El cine, como todo en la vida, tiene una dimensión moral y/o política. Y no se trata de que una obra pierda o gane calidad en función de su mensaje. Las películas son buenas o malas, por mucho que a veces el tema sea controvertido o incomode a la gente. Que un film humanice a Hitler, por ejemplo, no debería ser óbice para que sea juzgado en términos puramente cinematográficos.
Películas con más valor que los premios que reciben
Pero es cierto que hay ciertas obras que, independientemente de su calidad, deberían trascender a estos parámetros para convertirse en herramientas para la formación de los más jóvenes.
Son películas que podríamos llamar educativas, en las que los autores intentan alertar al público de los peligros de determinadas actitudes. O ensalzar valores superiores que deberían ser comunes a seres humanos de toda índole e ideología.
Así, American History X (1998) o Adivina quién viene a cenar esta noche (1967) serían susceptibles de entrar en los programas de las escuelas de secundaria, donde la gente empieza a ser educada de verdad. Ambas tratan sobre el racismo, pero desde dos perspectivas distintas. La primera habla de ello desde cómo un antiguo skinhead arrepentido se da cuenta del mal que ha infligido a su hermano pequeño por la influencia que ha tenido sobre él. Y la segunda previene acerca de los prejuicios a evitar, tanto raciales como de género.
Cómo los «Días de Vino y Rosas» se transforman en «Días de Mierda y Cuchara»
Ejemplos de estas películas hay miles. Pero quizá el más destacado sea Días de vino y rosas (1962) de Blake Edwards, la cumbre cinematográfica sobre el alcoholismo. Más que por su calidad —gigantesca— por su sutil paso de comedia al drama a lo largo del metraje, a modo de metáfora de la relación humana con el alcohol. Por cómo va poniendo al espectador en la piel de un alcohólico progresivamente.
En ella Blake Edwards —influido por la doctrina de Alcohólicos Anónimos— hace un prodigioso relato acerca del alcohol y sus peligros a través de la vida de una pareja interpretada por Jack Lemmon y Lee Remick. Y lo hace con una aproximación nada fácil: le cuenta al espectador la progresiva y peligrosísima, por inadvertida, degradación de la vida de un alcohólico.
Al principio del film, Jack Lemmon es un simpático y exitoso Relaciones Públicas con querencia a la bebida —lo que llamaríamos un alcohólico funcional—. Lleva una vida despreocupada hasta que conoce a una buena chica, abstemia pero con debilidad por el chocolate —Lee Remick— con la que se casa y tiene una hija. Hasta ahí, una comedia de Blake Edwards de manual en la que nos muestra la parte lúdica del alcohol.
La vida de un bebedor puede ser muy divertida. Pero hacerlo solo es aburrido. Y Lemmon convence a Remick de que es mejor compartir botellas y risas mientras viven sus Días de vino y rosas. Y entonces Edwards da un salto a tres años más tarde, cuando Lemmon ve su rostro de eterna resaca en un espejo y se da cuenta de que su vida se ha ido al garete. Así, poco a poco. Y lo que es más escalofriante, sin haberse dado ni cuenta.
Y decide dejar la bebida y apuntarse a Alcohólicos Anónimos. E intenta convencer a Remick de que haga lo mismo, por su propio bien y el de su hija. Pero para ella ya es demasiado tarde. Está atrapada para siempre. Y aquí la película se convierte en un drama en el que cualquier alcohólico o familiar de alcohólico se puede reconocer.
Porque otro interesante enfoque de la película es el tratamiento que hizo del alcoholismo como enfermedad. Y ver que Remick era una alcohólica latente desde que confiesa su debilidad irremediable por el chocolate. Y cómo Jack Lemmon tiene que tomar decisiones muy difíciles por su enfermedad, pero nunca culpando a su mujer. Más bien al contrario, siempre desde el lado de la compasión.
Lo que Edwards trata de decir es que el alcohol empieza como una comedia pero en personas predispuestas al alcoholismo va a acabar en drama. Que el alcohol es muy divertido, pero que de ninguna manera es un juego. De ahí la importancia de esta obra, y muchas otras, en la posible educación de jóvenes generaciones.