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Saving Banksy

Ahora que Netflix parece haberse convertido en el confesor contemporáneo de todo aquel que decide esconderse en el sofá para no darse cuenta de cómo le ha ido el día, no es mala opción buscar a Banksy. Si se busca bien va a encontrar Saving Banksy, un documental acabado de salir del horno de Colin Day. Y debe ser un horno muy grande.

Decía Virginia Woolf que anónimo tiene nombre de mujer y siempre se ha planteado como un enigma que debe descubrirse. Pero una cosa es el anónimo histórico y otro, el anónimo voluntario. Así que esto debe plantearse como lo que es, y no es otra cosa que una gran pregunta muy mal formulada. Partiendo de aquí nos daremos cuenta de que Banksy siempre plantea la misma pregunta, aunque siempre es la más banal de todas.

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Fragmento del documental ‘Saving Banksy’ || Fuente: Youtube

Todo el mundo se pregunta quién es, o quiénes son Banksy, qué se esconde detrás del nombre y del grafiti. Cualquier diario o noticiario sensacionalista con dos dedos de criterio artístico lo pondrá en portada cada vez que aparezca una de sus obras. Pero todos lo mostrarán mal. Da igual la queja, el grito o la bandera que muestre, la pregunta es siempre la misma. Y es cansino hasta la saciedad.

Somos animales sociales, curiosos por naturaleza y ansiedad. Somos críticos, en parte por voluntad y en parte por doctrina. Pero ya que parece que se debe cuestionar lo que somos, por qué lo somos y hasta cuándo debemos ser así, mejor que nos aseguremos de aprender bien eso de la crítica. Nietzsche hablaba de la condena a la creación eterna de sentido, que somos capaces de dar sentido a todo aquello que no tiene, aunque sea un sentido efímero.

El sentido es una construcción, como el lenguaje, como el arte, como todo. Y eso nos vuelve peligrosamente poderosos. Aunque sea efímeramente.

Es esa búsqueda constante de sentido lo que hace de Banksy alguien tan poderoso. El documental realizado por Day muestra un planteamiento muy sencillo, mostrar las actuaciones que realizó el artista cuando pisó el suelo de San Francisco. A los dos minutos de documental, cualquiera se daría cuenta que eso de sencillo no tiene ni el titulo.

¿Es realmente necesario salvar a Banksy?

Se han dicho muchas cosas de él. Tirando de tópicos diríamos que es un hombre de mediana edad, residente en Bristol. Su nombre más probable es Robin Gunningham, aunque también podría ser el cantante de Massive Attack o, incluso, un colectivo. Al principio del documental Ben Aine dice que quizá es ella. Y llegados a este punto parece que está a punto de morir un gato.

El documental plantea en cambio preguntas mucho más importantes, como a qué precio debe salvarse el arte. Es lógico pensar que en un futuro se agradecerá la falta de respeto al artista y su creación salvando una de sus obras, pero eso no quita que se esté pisando un derecho fundamental de alguien que ha decidido crear aún sabiendo que posiblemente será destruido. 

Pero destruir también es crear.

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Fragmento del documental ‘Saving Banksy’ || Fuente: Youtube

A modo de ejemplo uno podría preguntarse qué diferencia hay entre la imagen de Ai Weiwei rompiendo un jarrón de la dinastía Han y los actos de Isis en Palmira. Uno puede decir que Weiwei reivindica con arte y que Isis solo destruye por terrorismo y apología a la iconoclastia. Ambos destruyen, pero con propósitos totalmente distintos.

La destrucción de Ai Weiwei es motivada por la creación, la ruptura de esa vasija en miles de pedazos da vida a una idea. Se construye muriendo. Y eso es lo que hace de Ai Weiwei algo más que un personaje egocéntrico y narcisista. Más allá de sus actos, de sus obras, de sus performance o de sus fotografías, que delatan un sentido de la irresponsabilidad altamente responsable, le damos valor a sus ideas.

Ideas que mueven esquemas y rompen conciencias

Preguntarse si se puede mirar a Banksy desde ese prisma debería ser una obligación. Su no saber, su no nombre, su no lugar. Si hablásemos en griego, él sería nuestra utopía. Y la pregunta que debería hacerse es si eso le da valor o, por el contrario, se lo quita.

Banksy es, ante todo, el artista sin rostro que logra que el mundo mire donde nadie quiere mirar. Este documental es el mejor espejo de la hipocresía imperante, elitista y sin sentido del mundo del arte actual.

Banksy hace grafitis. Arte callejero. Garabatos en una pared. Que nadie olvide eso. Sobre todo la próxima vez que vaya a pagar una entrada para el Moco Museum en Ámsterdam para ver una de sus exposiciones (realizada sin su permiso, dicho sea de paso) y después mire de reojo y tirando a mal al joven con espray en la mano dos esquinas más allá. Porque el observador debe ser crítico, pero debe serlo, ante todo, consigo mismo.

Esto es Diego Rivera comiéndose a Amelia Peláez, o Friedmann Endre Ernö a Gerda Taro, aunque ambos trabajaran bajo el mismo seudónimo. Porque hay ciertos artistas que han pasado a mejor fortuna que otros. Algunos nacieron con estrella y otros estrellados, como diría cualquier abuela desde su sillón bajo una manta de franela. Pero eso no quita que el estrellado no sea tan o más potente como su compañero. Y Banksy no debería comerse a todos esos artistas que son mucho más que un joven, espray en mano, dos esquinas más allá.

Ya que vamos a darle valor, démosle el que merece y no el que el mercado marque.  Si se ve el documental hasta el final, se descubren otros nombres a los que dárselo. Empezar a opinar con voz propia y no con voz en off es, ya, una necesidad.

Ya que el arte nos hace poderosos y la filosofía nos da poder, usémonos bien. Sobretodo porque un señor con sombrero de copa parece dispuesto a poner precio a nuestro interés y, lo que parece peor, a nuestro deseo. Banksy es el flautista de Hamelin del arte callejero. Y es en la calle donde él y sus ratas deben permanecer.

Mery Pineda Puig