La Historia evoluciona gracias a acontecimientos trascendentales, hombres célebres, gloriosas batallas y grandes descubrimientos. Pero también está llena de casualidades. Es sabido, por ejemplo, que Alexander Fleming descubrió la penicilina al volver de vacaciones. Un moho había entrado por la ventana y contaminado un estafilococo. Una casualidad fruto del azar. Si en ocasiones se olvida la importancia de la fortuna en el día a día, en la historia y en la ciencia aún más. La suerte puede hacer que uno se codee con los grandes hombres o ser relegado al olvido.
Juanelo Turriano fue un ingeniero hidráulico español no muy afortunado. Para colmo, quienes le recuerdan, no lo hacen por su verdadero nombre. Juanelo no nació en España sino en Cremona, en la actual Italia, con el nombre de Giovanni Torriani. Además de ingeniero, fue mecánico, relojero, astrónomo, arquitecto y matemático del siglo XVI. Aunque alguno lo compara con Leonardo da Vinci, Juanelo ha quedado en el olvido de la Historia.
Juanelo y la mala suerte: el ingeniero regicida
Siendo joven, entró a trabajar como aprendiz de relojero en los talleres artesanos de Milán. Pronto dominó el oficio. Abrió su propio taller y empezó a diseñar relojes con innovadores mecanismos. Su fama, que no tardó en crecer, llegó hasta los oídos del Emperador Carlos V. Tal fue su reconocimiento, que el Rey de España le contrató como Relojero de la Corte al comprobar su valía.
Al servicio de Carlos V creó el Cristalino, un reloj capaz de indicar la posición de los astros en cada momento. Fue gracias a inventos como este, por los que Carlos V le encargó el mantenimiento de los relojes de su palacio en Yuste. Además Turriano, que ya venía construyendo autómatas para entretenimiento del emperador, construiría en Yuste más autómatas. En ocasiones codo con codo con el rey. De ahí que alguno lo tache de bufón de la corte.
Sea como fuere, se ganó la confianza del rey para construir varios de los estanques del palacio. Ideó un novedoso mecanismo por el cual el agua correría de uno a otro. Al poco tiempo de instalarse, el agua dejó de correr. El agua estancada creó el hábitat ideal para que una plaga de mosquitos lo invadiera con tan mala fortuna que uno de esos mosquitos picó al Rey y le contagió el paludismo. Tras un mes de fiebres, falleció.
Lejos de caer en desgracia, Felipe II le nombró Matemático Mayor. Esto le permitió intervenir en obras de ingeniería, mecánica y relojería. En la corte de Felipe II continuó desarrollando autómatas como el famoso Hombre de palo, un hombre mecánico ideado para recolectar limosnas por las calles de Toledo, y una rudimentaria ametralladora. Además, llevó a cabo el Artificio de Toledo. Su gran éxito y su mayor desgracia.
Juanelo y la mala suerte: el ingeniero desgraciado
En 1563, el Ayuntamiento de Toledo le contrató para construir un ingenio hidráulico que ascendiera las aguas del Tajo hasta el Alcázar. Para ello, había que salvar una distancia de 300 metros de longitud y 90 metros de altura. Era una empresa en la que muchos ingenieros extranjeros habían fracasado. Todos, antes de Juanelo, se encontraron con el mismo problema: la presión del bombeo destruía las tuberías.
Juanelo tuvo que financiar por sí mismo la obra. El ayuntamiento se negaba a pagar hasta que no se comprobará su funcionamiento. El Artificio fue un éxito. Elevaba hasta 17000 litros de agua diarios. Sin embargo el Ejército, a la sazón dueño del Alcázar, se negaba a compartir el agua con la ciudad y mucho menos a pagar al ingeniero por una obra que no había solicitado.
En 1575 el ayuntamiento volvió a contratarle para realizar un segundo ingenio. De nuevo, seis años después, el agua llegaba a Toledo. Sin embargo, el Ejército volvió a inmiscuirse y se aprovechó de gran parte de ella. Por lo que el ayuntamiento se negó a pagarle por segunda vez.
Juanelo murió en desgracia. Pobre, arruinado, mendigando por las calles de Toledo. Mal final para un gran hombre que había dejado su huella en los tres grandes ingenios hidráulicos españoles del siglo: el Artificio de Toledo, el canal de Colmenar de Oreja y el embalse de Tibi. Un hombre que fue llamado por el Papa Gregorio XIII para participar en la creación del Calendario Gregoriano. Un hombre al que Juan de Herrera encargó el diseño de las campanas del Monasterio de El Escorial. Un grande de España que, como tantos otros, fue olvidado.