Johan August Strindberg, Estocolmo (1849-1912), fue un escritor y dramaturgo renovador del teatro sueco. De carácter esquizofrénico y con manía persecutoria, tenía fuertes crisis que le visitaban con asiduidad. En ellas se imaginaba acosado y con una desmesurada intención de huir de un mundo que lo exprimía hasta la extenuación. Esta personalidad psíquica tan distintiva influyó notablemente en toda su producción literaria otorgando a su obra un estilo personal en el que la intensidad dramática y el sentimiento trágico ante el mundo cobraron una relevancia considerable.
Como consecuencia de este peculiar temperamento, de su inadaptación a la vida y a la sociedad del momento, del miedo a las mujeres, de su misoginia exasperada, de su incesante huida hacia un lugar en el que apoyarse entre la rebelión y la autodestrucción, creó una base teatral fuerte cuyos cimientos llegan a nuestros días como ecos que necesitan seguir escuchándose. Fue, sobre todo, un precursor que innovó en el teatro europeo y sentó las bases del drama moderno.
Strindberg escribió La Señorita Julia en 1888. En ella impera un realismo junto a un determinismo de gran envergadura que se focaliza con precisión alrededor de los dos personajes principales: Julia y Juan.
Se trata de una obra trágica con la que el autor sueco llega a los recovecos más oscuros del alma femenina. Presenta al comienzo de la misma una Julia enérgica y jovial. Sin embargo, esa plenitud vital poco a poco se irá apagando. Surgirá la desesperanza en ella y, como una matrioska que esconde múltiples personalidades enfrentadas, irá abriéndose poco a poco, desenmascarándose, sacando a la luz diferentes versiones de ella misma. A partir de ese momento, subyacerá en la protagonista un dolor infinito, frente al que no existirá remedio alguno. Se tratará de un dolor que le habrá sido asignado por su condición de mujer.
Deslizándose entre muros impuestos
En la Noche de San Juan se podría considerar que todo aquello que ha permanecido oprimido y escondido tras las piedras de una sociedad encorsetada tiende a desvanecer, ocultándose durante ese breve período de tiempo tras el disfraz efímero de lo pagano y de lo vulgar. Lugar dónde las bajas pasiones se funden en cuerpo y espíritu con el sonido de la música, el vino, el juego y las contradicciones que salen del fondo de uno mismo sin oponer resistencia.
Esto es lo que acontece en la cocina desde el momento en el que Julia, mujer de alta estirpe, sucumbe de forma repentina. Lo hará para intentar evadirse de una sociedad antagónica y puritana que pone en tela de juicio la falta de moral, la elección de la libertad como vía de escape y como baile cara a cara con la vida, la repulsa al carácter sumiso de las mujeres de la época y a la alta clase reprimida a la que la protagonista pertenece.
En el vano intento de alzarse como dueña de sí misma, penetrará en esos bajos fondos. Será dentro de ese caos, tras la aparición en escena de su criado y lacayo Juan, donde la lujuria y la pasión más visceral hagan estragos en su persona y la sacudan con fuerza. Con él reirá, bailará, beberá y se dejará llevar por el éxtasis de la seducción. Caerá en las redes tejidas por el sirviente y se enredará en ellas hasta su completa autodestrucción.
Tras ese instante en el que el placer ejerza como el detonante de su fracaso personal, Julia ya no reinará sobre sí misma. Su cuerpo se abrirá en canal y sus demonios más recónditos saldrán al exterior llenando de resentimiento, odio y desazón todo aquello que antes era simplemente lo que debía ser. Su furia invadirá el lugar de los criados, la cocina apestará a la derrota más mezquina y será ese cariz amargo esparcido en cada rincón el que acabará invadiéndola a ella también.
Lo único que Julia no hizo de manera adecuada y conforme a lo que se esperaba de ella fue enamorarse de Juan, el lacayo de baja clase, y quedar poseída por su encanto enmascarado de artimañas. Pero es que Juan tenía un objetivo claro: ambicionar, trepar en la escala social y elevarse a los altares de la rancia burguesía del momento. Aunque para eso buscase un medio que justificase ese fin, escudándose en un potente determinismo que los destrozaría por completo. El objetivo marcado a puño y fuego en su cuerpo era Julia. Acceder a ella era su puerta al paraíso.
A partir de ese instante Julia, permisiva, accederá al chantaje en un vano intento de huir de sí misma y de lo que su clase le ha impuesto a lo largo de su existencia. Deseará en esa mágica Noche de San Juan ser otra, abrir su caja de Pandora y que sus secretos más reprimidos y salvajes salgan a la luz. Por ello bailará, beberá, vivirá con vehemencia ese juego de la seducción, dejando a un lado todo aquello que le fue impuesto por una educación burguesa y por una madre con un feminismo exasperado que la educó para odiar a los hombres.
Todo ese cúmulo de acontecimientos desencadenará alrededor de la protagonista un fatal desenlace. Pero no es casualidad, ella lo querrá así. La heroína sueca sacará a relucir desde ese instante su complejísima personalidad: arderá en deseos de destruir y destruirse. Juan la ayudará a hacerlo. Conseguirán crear juntos al monstruo que impere entre ellos y este romperá en pedazos todos sus deseos.
Julia, hilo rojo que une
La Señorita Julia suscita un importante interés en la actualidad. Las diferentes representaciones de esta tragedia en los teatros de todo el mundo continúan otorgando a la obra un matiz revelador que deja muchas capas abiertas para debatir. Hoy en día, las mujeres siguen empujando con rabia muros de ofuscación y de falta de claridad ante todo lo acontecido en sus vidas. El mensaje que Strindberg quiso dejar claro sobre las tablas del arte dramático y que acecha con fuerza siglos después perdura como un latigazo que continúa hiriendo.
El autor sueco habla de la lucha de clases. De los estragos que ésta ocasiona en la sociedad. Es cierto que a día de hoy esta problemática ha quedado un poco obsoleta. Sin embargo, en ciertos lugares del mundo permanece vigente acarreando un conflicto social que sobrepasa, en ocasiones, los límites de la crueldad.
Por otro lado, enlazado con lo anterior, trata el conflicto de la lucha de género y en este sentido es más voraz y despiadado. Purga su temor oculto a través de una confrontación entre Julia y Juan que llega a nuestros días. Profana su interior para poder esclarecer el odio que siente hacia el sexo femenino. Lo coloca una y otra vez en la cuerda floja de la supervivencia.
Ahí está la clave. La vigencia de este drama trágico radica en ese enfrentamiento entre hombre y mujer. En la actualidad se habla de esto a diario. Las diversas clases de feminismo existentes tienen como uno de sus firmes propósitos el anhelo de un proyecto igualitario y común respecto al varón. Se afanan en conseguir los mismos derechos y libertades que el hombre. Pero hay obstáculos y caracteres que chocarán contra esa finalidad.
Es el caso dramaturgo sueco. Strindberg pretenderá demostrar, dejar patente en su obra y para la posteridad, que todo tiene un precio y ese objetivo no se consigue sin el sacrificio, el castigo, la destrucción y la sangre. Esto sigue siendo un hilo rojo que une a Julia con el resto de la feminidad sometida al varón, a la culpa, a la derrota, a la ofuscación. Nada conseguirán las mujeres si antes no han observado sus ojos el horror del fracaso y el camino de la destrucción.
Tal y como sucedió con el personaje de Strindberg, la mujer del siglo XXI continúa condicionada por el sentimiento de culpa inculcado desde niña, quedando aprisionada por el qué dirán y por lo que se espera de ella.