“Estadista: Persona con gran saber y experiencia en los asuntos del Estado”. Así define la Real Academia Española una palabra que todo el mundo conoce muy bien. Pero seguro que muy pocos han sido capaces de aplicar dicha definición, por abierta que sea, a alguno de los que últimamente se juegan el despacho grande de La Moncloa.

¿Y, antes…? En la historia de España sí ha habido otros políticos que han hecho más mérito para recibir este adjetivo, como Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897). No analizándole como un político de hoy en el día, en el que el carácter democrático puro se sobrentiende como el valor en los toreros. Entendiéndole como un buscador de concordia que anteponía el acuerdo y el diálogo al conflicto en la segunda mitad del siglo XIX. Todo ello, en una de las Españas más conflictivas.
Y es que esa es la clave de su legado, aquella España. Una España en la que desde 1812 y tras la expulsión de los franceses, hasta ‘su’ Constitución de 1876, hubo cinco Constituciones diferentes. Contando el Estatuto Real de 1834. Un país en el que de 1833 a 1976 tuvieron lugar cuatro guerras civiles, considerando las Guerras Carlistas más “intentonas” .
Un Estado de pérdida de territorios, que cambiaba a golpe de revolución, gobernado por regentes, de Rey postizo y República de cuatro presidentes en once meses. Es entonces cuando Cánovas dio el paso, gracias de nuevo a un golpe militar que colocaba al Rey Alfonso XII al frente de la monarquía española. La llamada Restauración Borbónica.
Un Estado de pérdida de territorios, que cambiaba a golpe de revolución, gobernado por regentes, de Rey postizo y República de cuatro presidentes en once meses
Llega el momento de su invento, el canovismo, apoyado en la Constitución de 1876. Su principal objetivo era la estabilidad política y la alternancia pacífica en el poder: el “turnismo”. No se trataba de buscar lo mejor desde un punto de vista global, una democracia real, sino de buscar lo mejor para ese momento concreto, una paz social.

Para eso necesitaba ponerse de acuerdo con sus rivales políticos, el Partido Liberal, dirigido por Práxedes Mateo Sagasta. Tras lograrlo, primero tácitamente y luego con el Pacto de El Pardo, había un partido de derechas, conservadores, y otro de izquierdas, liberales, dentro del sistema. Carlistas, republicanos, socialistas y anarquistas quedaban fuera de él.
No era democracia, era un fraude tras otro. Los procesos electorales se manipulaban sin ningún pudor para dar la victoria al que le tocara. Pero evitaba los pronunciamientos militares y motines con los que los liberales lograron llegar al poder en el reinado de Isabel II, única alternativa que tenían al monopolio conservador en sus gobiernos. Los dirigentes no los elegía el pueblo, pero no había derramamientos de sangre con cada cambio en el poder. Así, se desterró durante décadas la violencia política en España.
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(Vídeo que explica el funcionamiento del canovismo)
Además de esta paz política, Cánovas logró otro tipo de paces. Puso fin a la Tercera Guerra Carlista y logró una solución momentánea al problema independentista en Cuba con la Paz de Zanjón . Incluso, se llegó a decir que retrasó una Guerra Civil inevitable hasta 1936.
Supo ver lo que necesitaba su país y trabajó por ello, pese a que no fuera lo más correcto. Cualidades que podrían atribuirse a un estadista.
Se llegó a decir que Cánovas del Castillo retrasó una Guerra Civil inevitable hasta 1936
Por supuesto, tuvo sus manchas, como la suspensión de la libertad de cátedra o su postura favorable al esclavismo, aunque terminara aboliéndolo. No dejaba de ser un conservador en el siglo XIX. También le superaron los entonces nuevos conflictos del nacionalismo catalán, el movimiento obrero, la disidencia en su Partido Conservador o la reaparición del independentismo cubano.
Padre de un bipartidismo que ahora parece morir, y con todos sus errores, Cánovas del Castillo fue mucho más que una plaza que ni siquiera se conoce con este nombre. Murió asesinado por el anarquista italiano Michele Angiolollo en 1897. Ese día, Sagasta dijo: “Después de la muerte de Don Antonio, todos los políticos podemos llamarnos de tú”. ¿Alguien puede imaginarse a Rajoy, Sánchez, Iglesias o Rivera hablando así de sus rivales políticos?


