Una visita a Auschwitch, el campo de concentración del horror

Auschwitz. Una palabra que por sí misma representa todo el terror y la maldad de la que es capaz la especie humana. Recordatorio de cómo una locura generalizada puede llevar a cometer los actos más incomprensibles. Nueve letras que llevan dando miedo ya a varias generaciones. La máxima expresión de la industria asesina nazi, tumba de no menos de 1.100.000 personas, el 90% de ellos judíos.

Los nazis robaron todo a los polacos. Les robaron su territorio, sus casas, sus vidas, su dignidad, su alegría. Les estigmatizaron para siempre por las barbaridades que hicieron en su tierra. Les quitaron hasta su historia. Nadie conoce Oświęcim, el nombre polaco de la población en la que se levantaron los campos. Sólo Auschwitz.

Pero eso no es nada comparado con lo que hicieron con los judíos de toda Europa. Les expoliaron, engañaron, humillaron, deportaron, esclavizaron y masacraron. Les quisieron quitar su condición de humanos. Y todo ello, resumido de nuevo en esa palabra: Auschwitz.

Por esto y por muchas otras cosas, es muy complicado pensar en visitar este lugar en la actualidad. Cuando algo tiene una historia y un misticismo de esta magnitud, la idea suele chocar –y vencer– frente a la realidad. Se ha dicho tanto, se ha escrito tanto, se ha filmado tanto, que no es extraño pensar que te vaya a cambiar la vida.

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Uno de los trenes en los que los prisioneros llegaban a Bikernau.

Y en algunos momentos lo consigue, cuando en Birkenau (una de las ampliaciones del campo original), yendo hacia la zona de los hornos, únicamente se escuchan los pasos del grupo de visitantes, clavándose las grandes piedras del camino en los pies, intentando imaginar lo que pensaban los que no sabían que iban a morir durante esos últimos pasos.

También se eriza la piel al admirar la dignidad de una prisionera judía; rapada, uniformada y claramente golpeada; que esboza una sonrisa hacia el objetivo de la cámara que la inmortaliza, pese a que fuera a morir a los pocos días. O al sentir un escalofrío frente a cientos de latas de Zyklon-B usadas en las cámaras de gas.

Rompe el alma ver los nombres de las maletas, escritos por sus dueños, engañados por los nazis al pensar que volverían a recuperarlas tras bajar de los trenes, después de pasar por las duchas. Las montañas de gafas, zapatos, prótesis, cepillos, cremas y todo tipo de enseres. Por no hablar del pelo. En muchos casos, lo único que queda de familias enteras. De comunidades enteras.

Algo se mueve por dentro sintiendo la humedad, el frío y la oscuridad del interior de los barracones

Algo se mueve por dentro sintiendo la humedad, el frío y la oscuridad del interior de los barracones. Viendo los minúsculos espacios en los que llegaba a apiñarse un número imposible de personas, las zonas en las que eran torturados y ejecutados, o sintiendo nauseas al imaginarse utilizando esas letrinas.

Interior de uno de los barracones en los que vivían los prisioneros.
Interior de uno de los barracones en los que vivían los prisioneros.

El visitante siente lo que esperaba sentir en Auschwitz cuando las personas se anteponen al mito. Cuando la empatía supera los cientos de fotos que ha visto del letrero de “Arbeit macht frei” (“El trabajo os hará libres”) o de la entrada de las vías del tren a Birkenau. Cuando deja de pensar en Adolf Hitler, Heinrich Himmler, Rudolf Höss o María Mandel. Cuando se olvida de tantas películas y documentales que ha visto y es realmente consciente de que lo que ocurrió allí fue real, con más de 1.100.000 nombres y apellidos reales.

Todas esas sensaciones, toda esa humanidad, no se libra de estar salpicada de pequeñas decepciones. Demasiados grupos dirigidos por guías, hablando por sus micrófonos en diferentes idiomas, con una pesadumbre estudiada. Historias parcialmente edulcoradas que muestran que detrás de las visitas hay una empresa privada. El pequeño regusto de estar en una especie de parque temático, más que en un espacio para el recuerdo y la reflexión.

Muy mal lo tiene que hacer la humanidad para hacerlo tan mal como lo hizo en aquel momento

Pero ante todo el aluvión de sensaciones, queda principalmente una. Muy mal lo tiene que hacer la humanidad para hacerlo tan mal como lo hizo en aquel momento. Aunque vivamos de nuevo tiempos convulsos.

Este vídeo de la BBC despierta las sensaciones que uno busca tener al visitar Auschwitz.