Klaas

Klaas Vanhee y su colina

La calle del Doctor Fourquet, en Madrid, es como las gasolineras en las películas de terror americanas, esa parada tonta en el camino a por una botella de agua que lo cambia todo. Lo curioso es que aunque no nos dé miedo, todos sabemos que de allí no se sale entero. Quizá por eso no es arriesgado decir que la calle Fourquet descuartiza un poco. Y lo mejor de todo es que hay cortes para todos los gustos. Galería tras galería uno se adueña de algo y pierde algo también. Como un macabro intercambio de cromos entre dos pre adolescentes.

Y así hasta llegar al destino que nos incumbe.

La Galería Silvestre antes tenía dos ventrículos pero ahora solo tiene uno. Parece que vaya a respirar menos, pero la realidad es que respira mejor. Empezó con las piernas bien abiertas, una en Madrid y otra en Tarragona en 2014. Lo hizo apostando por diez artistas como Irene González, David Fox o Catarina Botelho. «Todo sin prisas, desde la pausa», como dice su página web.

Ya se sabe que el mejor menú es el que cuece a fuego lento y que el que mejor aprende es el que lo hace poco a poco pero con buena letra. Así que empezar desde la pausa, no parece mal plan. 

Klaas
Galería Silvestre || Fuente: Galería Silvestre

La Galería Silvestre es uno de esos sitios donde dos niños haciéndose fotos una mañana de diciembre te hacen sentir en algún lugar parecido a hogar. Los mismos niños que sitúan un par de muñecos encima la mesa, de esos muñecos de menú infantil, que con la luz adecuada también podríamos considerar arte. Del más kitsch, además. Un pequeño lugar donde a veces uno puede encontrarse obras de arte más baratas que cuadros en Ikea.

Y hablando de niños.

Cuando uno entra a la exposición de Klaas Vanhee tiene la sensación de entrar en la habitación desordenada de un niño. Aunque si uno se para dos minutos, si se dedica no solo a dar la vuelta de cortesía, sino un par más, o incluso tres, se dará cuenta de que de inocencia, eso, no tiene nada. Esto no es Dubuffet o un naif dando botes de alegría, esto es un montón de vivencias que recuerdan a Schiele. A alguien que se ha arrancado la camisa, dando con uno de los botes de lleno en el ojo. Ha hecho pleno y diana a la vez, como ese Paco de Lucía con medio dedo en la boca y la mirada fija al frente. Imperturbable.

Klaas Vanhee juega, eso sí. Con nosotros y con su obra y quién sabe con cual de los dos se lo pasa mejor. Si uno se asoma a la ventana verá, para empezar, tres cosas: unos estropajos, un balón y una gorra. Algunos se resignarán y darán la vuelta diciendo lo típico en estos casos. Otros, curiosos, entraran y se darán cuenta de que lo que ven no es lo que parece.

La exposición es una mezcla entre dos realidades, una de dibujada y otra de esculpida, aunque ambas hablan de lo mismo. Su cotidianidad se vuelve aquí motivo y síntoma. Los dibujos como esa parte siempre presente, la escultura como esa parte a explorar. Y así, una a una, todas las obras nos hablan de algo, aunque siempre nos hablen de él. Su experiencia personal, su anécdota, su vida.

Esos estropajos que dieron paso al lavavajillas, ese balón que nos devuelve al campo donde un amigo nos dio una lección, una gorra imaginando a su hija dentro de ella. Esa cámara colgada que uno tiene la tentación de coger y empezar a disparar. Esa chaqueta, esos zapatos y esa alfombra, como si de una entrada caótica a su casa se tratara. Pero también hay espacio para la ironía ya que si se quiere también nos presenta una silla, por si alguien quiere sentarse. Que lleva sorpresa es algo relativo.

Y siempre volviendo a esos dibujos de corazón alemán pero de espíritu libre

No es fácil visitar una galería, o al menos no es tan fácil como parece. Cuando uno visita un museo se siente algo más libre. Como cuando uno se desnuda a solas en el cuarto de baño. Entre calcetín y calcetín nos miramos ese michelín. Bienvenido. Una galería es como esos baños públicos creados como homenaje a las puertas de las cantinas del oeste americano. La intimidad se comparte. Así, en un museo uno camina, siempre camina, pero en una galería uno solo se detiene delante de algo que realmente le mueve.

Quizá es más violento, pero más sincero. Y ya se sabe que violencia y sinceridad, para conseguir un buen resultado, siempre van cogidos de la mano.

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Pieza de la próxima exposición de Almudena Fernández Ortega «El Bautizo Monstruo» || Fuente: Galería Silvestre

Y de Klaas pasamos a Almudena Fernández Ortega con su El Bautizo Monstruo. Y después llegará otro, y después otro y así, como los dos extremos de una comba, girando y girándose sin parar. Porque de Silvestre hay para rato.

Hay que tener cuidado con quien se comparten las cosas porque luego todo cambia. Luego hay olores que dejan de gustar. Y playas y canciones y películas. E incluso uno mismo. De repente nos gusta lo impensable, nos fijamos en lo innombrable. Lo que habíamos descartado se convierte en la mejor opción. Quizá por eso a partir de ahora Madrid, Madriz para los amigos, siempre tendrá nombre de Doctor.