Ferdinand: lidiar con flores y sin toreros

Muchos recuerdan aquel día de infancia como si fuera ayer. Una única vez viendo la tortura como espectáculo. También la última.

Afortunadamente se ha avanzado un poco prohibiendo las corridas de toros en Catalunya, habiéndose sumado desde 2010 a las Islas Canarias. Mejor todavía es el hecho que ha sido la gente que lo ha llevado al Parlament. También es cierto que el camino a recorrer sigue siendo largo, pero avanzamos.

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Circos, zoológicos, acuarios, contenidos audiovisuales, sanfermines, correbous, carreras, cabalgatas, ferias, «experiencias» en camello para los turistas, etc. son nuestra gratuita y egoísta aportación a la privación de la libertad de seres vivos que nunca habrían elegido este desdichado destino.

Sin embargo, ahí están. «Qué bonitos», «sin nosotros ni se habrían criado», «les dan muy buena comida», «se ha hecho toda la vida», «cada vez tenemos más manías», «todos sufrimos estrés y ellos también», «forma parte de la tradición», «solo son animales», etc. y todas esas otras coletillas, que se acercan a perforar tímpanos, para abrir el debate. Todo ello y para más inri, sin empezar a hablar de la industria alimentaria.

Un merecido y tardío salto a la pantalla

Otros tantos con mínima visión animalista también recuerdan -cosa fácil debida su reciente naturaleza- aquella tarde en el cine. Los que no hayan ido todavía, probablemente lo harán.

Es por ello que conviene hacer notar cómo una película de la distribuidora estadounidense 20th Century Fox y los estudios Blue Sky hayan ofrecido 106 minutos de un punto de vista animalista a los más pequeños de todo el mundo. Ferdinand es un toro que ama las flores, que es pacífico y no quiere competir ni le gusta la violencia. Su vida se ve entre la muerte en la arena de alguna plaza o el matadero, pero un grupo de animales se dejan convencer por Ferdinand y así escapar y volver a casa.

Sin embargo, este filme tiene un origen que se remonta a 1936, en un cuento del escritor Munro Leaf. Dicho cuento se tradujo a sesenta idiomas y llegó a prohibirse en las dictaduras franquista y nazi por el pacifismo antimilitarista que les caracterizaba. En 1983 Disney lo llevó a la gran pantalla por primera vez en forma de corto. Hasta 2017, cuando por fin ha tenido una merecida adaptación de largometraje.

Críticas negativas que son positivas

Largometraje que ya se ha categorizado de «mentira como una catedral» con «mensajes manipulados para intentar engañarnos a todos». Crítica que categoriza una cierta humanidad al toro para refutar la posibilidad de que exista un toro de tal naturaleza. El problema es, desafortunadamente para quien lo expresa, que incluso algún niño puede llegar a entender que un toro no se comporta como un humano, especialmente por el hecho de que los toros no hablan. Tampoco son racionales, pero obviamente en Ferdinand sí. Para rematar dicha crítica, su autor subraya esta afirmación: «un toro bravo es un animal y no una persona». En otras palabras: como dijo Rajoy, «un vaso es un vaso y un plato es un plato».

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En los últimos 8 años, según la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y el Maltrato Animal, el sector taurino ha visto disminuir su actividad en un 51,1%. Es por eso que el director Carlos Saldanha falla en mostrar una plaza llena de gente a la expectativa del encuentro entre el mejor toro y el mejor matador. Como también falla resolviendo esta escena crucial, sin señalar más directamente a la función real del matador. Como sigue habiendo una necesidad de crear bandas sonoras menos «fáciles» de escuchar.

Sin embargo, la falsamente menospreciada pedagogía de esta producción de 20th Century Fox hace que el resultado no sea tan malo por una resolución argumental. Al final, la perspectiva que muestra Ferdinand es muy necesaria.

Tecnología y concienciación, doble avance

Hay que ser optimistas, pues cada día se usan menos animales para el entretenimiento humano. Cada vez los ordenadores hacen más favores a nuestros cohabitantes de la Tierra y nosotros mismos somos capaces de avanzar como sociedad, que a día de hoy ya es mucho. Si bien en otros campos nos queda mucho por recorrer, en el del entretenimiento encontramos ejemplos como esta creación de los artífices de Ice Age, acercando a los más pequeños una visión diferente de la tauromaquia.

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La mayor virtud de Ferdinand es traer el tema de la muerte de una forma tan explícita y realista como lo es la industria de la tauromaquia. No hay misterio: el toro de lidia o bien muere en la arena o bien muere en el matadero.

Dejar tan clara esta circunstancia, incluso más que el propio «espectáculo» en la arena, incide mucho más de lo que se podría esperar de un filme de animación infantil y con una audiencia internacional. Ni una gota de sangre aparece en el filme, pero el guion es una batería de argumentos realistas que, sí, forman parte del relato de un toro que habla para contar que no quiere formar parte del mundo por el que fue criado.

Si bien el final predilecto de algunos hubiera sido menos mágico y más realista con el papel del torero, esa aparente simplicidad de argumentación en la ya multinominada producción no es tan evidente cuando uno empieza a desgranar los elementos que se nos descuartizan en ella. Hacen más falta Ferdinandos en y fuera de la pantalla. Ya lo hicieron en Portugal: a cada arma, un clavel.