«Lo que la lectura enseña al lector, las imágenes lo enseñan a los iletrados, a quienes sólo pueden percibir con la vista, puesto que en los dibujos los ignorantes ven la historia que deberían leer, y quienes lo conocen de letras descubren que, en cierta forma pueden leer.»
Estas palabras del Papa Gregorio Magno ya ponían de manifiesto en el siglo VI la inseparable unión entre la obra plástica y la palabra escrita. Literatura y arte beben la una de la otra desde el inicio de su existencia. El mismísimo Virgilio, con su obra Eneida, inspirará posteriormente la creación de la escultura del Laocoonte. Esta obra refleja a la perfección la narración que relata el momento en que los dioses envían serpientes a atacar al Laocoonte, sacerdote de Troya, y a sus hijos. El sacerdote advirtió de los peligros de aceptar el caballo fabricado por los griegos y fue castigado por ello.
«¡Necios, no os fiéis de los griegos ni siquiera cuando os traigan regalos!» Virgilio, Eneida.
La historia del arte y la literatura
Los artistas siempre se han servido de las grandes historias, de la mitología o la poesía para llevar a cabo la representación plástica de los grandes relatos. Esto ha aportado gran riqueza para la historia del arte, pues el espectador puede conocer una escena literaria desde muy diferentes puntos de vista. Se han pintado miles, millones de vírgenes en la historia y ninguna es igual a otra.
Del mismo modo, los escritores recurren al arte en busca del misterio, del enigma, de aquello que puede descubrirse detrás de una pintura o de un símbolo. La literatura ha conseguido ensalzar en muchas ocasiones grandes obras que habían caído en el olvido. Un claro ejemplo es la catedral de Nôtre Dame, que probablemente hoy no existiría si Víctor Hugo no hubiera alabado su belleza y sus virtudes, haciendo que todo el pueblo francés la ame y la proteja.

El arte ha sido motor de inspiración de grandes novelas. El retrato de Dorian Gray nace del amor de Oscar Wilde por el arte, otorgándole un carácter espiritual a la altura de la religión.
«El artista es creador de cosas bellas. Revelar el arte y ocultar al artista es la finalidad del arte. […] La vida moral del hombre forma parte de los temas para el artista; pero la moralidad del arte consiste en el uso perfecto del medio imperfecto.» Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray.
Palabra e imagen en el presente
En la actualidad, esta unión sigue tan vigente como en el siglo XIX. La novela histórica es uno de los géneros más leídos en este momento, y parte de su éxito se lo debe a la implantación del enigma artístico. De este modo, el escritor relata toda una historia de aventuras, que gira en torno a la búsqueda de la verdad. La búsqueda de mensajes ocultos en la historia del arte es la premisa de la que parten este tipo de novelas. Desde el mundialmente conocido Dan Brown y El código da Vinci hasta Arturo Pérez-Reverte y La tabla de Flandes, la obra de arte constituye el misterio principal a resolver.

Las novelas tienen el poder de despertar el interés. Interés por contemplar los monumentos descritos, por pasear por el casco antiguo de las ciudades, por buscar imágenes ocultas en las fachadas. Todo aquel que lea el Maestro del Prado de Javier Sierra terminará el libro y querrá salir corriendo a visitar la magnífica pinacoteca.
«España, país de duendes y ángeles, ha dejado su huella en las salas del Museo del Prado y en los viejos códices. También en el subconsciente de sus moradores, principalmente los poetas». Juan Rof Carballo, Los duendes del Prado.
Otros escritores se han decantado por recurrir al arte más como medio que como fin. Así las grandes novelas históricas introducen al lector en una aventura, en la que el protagonista se sirve del arte y la iconografía para dar pasos hasta alcanzar la meta. Matilde Asensi se sirve de infinidad de símbolos ocultos en códices o en los programas escultóricos de las iglesias para que sus personajes superen una prueba tras otra.

«Por nada del mundo hubiera querido ver reconstruido el Coliseo, con todos sus muros y gradas en perfecto estado, y no hubiera dado nada por un Partenón pintado de colores chillones o una Victoria de Samotracia con cabeza.» Matilde Asensi, El último Catón.
El escritor se acerca al arte con el máximo de los respetos, del mismo modo que el artista trata de homenajear con la imagen a la palabra escrita. Y nadie mejor que Voltaire supo definir esta conexión: «la escritura es la pintura de la voz.»