Virginia Oldoini (1837-1899) fue conocida como la Condesa de Castiglione tras casarse con el respectivo conde a los 17 años. Solo lo hizo para subir una escala nobiliaria. Proveniente de una familia de la baja aristocracia toscana, la clase alta fue su bendición. También, la perdición de esta femme fatale.
“Yo hice Italia”

Fue una mujer de gran belleza y con un carácter arrebatador que le hizo convertirse en la Mata-Hari del Reino de Italia. Se vivían años políticos convulsos en un país que luchaba por convertirse en una entidad independiente del imperio austríaco. Entre los principales actores de este proceso se encuentra Camillo Cavour (1810-1861), primo de la bella Oldoini. Él fue un gran estratega. Entre sus más famosos planes, se encuentra la obra que hizo a su prima protagonista de un affair más que sonado con el Emperador francés Napoleón III.
La situación era la siguiente. Italia no quería al imperio austríaco y Austria no quería ceder los terrenos a Italia. Mientras tanto, el Imperio francés podía intervenir como aliado de Italia. Sin embargo, ahora llega el papel de la matahari italiana, la Condesa de Castiglione debía ganarse el favor de los galos conquistando a su emperador.

La Condesa de Castiglione y su libertinaje
El problema era que la Condesa tenía un Conde, al que no le hizo mucha gracia saber que su esposa se dedicaba al espionaje y que para ello debía conquistar hombres poderosos. Esta infidelidad rompió su matrimonio, aunque ella mantuvo el título. Por desgracia, el affair entre la Condesa y el Emperador no duraría demasiado. Eugenia de Montijo, esposa del emperador francés, vio las intenciones de la joven italiana. El lío de faldas se volvió público y Virginia Oldoini tuvo que abandonar la corte francesa. No obstante, había cumplido su misión: Napoleón III declararía la guerra a Austria.

Su misión como espía de Cavour terminó, siendo expulsada de Francia, a donde volvería cuando ya no era problema para el imperio, en el año 1861. Se instaló en la Plaza Vendome de París y ahí dio inicio su ajetreada agenda amoroso-sexual.
Conocedora de sus propios encantos y consciente de su belleza singular, la Condesa acumuló amantes importantes: banqueros, diplomáticos, escritores. Se llegó a decir que mantuvo diez a la vez sin que ninguno de ellos conociera la existencia de los demás. Una femme fatale envidiada por las mujeres y adorada por los hombres que encontraría la ruina en su propia belleza

La belleza y su bestia
Por suerte para la historia, es fácil encontrar numerosos retratos de la Condesa. Su belleza era admirada y su personalidad singular hizo de ella una modelo perfecta para el fotógrafo Pierre Louis Pierson. En cuarenta años de amistad, realizaron más de cuatrocientos retratos. A veces se disfrazaba como si estuviera actuando en una obra de teatro y, en otras ocasiones, asumía posturas o gestos demasiado fuertes para le época. Por ejemplo, se hizo una fotografía de sus piernas. Las imágenes eran enviadas a sus amantes e, incluso, a su exmarido.

Por desgracia, a su muerte, las autoridades parisinas se encargaron de eliminar casi todos los documentos que comprometieran a las personalidades con las que había mantenido una relación. Se dice que había incluso miembros de la curia papal. A pesar de ello, se encontraron diarios, cartas y fotografías. Estos documentos han permitido salvar de esa quema al personaje de la Condesa de Castiglione. De esta forma, ha sido incluida no solo en la historia política italiana, sino en la historia de mujeres poderosas y vanguardistas que tuvieron que lidiar con un mundo de hombres poderosos que pretendían dominarla.
A través de sus espejos
La belleza y el encanto fueron sus virtudes. Virtudes que la llevaron a la locura. Provocadora y adelantada a su época vivió una vida llena de amores y amantes, sexo y libertinaje, diversión y riquezas. Pero el tiempo pasó y su principal valor se marchitó.

Virginia Oldoini, Condesa de Castiglione, amante del emperador, madre de Italia, agente de espionaje, amante de numerosos hombres y beldad singular no soportó envejecer. Su casa en París se convirtió en su tumba. Los años de diversión pasaron y la soledad junto a la locura invadieron su vida. Se dice que no soportaba mirarse a los espejos, por lo que todos permanecían tapados en su mansión. Gracias a ello, el recuerdo de una belleza que puso a sus pies a todo un imperio se mantendría intacta.

La Condesa murió sola, conocida ya como la loca de la Plaza Vendome. Aquellos que la amaron se borrarían de su historia por intereses políticos y sociales. Tejemanejes de hombres poderosos que, al fin y al cabo, son los que siempre poseyeron su belleza y la usaron en su favor.