«Hay mujeres veneno, mujeres imán, hay mujeres consuelo, mujeres puñal, hay mujeres de fuego, hay mujeres de hielo, mujeres fatal» decía el genial letrista y poeta Joaquín Sabina al hablar sobre las femme fatale. Otros cantantes como Toño Burning se preguntaron qué hacia una chica como ella en un sitio como ese (¿Pensando en Carmen Maura? Al menos sí en el largometraje que dirigió Fernando Colomo). Sea como fuere, estas Calamity Janes han partido con el permiso de sus portadores, el órgano primo de todos aquellos que se sintieron atraídos por su aura mística de amorosa frivolidad. Además, no solo eso, sino que son capaces de conseguir que, como pilotos tokkōtai, hombres de toda clase y condición vayan directos hacia ellas con las orejeras bien ajustadas, aun a sabiendas de la peligrosidad de la campaña.
Quién duda que Lauren Bacall, Marlene Dietrich, Theda Bara (que con su «bésame, tonto» a mí ya me tiene ganao) o Lola Flores, son en la pantalla genuinas vampiresas por las que cruzar puñales es algo que merece la pena.
¿Son por lo tanto estas mujeres y otras tantas más el referente para el resto de aspirantes altítulo? Son guapas, sí, pero nadie diría que Brigitte Bardot fue una femme fatale. ¿Son inteligentes? También. Pero meter en este saco a Emilia Pardo Bazán no sería lo más acertado. Les caracteriza el ser portadoras de temible garbo, arrogancia explosiva, hermosa crueldad, maldita dulzura e inefable saber estar. Son conscientes de ello, al igual que nosotros, por eso nos atrae. Esa peligrosidad que con ignominia nos deja en la estacada aderezando en una mezcla de sentimientos que se diferencia solo en una consonante, el amargor de hiel y la suave miel. ¿Este espejo entonces es solo de artistas o también de la vida real?
Chiyome Mochizuki, la más famosa kunoichi (tan hermosas como mortíferas espías del Japón feudal), junto con Margaretha Geertruida Zelle, mundialmente conocida como Mata Hari o por su nombre en clave, agente H21, son, del mundo asiático y el occidental, respectivamente, las dos femme fatale por excelencia en la historia. Con sus armas de mujer movieron como si de fichas de parchís se tratase la voluntad de personalidades influyentes en su época. Hombres de guerra, que no por cañonazos, pero sí hipnotizados por ellas, caían sumisos en sus regazos.
Mujeres como la emperatriz Teodora, Anita Garibaldi o Grace Kelly, dejan patente hasta donde puede llegar la femme fatale si se propone escalar, dejando solo a la vista una cara bonita, pues como si de un iceberg se tratara, frías y sin aparente movimiento, esconden un 90%, con el que de forma tenaz hunden lo insumergible. Mujeres que los hombres ansían aunque solo sea para el desengaño.