, nuevamente, romper con el concepto prestablecido, escapar por algún subterfugio de la conciencia que no había sido explotado. Cabe aventurarse y decir que el humor es sorpresa, pero no es eso, sino sencillamente recordatorio. Volver a ser conscientes de que por mucho esfuerzo que le pongamos la vida siempre volverá a aparecer y a asomar por debajo de cualquier conceptualización.

Con independencia de la vigencia de esta obra, debemos de agradecer a Bergson el interés por un fenómeno tan humano y global, interesante y común, feliz y divertido. Poco importa que sus respuestas fuesen o no las adecuadas, más bien hay que agradecer que sus preguntas, por fin, se formulasen. Y que pusiese sobre la palestra un arte tan olvidada como es la comedia.