Todas las guerras han tenido sus héroes. Es más, todos los bandos en todas las guerras han buscado figuras sobre las que justificar sus acciones. Salvadores de la patria o de sus compañeros de trinchera, conquistadores o grandes defensores, verdugos o mártires.
Lo normal es pensar en esos héroes como grandes guerreros armados hasta los dientes, acabando con la vida de cualquier enemigo que encontraran a su paso. Sin embargo, en cada una de las dos guerras mundiales destacaron dos figuras que se ganaron la consideración de héroe sin la necesidad de disparar un solo tiro.

Dos héroes: un hombre y su burro
En el ámbito de la Primera Guerra Mundial, John Simpson Kirkpatrick fue ese soldado que se convirtió en héroe sin tocar un fusil. Y en un principio parecía que iba a ser todo lo contrario. Cuando tenía 17 años, antes de la guerra, se alistó a la marina mercante británica para tener un trabajo y ver mundo. Sin embargo pronto vio que esa vida no era para él y desertó, en 1910, quedándose a vivir en Australia.
Pero el conflicto estalló y Simpson se alistó en la Anzac (Australian and New Zealand Army Corps), siendo asignado como camillero. No obstante sus razones para el alistamiento no fueron patrióticas, sino prácticas: quería llegar a Europa y desertar de nuevo para poder volver a su Inglaterra natal.
Su convoy iba, en efecto, destino a Europa. Sin embargo, las órdenes cambiaron y en plena travesía fue desviado hasta Egipto y más tarde a Turquía. Es allí donde Simpson pasó de poder ser tachado como cobarde a convertirse en un héroe, durante la batalla de Galípoli.

Poco sociable entre sus camaradas, eligió a un pequeño burro como compañero para llevar la camilla. Simpson y Duffy –que así se llamaba el animal– se adentraban hasta lo más profundo del frente para recoger a los heridos y trasladarlos a la seguridad de la playa. Además, aprovechando que llevaba capacidad de carga, se llevaba diferentes víveres para repartirlos cada vez que volvía a vanguardia a por más heridos. Todos los días desde las 6.30 de la mañana hasta que caía la noche, entre disparos de ametralladora, obuses, infantería y francotiradores.
Nace la leyenda
Así estuvo 24 días, haciendo unos 15 viajes de ida y vuelta al frente por jornada. Pero el 19 de mayo de 1915 un rifle otomano acabó con su vida. Tenía 22 años.
Alimentado más por la leyenda que por la realidad, se calcula que durante ese tiempo Simpson y Duffy rescataron a unos 300 compatriotas heridos del frente. Terminada la guerra, fue propuesto para varios reconocimientos a título póstumo, pero para los oficiales que debían decidir pesaron más ciertos actos de indisciplina. Sin embargo, pasado el tiempo, la figura de estos dos héroes recibió el honor merecido en Australia.
Desmond Doss, heroísmo y principios

Mucho más conocida es la historia del héroe americano de la II Guerra Mundial Desmond Thomas Doss. Gracias, principalmente, a la reciente película dirigida por Mel Gibson y protagonizada por Andrew Gardfield, Hasta el último hombre (2016).
Ya comenzado el conflicto, Doss se alistó en el ejército de Estados Unidos el 1 de abril de 1942. Pero tenía una premisa: se negaba a matar a ningún enemigo y a portar un arma debido a sus creencias religiosas, como adventista del Séptimo Día. Como era de esperar, esto le valió diversas burlas y vejaciones por parte de sus compañeros.
Así, finalmente comenzó a servir como paramédico. Ya en plena guerra del Pacífico, en Guam y Filipinas, logró la estrella de bronce por salvar a unos soldados heridos bajo fuego japonés en 1944. Sin embargo fue un año después, en la batalla de Okinawa, cuando entró en el Olimpo de los héroes.
Apoyado en un fusil
Doss salvó la vida de unos 75 hombres heridos en el acantilado de Maeda, siendo él mismo alcanzado hasta en cuatro ocasiones. Y sí, llegó a tocar un fusil, pero para poder entablillarse un brazo roto por un disparo con él, con el objetivo de poder llegar arrastrándose al hospital de campaña. Finalmente fue evacuado el 21 de mayo de 1945.

Al contrario que Simpson, Doss pudo disfrutar de una larga vida hasta el año 2006, cuando falleció a los 87 años. Recibió infinidad de reconocimientos, como ser el primer objetor de conciencia en recibir la Medalla de Honor del Congreso de los Estados Unidos.
Simpson y Doss. Dos hombres. Dos soldados. Dos ejemplos de esperanza en la humanidad incluso en las situaciones más desesperanzadoras. Dos héroes de guerra cuyo mérito fue salvar vidas mientras los demás, apremiados por los gobiernos de la época, se dedicaban a segarlas.