Y sí, Surrealismo con mayúscula, que es como se autodenominó el gran Salvador Dalí. Cincuenta y tres años unieron a Gala y Dalí, aunque no precisamente a través de un comienzo pacífico. Gala, que por entonces estaba casada con el poeta Paul Éluard, tenía un matrimonio marcado constantemente por el adulterio por ambas partes. En el caso del pintor, es por todos conocido su romance con el poeta Federico García Lorca y su no del todo ortodoxa relación con su propia hermana Ana María. Sin embargo, ambos se encontraron a sí mismos en el momento en que se encontraron el uno al otro.
Dalí y Gala tenían en cierto modo lo que hoy la sociedad definiría como una relación tóxica. El pintor sentía una obsesión tal por su musa que poco importaba si era correspondido o no. Dalí amó a Gala hasta el último aliento. Sea como fuere es un hecho que esta unión impregna la obra del surrealista del principio a fin. En definitiva, Salvador Dalí no sería Salvador Dalí sin Gala.
La omnipresencia de la musa
Gala está en todo. Cualquier pintura de Dalí la homenajea una y otra vez, tanto si aparece como si no. Y vaya que si aparece, en cientos de ocasiones. Todas las versiones posibles de Gala se hacen aparentes en la imaginación del pintor. Si pudiera imaginarse una Gala invisible, Dalí habría conseguido retratarla. Desde el sencillo desnudo, hasta dibujarla como una virgen, zoomorfizada e incluso mutilada. No había rostro más contemplado por el pintor. Tanto es así que el artista añadió en multitud de ocasiones el nombre de Gala en sus firmas.
Desde la Galarina hasta El Retrato de Gala con turbante, y pasando por Leda atómica, el espectador contempla el mismo retrato una y otra vez y al mismo tiempo no. Es Gala pero no lo es. La diosa, el animal, los círculos o los desnudos. Todos son Gala pero cada una es diferente a la anterior. Una misma musa para mil modelos.
Este retrato de Gala es una de las obras más enigmáticas del pintor Salvador Dalí. El cuadro destaca por la clara intención del pintor de llevar a cabo una experimentación con los diferentes grados de desarrollo de la obra. En la pintura se aprecia el fuerte componente expresivo que resulta de dejar al descubierto el proceso de creación de un cuadro.
Dalí se ve influenciado por algunos pintores anteriores a él, los cuales también habían realizado obras intencionadamente inacabadas. Esta característica se ve reflejada en obras de algunos artistas como Miguel Ángel.
El rostro de Gala y los colores utilizados destacan sobre el fondo blanco. Es una pintura realizada con un alto grado de perfección, prestando atención a los detalles, como los brillos y sombras de la cara y los cabellos. Resulta un retrato bastante verosímil, si se deja a un lado el hecho de que se trate de una obra surrealista.
En la pintura aparece el elemento sorpresa, la imaginación propia de Salvador Dalí, que consigue hacer de un retrato de Gala, una obra de tema mitológico y dar siempre el toque necesario para darle a dicha obra un carácter atemporal, como si la escena estuviera al margen de toda realidad.
Respecto a la expresión de Gala parece tener la mirada perdida, como si se escapara del propio cuadro. La transfiguración del cabello de Gala en ramas, remite al mito de Apolo y Dafne. El mito presenta a Apolo, loco de amor debido a las flechas de Eros, que persigue a Dafne, y ésta, al no poder huir de él, lleva a cabo una metamorfosis convirtiéndose en un árbol, el cual Apolo mantendría vivo y verde. Se refleja en el mito esa misma obsesión que sentía el pintor por su musa. Si existe alguna posibilidad de pintar después de la muerte, Salvador Dalí retratará a Gala eternamente.